VUELO NOCTURNO
Pocos segundos huyendo y anhelando y ahora aquel amigo estaba en el techo. Por la puerta lo escuché rodar alegre colgado de una nubecilla. Se balanceaba con un bolígrafo, con un cuaderno reciclado que sobre sus rodillas no parecía ser una pelota desinflada, sino más bien una sombra brillante. Difícil fue ver lo que ignoraba: La desnudez de una sonrisa triste y agitada. Sin embargo, prefería esta última situación para ocultarse bajo los zapatos que pasaban por la calle lentamente pegajosa. Recordaba, no sin gusto, los pasos, el polvo húmedo medio verdoso y el viejo libro sobre vampiros, algo extraño pues no soy hematólogo, menos hematófago. Un año antes pensaba igual. Incrédulo ante la puerta de los gritos. Corrí las cortinas y encendí la memoria en la pequeña lámpara. La flama casi se desploma entre la penumbra, saltó un poco inquieta imaginando el incendio del siglo pasado, y se instaló finalmente tranquila frente al espejo. Serían las once de la noche. El calor amarillento había bajado de la tarde lluviosa al suelo algodonoso del vapor verde junto al jardín. A las tres, volvió a repetir la pregunta... ¿ Qué estoy haciendo aquí?. Permanecía con sus patas adherido y quietas las alas en el rincón. Hablaba sobre el desastre de las carreteras del insecticida con un rostro escuálido y desierto. No sabía nada del noticiero de la una ni de las dos. El ni siquiera revoloteó hacia el lado de dónde salía la voz. Estaba atrapado en el tiempo al hacer su habitual saludo. ___Moví el cuello para que prestara atención. Bajo la almohada bullía el silencio, más allá en la distancia, se borraba la música, el rumor del eclipse, el caos arrugado y los errores partieron de regreso. Tuvo miedo de caer por haber hablado estúpidamente de ser insecto, e hizo planes de escribir sobre helicópteros biomecánicos, y creo que va a proponer una novela de la fraterna relación de una palomilla con un anciano solitario que eligió la noche para acompañarse de amistades íntimas, aún las más extrañas... Es difícil imaginarlo sin estar durante varios días con él, y en sus ausencias, escapaba por la ventana más cercana. En vano era buscarlo escondido en el espejo, ya no lo hacía desde que tropezó con una botella en el ángulo de una vieja estampa de desinfectante novedoso. Y tal vez nunca lo sepa... En el techo se escucharon fuertes pasos, y en el aire alas estruendosas. Fue necesario despertarse porque esa misma mañana iba a presentar el examen de entomología.
Autor: Joel Fortunato Reyes Pérez
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Poeta
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