DISUASIÓN INUSITADA
(Neosurrealista experimental)
Ahora que la ventana está,
sentada con la mañana,
el cristal viene cargando,
las miserias de la noche cansada.
Pues el pronóstico de riesgos carece de exactitud,
habiendo cobrado gran auge el engaño que enriquece
endulzando las pérdidas sin precedentes con el olvido indefenso, con el sufrimiento rojo oscuro de bajas tarifas que valora el porcentaje de suspiros endeudados, debido a su camuflaje, los desempleados son difíciles de encontrar en una esquina redonda, de manchas, rayas y flequillos imitando lechos de algas para emboscar a su presa con la mirada, la piel suave, y el ritmo lento que niegan el olvido de las aletas pectorales y el caudal tibio.
Allá donde la casa corre,
frescas las cortinas ligeras,
una silla se levanta,
esperando largas horas parada.
En busca de oro cerca del cañón de agua, fluyendo en suaves ondulaciones en las barreras de fuego verde, siendo joven y esbelto, adaptado al vehículo para la nieve que duerme con abrazaderas a una lanza de acero tímida y llena de dudas sobre la imagen doble apasionada por la flor que nace inadvertida silbando entre las linternas apagadas y los viejos calcetines de la llanura en el lodazal, veterano administrador convertido en un desastre glorioso, formando nubes remolinos y mostrándose reluciente en lo tortuoso.
Porque la luz inquieta,
la sombra de la mesa,
sin esperanza en los platos,
con el desempleo sedienta.
Para un ojo no entrenado, el desempeño parece mejor
cuando se tiene niveles de oxígeno menor en la raíz del cabello, y las células del alma pidiendo limosna a los talones insultados por las prótesis del espíritu infestado.
Luego de tomar fotografías a los vidrios desnudos
masticando una puerta escondida en un florero, pues casi todas llevan ropa como parte de un rentable negocio cuando una nueva momia es encontrada, padeciendo catalepsia y que despertó cuando ya había sido enterrada la controversia del rigor mortis de memorable pobreza.
Aunque la calle calla sola,
la tarde reposa lejana,
entre campanas sangrientas,
las nubes ocultan el llanto.
Autor: Joel Fortunato Reyes Pérez