CICLÓPEO CONJETURAR (Neosurrealista) Fue allá donde comieron las alas fieles entre las olas las montañas. Allí las botas dibujan el miedo del cartón. Los esperados borradores del venado en flama de corta falda. Y anuncia al hueso de la última lechuga. Como úlceras de la madera milenaria, del fuego y la ignominia, Espejo parabólico, espintariscopio, fluorescencia, que habita en los suburbios calcáreos de la memoria. Los pájaros son una despedida, árbol, antigua voz del arte, en la insegura sombra de la suerte, la memoria se llena de caminos, lágrimas recorriendo la monotonía de tejados y alamedas. He reconocido con sorpresa y piedad, la permeabilidad, del peróxido, del frío sonámbulo, en una tregua, donde reconstruyo con extrañeza, paludrina, usadas moscas de clorofila, quimiurgia, como medalla, en cualquier ojo. ¡Resonancia termoquímica!. Llenas las escaleras de inquietos féretros, van sembrando gotas en el océano el verde, de noche sin desesperación sigue verde, tan verde como rojo y azul es el blanco. Ya defendía lo muerto de su propio ruido, de las ruinas, Factoriales fallas en fermentación, fauna del halógeno, que desde que se escribe, son remotas, pesadillas del magneto. Mira cómo se acerca hasta la cama: Viste de gris con herencias sigilosas, de uno el tres hasta el nueve, que solía fabricar, seda viscosa y sepsis, ¿Dime si puedes, en qué piedra, por favor en qué ayer?. Nadie me dijo que comenzarían, con cáustico caucho, hoy, con roca plutónica, los siglos de la noche. Entre lunes delgados, flautas para jurar que el pobre corazón, De gravedad específica, gime en campos luminosos. Debemos escucharle al bosque su nada, que importó nada. Pero cualquier capítulo lo tengo, en rayos beta rojos. En la tierra misma, que entre ellos forma un nicho, de meteoritos con su metabolismo, a los aires y lluvias resguardando, del huracán de huesos, que la naturaleza, por capricho, fabricó en un terreno muy quebrado. Ya minado en letras. Ríe, salta, corre, vuela, bebe y olvida. Al triángulo dinámico. De los cobardes, letal veneno, con dulces esperanzas, puesto que al vivir todo es un poco rosa, zorro hambriento y colorado. Un hombre hecho y deshecho os habla. Del alivio suelto en un ciprés. Porque distinto soy, cada año, en alguna cosa, arena ruda, y a los pinos taciturnos veo con ósmosis y ozono, Mientras las cortinas decoran los caminos prohibidos, que se han cruzado de brazos en un teorema. Porque llevamos el paraíso, una cadena, con voz de eternidad, de vértebras de vidrio, esponja y espora, y de allá llama. Del más allá, con su daguerrotipo invencible. Porque le duele, inmensamente, al corazón divino, la soledad más mínima.
Autor: Joel Fortunato Reyes Pérez
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Poeta
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