La noche es joven, sus cuerpos están llenos de energía y sudor; el lugar está lleno, es pequeño e incómodo, pero estar ahí les da un status y no están dispuestos a pagar el precio de salir a respirar un poco de aire fresco. Gabriela Salamanca no es cantante, no toca ningún instrumento, pero tiene unas piernas tan largas que cualquiera se perdería en ellas, está sentada y tiene las piernas cruzadas, sabe perfectamente cuan letales pueden llegar a ser esas contorneadas y estilizadas armas. Conversa con Esteban, un amigo de la infancia, un solista no del todo famoso pero tampoco desconocido, en su mano tiene un vaso donde se observa un líquido azul y hielos. Despreocupados y recién narcotizados ríen sin pudor, ríen hasta las lágrimas, ríen, ni siquiera saben de qué ríen. Un joven de aspecto descuidado - más no por eso podríamos calificarlo como feo - se acerca a la mesa, saluda a Esteban y toma asiento muy confiadamente. Gabriela cree que lo ha visto en alguna otra parte, su cara es de facciones poco comunes, pero no recuerda donde ni cuando, así que intenta poner atención a la charla de Esteban con el hasta ahora desconocido. -- ¿Cuándo comienzas a grabar tu disco? – preguntó el desconocido a Esteban. -- A fin de mes, aún faltan detalles en algunas canciones. Gabriela no pudo resistirse y se presentó sola, sin importarle lo que aquel hombre pudiera pensar de ella; su euforia es grande, las drogas han hecho estragos en su cerebro y no puede saber a ciencia cierta si lo está haciendo o no, -- ¡Hola! Me llamo Gabriela, pero me puedes decir Gabs. ¿Cómo te llamas? – sonreía, más no era una sonrisa voluntaria, sus músculos estaban trabados. -- León. ¿Cuántos años tienes? – le pregunto muy intrigado. Era la primera vez que una mujer no lo reconocía, que no le decía lo guapo que era, que no le pedía un autógrafo, una fotografía, un beso. -- Veinte. ¿Y tú? -- Tengo los años del mundo, Gabs. Esto impacto a Gabriela, ella tan acostumbrada a que los hombres solo veían en ella unas piernas hermosas, un cuerpo tentador y de vez en cuando un consuelo, una confidente. Quiero aclarar que Gabriela no es prostituta, nunca le gusto cobrar por sus favores, pero era muy selecta con los hombres que metía a su cama. -- ¿Cuántos años tiene el mundo? -- Tantos como hormigas en un hormiguero. -- Bien. Entonces cuéntame, ¿a qué te dedicas? -- Escribo canciones. -- Interesante, supongo que alguien las canta. ¿No? León seguía sin creer lo que escuchaba, aquella mujer no lo reconocía en verdad, era anónimo para ella, era un mortal, un simple mortal. -- Sí. Yo las canto. -- ¿Eres solista? -- No. Tengo una banda. -- ¿Cómo se llama? -- Zenith. -- ¡Claro! Ya decía yo que en algún lugar te había visto. Aunque a ciencia cierta no tengo ni idea de qué tipo de música tocan o de donde provienen. -- Suele suceder. Estoy un poco incómodo en este lugar. ¿Te gustaría salir? Se levantaron de la mesa, León dio unos billetes a Esteban, se excuso y dijo que había sido un placer verlo de nuevo pero que tenía que partir. Esteban mientras tanto se quedó anonadado con la reacción de Gabs y la astucia de León. Salieron del establecimiento, ayudados por el cuerpo de seguridad de León, pues las mujeres se volvían locas al verlo y querían a toda costa tocarlo, casi comparado con el tumulto de gente que seguía a Jesucristo. Decidieron que viajarían en el auto de ella, cuyo anonimato les permitiría perder pronto a la prensa. Acelerados, drogados y entusiasmados, partieron, Gabriela maneja sin saber hacia dónde se dirige mientras León le señala calles y le indica el camino. Llegan a una casa que parece la casa de