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AL EMPALIDECER
(Texto Neosurrealista)

Al empalidecer.
Espesos los cartones arrepentidos,
van por el bosque ansiosos.
¡Qué descansa murmura y escapa!.
Porqué...

Con estos cambios en la quietud antigua de la
campiña alterna el recuerdo de las viejas hoy
esperanzas ligeras que hallarían al fin la raza,
la holgura en los fresnos del jardín de enfrente
y se estremecerían como la pupila de gato rojo
que vibra ufano con el viento, y se queda gris
asombrado por los vértigos de una ampolleta
al fin de su camino con la edad de los faroles,
y el temblor de los versos dispersos inversos.

Pálidos, sí!... Por los versos en cuarentena,
y por el escalofrío viudo del humo rosado en
la carne jugosa del último platillo peregrino
de las estrellas, con la ortografía desesperada
por el azul de las sirenas que se confunde en
amarillos escalones sin acentos, y el delirio
de tuercas y tornillos, al mirar un martillo en
una minúscula larva de nostalgia, por el cristal
desnudo con el aire suelto bajo el cabello.

Las variedades más importantes de esta hora
sin minutos, son la palidez común en el centeno
de grano pequeño, y poco nutritivo cuando es
indispensable respirar aire vitaminado, kilo a
kilo, en la rusticidad del clima, con el mayor
número de raíces secundarias por el ropero,
y la reducción progresiva en el volumen de la
masa industrial de los botes sanguinarios.

Una práctica común, es facilitar la depauperación
de la fantasía, en las etapas de crisis con papas hoy fritas, y mañana crudas realidades, con el estímulo adecuado por el hecho de haberse separado
agua y el aceite, cuando la nuez original nunca
tuvo nada que ver con el romance de los limones,
y a todas las campanas les importaba un reverendo
cacahuate, pidiendo que no hicieran nada estúpido.

Por el contrario, empalidecer se convirtió en una
vieja costumbre por su suavidad, sabor y rigidez,
además de la ropa y accesorios para el patio del
vecino, que no aplica con otras promociones.

Así que, para aumentar la mano de obra respecto
al índice de conchas en proporción con las hojas,
y con las técnicas medievales, los árboles están
menos secos el fin de semana más barato del mes.

Cuando esto pasa, por más de nueve meses sin
generar intereses, la palidez va perdiendo fuerza
especialmente después de sesenta exhibiciones
interactivas, y la sofisticada apariencia que suele
presumir en los grandes eventos de los cepillos
dentales, y el corte de cabello en las rutinas que
nunca se ven por la esquina en actitud cariñosa.

Finalmente, se debe considerar, el vestido negro
ceñido, con escote decorado de legumbres al ir
al baño con más de diez transportistas, sin el
permiso especial de los patos, por los graves
daños a la honestidad de los rumores sobre el
torrente de noticias, y como complemento de un
brazalete que arranca con las prendas del mejor
invierno, elegido con anillo y abanico.
¡Y nada más por ésto, empalidecer hoy es una
práctica común, tan obsesiva como descolorida!.


Autor: Joel Fortunato Reyes Pérez
Poeta