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¡Ámame ahora! No pierdas más tiempo, que repleta mi copa de vino como nosotros de lozanía, me inspira este versar imperioso, ávido yo de partir tu cuerpo como una manzana a rabia de besos y dientes y sexo. ¡Ámame ahora!, aunque luego no me ames por no predestinada o qué sé yo. ¡Ahora!, antes de ese tiempo en que la vida nos afee para que la indiferencia nos mate. ¡Ahora!, antes de tener que soñar y mentirnos y mentir escribiendo poesía disfrazados de lo que hoy somos. ¡Ámame ahora!, que como granada carnal exploto en eróticas esquirlas. No vaciles en ser y hacerme feliz para tener de qué sonreír mil años después.
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Poeta
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IMPOSIBLE NO CONTARLO
La carreta danza duramente sobre las puras arenas, como un camello perdido. Un lagarto rondaba, con el tibio desaliento de un libro viejo por el amplio armario de pisos lustrosos entre los sillones. ¿Cómo no contarlo?.
Escenas similares se repetían en todos los techos de la prehistoria fervientemente unida por la indignación de las bodegas de humildes arsenales contra los estuches agitados de la hermosa noche de verano. ¡Y más aún!. Porque los cazadores se han vuelto flores cómplices de piernas gruesas en las hojas infieles a las cejas y semillas nacaradas al compás de las pupilas. Sobre todo cuando la noche su crespón levanta los altos biombos a través de las rejas con recato para que disfrute la molicie seductora la mesura radiosa de los nutridos geranios. Imposible no contarlo siendo sus caras tan baratas derramadas de la mesa en el pabellón de la siniestra mano, sin cuentas, sin poder contarlas por el fuerte arnés que pide al tintero el suelo retorcido en el estrépito ligero en el peligro de la suerte aciaga y el baile inclemente de luceros y pañuelos.
El viento, tan gris de tarde por el horizonte, sembraba importantes ramas en el interior de un árido lago agudo, comunmente situado en el crepúsculo y las espinas de piedra qué no saben resistirse a la belleza de la ausencia qué abre túneles al océano más dulce tratando de parecer normal frente al féretro de nunca acabar. En la madurez del año qué enmudece su timbre cristalino sobre el silencio diáfano del mango airoso con la paciencia de las grandes aflicciones dónde un beso mórbido palpita al níveo seno. La mayoría de la gente subía al cielo descuidada y trataba de vestirse de sorpresa con la longitud desmesurada de las playas asoladas arrojando los martillos.
Si no me equivoco ya reposan las montañas tejiendo los olvidos a las puertas en la timidez de las ventanas, con el juicio de las culpas y las redes de los ductos para la distribución de sus derivados de cabello ondeante, cielo verde y camisa en los ardores de la brisa como nunca en la vida suele darse al augusto crisol.
Ya claro se adaptan para procesar una mayor salida del eco dormido entre los inmóviles altares, qué llevan consigo la gracia de las plantas y el candor orgulloso de las espadas egoístas. Y llevan a cabo una renovación en la estructura de los huecos, inaugurando la organización de manchas rojas para lograr un control de los espejos qué se avergonzarían de la mejor adecuación de un lecho sin ganas de levantarse para cumplir con su programa de sustitución del surco y la negrura del arado en los flancos bajo una pesada carga. Así ha sido, porqué amarilla se desarrolla al rededor de la espera gris naranja del centímetro cercano al ideal del alma en primavera por el aleteo de tórtolas en la necesidad indeleble de la urgencia. Y obligando a elevar el precio de cualquier ausencia no demasiado insoportable, quitando el polvo del fuego brumoso, tal vez suavizándose entre los pañuelos horizontales del atardecer muy temprano ya acostumbrados a las insignificancias.
Pues sí, es imposible no contarlo, desterrada la beldad del paraíso cediendo a la opinión qué se derrumba ante la niebla tenue, impenetrable y mudo por la cima helada y cruel del valor moribundo, tromba rauda de escamosa espuma. Siendo qué ya entonces hubiera querido estar solo con el ruido seco, mezclado tenazmente, aproximándose a la mesa en qué dialoga un plato con su cuchara y los poetas hurgan en su bolsillo de palabras, reproduciendo como levantar el cielo de los amores perdidos, en los metálicos placeres de las edades idas, y agarrándose a una puerta en turnos de cuatro horas empujando la obscuridad alarmante, preguntándose porqué yo he de cargar con mi destino catalogando los fracasos ajenos en el techo vestido de una cárcel vestida con letreros del no siga lo que tan rápido se olvida en la balanza de los golpes y donde la esperanza se refugia hecha añicos... Y la carreta ha olvidado que fue feliz. Autor: Joel Fortunato Reyes Pérez
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Poeta
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ACLARÁNDOSE...
Más allá de la temblorosa sombra. En el fondo, desconocido, de una noche. ¡El amor, a veces, bebe lágrimas!. A veces, en un gris, de instantes.
Se__Acla__Ran...
La campana golpea el silencio. Las palabras, de pronto, demasiado tarde. ¡Dulces de nuevo abiertas!. En un desgano, sin recuerdos.
Se__Acla__Ran...
Más allá, del milagro inmóvil. ¡El amor sirve de guía!. Al dolor, que sangra, indeciso. Al borde, de un latido sacudido.
Aclarándose, aclarándose.
Campanear que se desliza. ¡Al impulso de una réplica!. Ceniza... Clavada... Al fuego. ¡Y el aroma del tiempo, muerde!.
Acla Rándose. ¡Con un simple aclararse!.
En el vértigo de lo imprevisto. En el pórtico de lo entrevisto. ¡En la bruma explicable apenas!. ¡En la urgencia del drama viejo!.
Acla Rándose. ¡Con un simple aclararse!.
La sombra temblorosa se remueve. Y la niebla en llamas queda. En...La flor... ¡De un gesto inolvidable!. ___¡Más allá de una noche!___
Autor: Joel Fortunato Reyes Pérez
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Poeta
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