cualquiera, por fuera no tiene indicios de que es de aquel famoso cantante, ni mucho menos de aquellas fiestas que se celebran en su interior, ni del vacío de aquel hombre. Fueron directo al bar, prepararon sus respectivas bebidas, reían, reían demasiado. Gabriela no estaba segura de quién era ese sujeto que tenía enfrente, bien podría ser cualquier hijo de vecino que quisiera tomarle el pelo y llevársela a la cama solamente porque le conto que es vocalista de una banda. Siente poco a poco que el efecto de la cocaína va decayendo, así que decide preguntar por el baño. -- ¿Dónde está tu baño? – le dice mientras dirige hacia él una gran sonrisa. -- Al fondo a la derecha – clásico de los baños, generalmente se encuentran al fondo a la derecha – Si necesitas ayuda aquí estoy. -- Lo tomaré en cuenta. Bien sabía el significado de esas palabras, pero estaba segura que no importaba en ese momento. Camino hasta encontrar el baño y rápidamente extrae de su bolsa la preciada cocaína, cuidadosamente y con ayuda de una de sus tarjetas de crédito hace una línea que seguramente la llevara al cielo, toma un billete, lo enrolla e inhala. -- ¿Me he demorado? -- No mucho, no te preocupes. Ven, ¿quieres ver una película? Se sentó, no pregunto nada más, en la pantalla veía formas extrañas, no podía concentrarse y adicionado a eso el filme era bastante surrealista, fijo los ojos en un punto en la pared, no pensaba, no reaccionaba, simplemente sentía. -- Gabs. – No obtuvo respuesta – Gabriela. Volteo hacia León y le sonrió con la enorme sonrisa que la caracterizaba y que el tanto adoraba. -- ¿Qué pasa? -- ¿Estás bien? -- Claro. ¿Por qué no habría de estarlo? Solo estoy un poco distraída, sabes el cielo es complicado, una vez que lo alcanzas no quieres bajarte de él y es tan difícil hacerte a la idea que tienes que regresar. -- Así que te gusta tocar el cielo, preciosa. Bien yo empecé a tocarlo a tu edad, cuando éramos una banda muy “underground” y tocábamos en cualquier bar que nos pagara con un cartón de cervezas, por ese tiempo teníamos muchos problemas y el dinero era escaso pero nunca faltaba la cocaína. -- ¿Cuántos años tiene el mundo? -- El mundo tiene los mismos años que hormigas un hormiguero, ya te lo he dicho. -- Sí es así, el hormiguero tiene veinticinco. ¿Cierto? -- No, sería un hormiguero bastante pequeño y disfuncional. Tiene veintinueve. -- ¿Y por qué cuatro hormigas harían la diferencia? -- No lo sé, solamente quería dejarte con la intriga pero veo que eres bastante curiosa. La tomo de la mano, la llevo hasta la cocina, corrió la silla para que se sentara mientras él preparaba unas deliciosas enchiladas verdes con queso (su platillo favorito), programó la cafetera. En vente minutos tenía la mesa servida y un delicioso expreso para servir. Comieron, bebieron café a sabiendas que eso los alteraría más, pero no importaba, reían, reían demasiado. Gabriela estaba muy intrigada por el aspecto de ese hombre, por sus palabras, por su forma de ser tan diferente a los demás. León por su parte se maravillaba al saber que ella no lo veía como un “rockstar”, sino simplemente era un hombre de carne y hueso. Quieran dormir, querían perderse en el cielo sin ser molestados así que se acostaron, se abrazaron y después de algunas horas se quedaron profundamente dormidos, hasta que el cielo se alejo de sus cabezas y pudieron conectarse, pudieron sentirse. Gabriela despertó con un dolor de cabeza horrible, la resaca estaba por matarla, no vio a León por ningún lado en cambio observo que en la pared había colgados toda clase de reconocimientos, discos de platino, discos de oro por