PLANTANDO RECOVECOS
Caminé, me dices, como el rechazo que acepta el desórden establecido con los bolsillos en las manos de pié al cielo viendo las nubes duras, despacio cayendo entre las hojas del otoño gris gota a gota, camine y camine como cascarria. Porqué camino vamos, no lo sé, dices qué dije, caminando de manos, de menos, manando, porqué suelo a veces decirlo, y tienes razón al pensarlo callado entre las palabras inútiles de una mirada de miles. Es verdad, las casas salen de noche por las ventanas girando bruscamente al mar asombrado cabalgando las íntimas cobardías del espejo en las olas saludando a la puerta por dónde regresan las paredes, y los techos entrando de día a los hogares hechos islas, elegía de pañuelos, epopeya de lágrimas y estatuas en el aposento inundado de ausencias con el veneno del engaño furioso que sepulta la eternidad en una chispa de espeso insomnio. Planta de platos dolientes, éxtasis de horrores plagados, son las mesas vacías pasando años fragmentados por las lúgubres campanadas y las trémulas acacias... Camine le dices al camino paralítico sin orillas ni diminutos puertos escondidos en los segundos interminables... Tal vez eso sea lo mejor en las cifras impares de los premiados caimanes, gusanos con áureo estilo, camine y camine, del fugaz pasado al rústico futuro del comino y la pimienta violeta cultivados a los lados. ¡Recovecos!. Vaya pues si no, son. Esas cosas marcaron las suelas de las sandalias de los suelos desgastadas, como suelen quedar las marcas por el tiempo. Creo, no obstante, oler un dolor más profundo que derrumba cualquier nidal y acrisola del don de nadie al embeleso avieso. ¡Sí, eso es!. Dices que así lo crees, a pesar del dorso incrédulo de sus arenas lloviendo nubes. Muchas cosas se presentaron antes como las que escapan a la memoria, jinete sombrío. Mentor de trápala, con toda su emperifollada vileza que multiplica la ignominia con el grandilocuente polvo del olvido y la impotencia. ¡Vaya afanes ciegos que espían el eco, y más por el esaborío solemne!. Puedo estar equivocado, (a lo cual también tengo derecho), pero... Desgraciadamente me sobran motivos que no sólo he imaginado, y deploro no vestirlos con el secreto prisionero de las plegarias y los perdones. Dices que digo que plantes, con un silencio desplante en el suelo frigorífico al que suelo aludir como espumoso espejismo. Bueno, te diré. Como en este cuento creo que ya lo he dicho, me dices, que así es. Aunque tales metamorfosis con frecuencia agotan el caudal de significados en la mente estrecha de un ladrillo, como un ladrido, como un ladrón que temiendo amurallarse estalla en el tapete destejido, haciendo lo imposible para descubrir el fondo como si se tratara de un tesoro. En este caso no hay tal. Las cosas de este caminar (plantando sin hacer desplantes vanos ), pulen los evidentes recovecos de las cajas hipnóticas por el delirante anhelo de las últimas miradas. Es el caminar de los caminos, de lo cominos, y pimientas cultivados a los lados, de los caimanes que son cuestiones arbitrarias y causalmente planeadas por el absurdo organizado, como se ve en las pesadillas que se recuerdan en el ambiente invariable desplazado por las escaleras. Pobres y desempleadas, sólo huecos esperanzados.
No embargante, llegado a este punto, debo terminar, me dices, con razón qué te dijeron, las espinas prudentes que hablan desde las plantas que están en las sandalias honestas sin la palidez estupefacta ni la traza extraña del encanto con la placidez sonriente de la indolencia, y te doy la razón, me dices, que ya lo he hecho sin darme cuenta, ahora que ya lo he contado. Aunque solo pueda decir que. ¡Nada puedo hacer con las huellas borradas en la desnudez intacta de la indiferencia! y sólo sean incipientes intentos de plantar viejos recovecos en el epílogo agrio solitario.
Autor: Joel Fortunato Reyes Pérez
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Poeta
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