ESCARAPELA DEL EFUGIO
La infancia recorría las calles vestida en sus asfálticas antorchas con el vientre azul dejando huellas purpúreas sobre la alfombra de granito deslizándose por el lago en sangre, esclavo de los bosques sigilosos, y enredados en las lianas del hombre-mono contando la historia de las ovejas.
A las mismas abejas que lucían sus espadas de miel cazando la cera ascética con el desdén hecho un baluarte de suculentas viandas a nombre de los ausentes, soplos helados de las suaves ironías. ¡No lo creerías!. Sí, sí, de seguro ni lo imaginas. Nadie en todo el cosmos conocido tenía la menor idea de la fantasmagórica importancia de su obra y, sólo cuando el tiempo agrietado en una embriaguez encontró la evidencia que lo impuso, le dedicaron una fabulosa caverna. Sangre en la mirada, tirano y burlón, eco que más nadie desea escuchar, febril amenaza para cualquiera en la nueva edad de la vehemencia.
En síntesis, enfermo indecible después de lo pasado, carne campanosa hermana de las tumbas, ceniza de las canteras mientras calla el pozo su sed fiel al rebaño.
A lo lejos, el calor caduco nacía en las orugas, enredadas en el cielo que sepultaba los espejos en la cara de los pétalos secos del cáñamo de penas dónde sólo vive la tristeza, y el amor divino se compra con tarjetas en el alma, de las águilas altivas, de los días que ya no hablan, del nido que fabrica montañas bajo las rosas petrificadas, y vende las cadenas con el tono de esperanza en el subsuelo...
Nubes, nubes. claras transparencias! Eufemismo sin tapujo, desperdigamiento engrescado, con todo lo cetrino taciturno, y la poltronería premiada en la zafiedad acumulada en el engolillado letargo pomposo y embetunado. Esto pasaba. Cuando escuchó el canto rojo, y blando del elefente, que solo acentuó su certeza, hasta que el canto se trocó en una sinfonía ahogada y gelatinosa que lo convenció de que no era algo fruto de una pesadilla, sino un monstruo más que real.
No obstante, nadie supo como, aunque hoy que te lo cuento ya son miles de millones que lo sospechan irremediablemente, y pese a que se tomaron todas las medidas de seguridad, voló como un espectral gusano, y se estremeció al sentir que nacía en su interior un sentimiento blindado de infraculpabilidad semiperdonada, sobre todo, considerando el más mínimo ultramomento apenas imaginado en el desenfreno y la desvergüenza, vergelero de la arrogancia con el escarabajear pulcro, inopinado en la inmundicia pavoneándose de inmune... Pues confiaba que no sería cierto el reproche directo al pedir comida con el alboroto respectivo al cuidado finísimo de los barrotes en la manada satisfecha haciendo un ademán triunfal.
Hoy esponja el aire acribillado, los buches de pichones en el pañuelo, y llegan de puntitas los recuerdos hechos lágrimas del polvo, en las palabras al claro desengaño con la aurora de la noche y sus pesatañas. ¡Creo que lo creerás... algún día en las cumbres marmóreas del bullicio de la congoja!. En caso contario... Para que seguir contándolo. En otra ocasión será, en otras calles, en otras infancias que vistan con asfalto las ovejas de improviso sin aliento.
Autor: Joel Fortunato Reyes Pérez
|
Poeta
|