ventas, todos con el mismo encabezado. “A León Lezama”. Se incorporo, busco sus zapatos y salió de la habitación. -- León. ¿Dónde estás? -- En la cocina. – Inmediatamente le contestó – En un momento subo. Cinco minutos más tarde entro a la habitación con una charola que contenía un delicioso desayuno; huevos revueltos, café (Dios mío, más café) y un pequeño florero con un tulipán. -- Creí que cuando despertaras estarías hambrienta. -- Gracias. – comenzó a comer, por su mente pasaban muchas cosas. -- ¿Puedo hacerte una pregunta? -- Dime. -- ¿Por qué tienes tantas atenciones conmigo? -- Me gustas. -- Bien. Te gusto. Y anoche no llegamos a nada más que dormir abrazados. ¿Por qué? -- Ambos estábamos muy alterados. -- Me impresionas, ¿sabes? León no dijo nada, no era partidario a llevar personas extrañas a su casa, amaba su privacidad y por lo general si quería llevarse a una chica a la cama lo hacía en un hotel. Gabriela despertó en él un sentimiento diferente, no quería llevarla a la cama, quería protegerla, quería amarla. No sabía cómo explicarle esto a Gabs. En ese momento unas enormes ganas de besarlo invadieron a Gabriela, quería probar sus labios. Lentamente se acerco a él, toco su cara con las manos y despacio, suavemente lo besó. El tiempo se detuvo, no hacía falta nada más que esos labios pegados a los suyos. Él probó esa boca, y ninguna otra le había provocado tal gozo, aquellos no los quería por un día. Sucedió entonces que esos labios se apartaron después de ese mágico instante. --- Tengo que irme a trabajar y voy tardísimo. – dijo Gabriela levantándose de prisa. -- ¿Quieres que te lleve? -- Pasaré primero a mi departamento para tomar un baño y arreglarme. ¿No importa? -- Para nada. -- Bien, en ese caso apresurémonos, no puedo llegar tarde. León tardó apenas algunos minutos en tener el auto listo, Gabriela subió y partieron. Era la primera vez que ambos permanecían callados tanto tiempo, ambos sentían aquel efecto pero no sabían si era real o simplemente efecto de la droga suministrada ayer. -- ¿Dónde trabajas? -- En una cafetería. -- ¿Te agrada? -- No me quejo, los clientes son generosos y dejan una excelente propina. -- ¿Nunca has escuchado a mi banda? -- La verdad no recuerdo, llegué a escuchar su nombre en algún programa de televisión, nada concreto. Entonces León encendió su reproductor de MP3, buscó su canción preferida, la que había demorado tanto en escribirla, la que había escrito para alguien que no llegaba y justo ahora tenía a lado. «Te encuentro sentada, con el corazón en la mano, mostrándomelo, llamando a gritos callados, te encuentro acostada en mi cama, con los ojos llenos de amor, con los labios rebosantes, y no sé qué hacer, me quedo parado, te observo y algo en ti me atrae. Me tienes en tus manos.» -- Sin saberlo, he escrito esa canción para ti. -- ¿Disculpa? -- Esa canción, no tiene destinatario, la compuse inspirado en un sueño, nunca logré recordar su cara, no la recuerdo, pero sé que eres tú. -- Quiero hacerte una pregunta. -- Adelante. -- ¿Eso les dices a todas? -- Por supuesto que no. Habitualmente las mujeres son tan abiertas que no me tengo que esforzar en alagarlas, creen que es en privilegio estar con alguien famoso, y sabes a la larga llega a ser bastante aburrido. ¿Alguna otra pregunta? -- ¿Qué viste en mi? -- Seré honesto. Lo primero que vi en ti son ese par de maravillosas piernas firmes y bien torneadas, después tu cara, eres bonita, mientras hablaba con Esteban vi en tus ojos un destello diferente y no me refiero a los destellos que el cielo genera en tu mirada, es un destello dulce, podría decir que es un callado