ETÉREO ENTUSIASMO
Por la esquina del crepúsculo azotado va
el cristal vendiendo violines perfumados
entre los granos de playas, y el regazo
tejedor de clavos con plumas en los techos
perseguidos por incógnitas viajeras en el
callejón sonoro de pestañas con espuelas
bordadas con las horas y los llantos.
No temas, no, que al agua incendies,
con palabras olvidadas por el suelo,
ni creas, ni esperes, la orilla de una
mirada que crece del huracán árido.
Etéreo entusiasmo sería.
Si del desierto brotan pálidas espinas,
a la sombra del lirio que lava la ceniza,
junto a los claros vitrales agotados,
por la quietud del duelo bajo las ramas,
de los volcanes que imploran su cobijo,
en la rústica e insondable aurora.
Las flores recién llegadas se esconden,
como el suspiro coronado por la nieve,
bajo el peso de todos los futuros riendo,
entre la tarde confundida por la bruma.
Etéreo entusiasmo sería.
En la cama sentada la noche infiel,
espera la indulgencia del tiempo dulce,
donde mueren las tinieblas sin odio,
con la clemencia del ideal hecho humo,
por que no tenía la menor intención,
de pintar anaranjado el aire,
ni al viejo entusiasmo verde azul,
como el hecho menos etéreo gris,
más allá del amarillo sangriento rosa.