grito de auxilio. ¿Alguien te lastimo hace tiempo, verdad? -- Sí. Sucedió hace no mucho que un hombre anclo su vida a la mía por unos meses. No quiso quererme. -- ¿Cuánto daño te hizo? -- Se robo todo, literalmente, un día, llegué a mí departamento y ya no había nada, se fue una mañana con un camión de mudanza y jamás regresó, nunca supe su paradero. -- ¡Qué desgraciado! ¿Cómo se llamaba? -- Lo he olvidado, hace tiempo que decidí olvidarlo. Los minutos transcurrieron rápido, Gabriela le señalaba el camino, se detuvieron frente a un edificio verde, bajaron del auto y entraron al inmueble, tomaron el elevador que los llevó al quinto piso; Gabriela introdujo la llave en la cerradura, giro el picaporte y le abrió la puerta a su mundo. -- Adelante, siéntete como en tu casa. -- Gracias. Es bonita en verdad. Una estancia totalmente pintada de blanco, donde se podía respirar la transparencia de aquella mujer desafortunada en el amor, de alma pura y enorme corazón. -- No demorare mucho en arreglarme, a lo sumo veinte minutos. -- Bien, te espero. Gabriela se refugió en su habitación, ese era el único lugar a donde él no había entrado (aunque ella deseaba que lo hiciera) y por un momento creyó que seguía soñando, aquello no podía ser real, era tan hermoso que no podía ser real, abrió la puerta, él estaba ahí, él existía en verdad y estaba con ella. Decidió entonces que iba a vivir su “sueño” sin ninguna medida, sin ningún desenfreno, él era perfecto. Abrió la regadera, dejó que el agua limpiara su cuerpo y su alma, no podía manejar tanta emoción, no sentía aquellas mariposas desde que conoció a Alfonso (su ex novio). Se ducho rápido, no quería hacerlo esperar, lo quería para ella, lo quería para siempre. Busco unos jeans, una blusa linda azul, un maquillaje muy natural; sencilla pero linda, salió del umbral de la habitación, se dirigió a la sala donde León estaba sentado. -- Estoy lista. -- Bien. Cuando gustes. Se tomaron de la mano y caminaron hacia el estacionamiento, subieron al auto. -- Me diriges, hoy te llevaré a tu trabajo. -- Bien. Es facilísimo, esta calle te lleva directamente a 20 de Noviembre. ¿Sientes la misma conexión especial? -- Sí, y siendo honesto me agrada bastante. -- ¿Dónde estabas? -- No lo sé. Te busque mucho tiempo. -- Y que ironías suele dar la vida, nos encontramos en un bar, con el cielo entre las manos, con la mente un poco perdida, pero ahí estabas y nunca te había visto. -- Que curioso. Eso te pasa por no ver la televisión. -- ¿Has amado? -- Sí. Pero el amor no convive muy en armonía conmigo. -- Claro. El amor para mi es algo tan etéreo que no se cómo explicarlo. En la siguiente calle das vuelta a la derecha, tenemos que buscar un estacionamiento. Unos metros después, y gracias a un golpe de suerte, encontraron un estacionamiento con lugares disponibles. -- Llegamos. Gracias por traerme. Entran al estacionamiento, bajan del auto y le dan las llaves al encargado para que lo estacione. León saca un cigarro de su bolsillo, lo prende y le ofrece uno, ella lo acepta; faltan diez minutos para que empiece su turno. Caminan en dirección a la plancha del zócalo, quizá unas cinco cuadras, caminan, caminan y llegan a Francisco. I. Madero, a los pocos pasos Gabriela se dirige a León. -- ¿Volveré a verte? -- Claro. Vengo por ti a la salida. ¿A qué hora termina tu turno? -- A las siete. -- Te estaré esperando aquí afuera. Gabriela entra a la cafetería, mete su tarjeta en el checador y espera que den las siete. ¿Vendrá? Esa es otra historia.
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Poeta
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