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Ruego por los que cayeron y rodaron, por los que se hundieron, por los salvados, por los que lloraron con lágrimas de barro la ausencia de los que duermen para siempre, por los que buscan en los escombros la vida arrebatada bajo el dulce seno de la Antigua Madre que arrulla compasiva, hastiada y abatida de su propio arrebato, en el minuto insomne de siglos y siglos de tanto gemir bajo autos, autopistas y desfiles de última moda, por los que abrieron sus fauces como leones liberados después del juicio y recorrieron las calles dando el golpe de gracia a la humanidad y las buenas costumbres, por los que, ciegos en su confianza ciega, hicieron de pitonisos de tres al cuarto y segaron las flores de las orillas oceánicas, mecidas por el ulular de las aguas que volvieron, pródigas, a saludar a sus hijos ya sin memoria de sí mismos, por los que hablan, por los que callan, por los que exprimen el jugo de la desgracia minuto a minuto y hora tras hora en grandes titulares color sangre, sangre de los destrozados, de los que lloran sin consuelo para la cámara, para los ojos del mundo, ávidos de las emociones que la cuota de realitys del día no les alcanza a cubrir. En fin, por los que escriben versos a costa de la vida y la muerte de tantos y tantos que jamás los leerán.
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Poeta
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Del meridiano hacia abajo era asarse como pollo embutido en una olla a presión, a mil grados celcios. O esa era la sensación térmica, al menos. Le empezaba a picar todo, especialmente los rincones más oscuros del cuerpo. El traje se estrechaba más en cada parada, y su panza se inflaba monstruosamente. Y no es que no estuviera bastante inflada desde siempre, pero con el calor empeoraba la hinchazón. Además, ni siquiera había chimeneas por las que bajar. Eso no facilitaba el trabajo para nada. Las casas eran pequeñas, estrechas, algunas casi se caían a pedazos y muchos de los techos estaban llenos de baches y cuarteaduras. El más leve toque del trineo las haría derrumbarse y jojojo, feliz y última navidad. Ni hablar de los polvos mágicos; siempre funcionaban mejor en un ambiente adecuado, o sea frío, nevado y blanco. Pero en esos parajes no había una pluma de nieve o brisa fresca, no a esa altura del año, y los polvos solían humedecerse hasta el punto que tendían a fallar en los momentos más inadecuados. Ni siquiera en las grandes casonas con chimeneas perfectas y aireadas estaba seguro en esas latitudes: una noche se había quedado atascado en una por casi dos horas. No sabía en qué momento se le había ocurrido extender su perímetro al resto del globo ni ese ritual de entrar por el techo y las chimeneas. Tenía que haber estado o muy entusiasmado o muy aburrido.
Por eso evitaba quedarse mucho tiempo en lugares como esos. Estacionaba el trineo en una ladera o una loma cercana y bajaba hasta las casas más aceptables para su peso y anchura, dejaba uno o dos regalos y partía un poco más abajo, muy rápido, más rápido cada vez a medida que el calor se hacía insoportable dentro del traje. Antes de que terminara la noche apuraba el paso para volver al norte y refrescarse con una buena bocanada de aire frío y una bebida en las rocas. Ah. Mejor. Y se dormía, agradecido de las grandes tiendas, el afán de consumo y la falta de fe, que harían menos notoria su discriminatoria negligencia.
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Poeta
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Nadie me dijo que no viniera, llegué porque así estaba escrito, o porque alguien dejó un borrón de tinta en el gran libro de la vida. Me descolgaron de las cimas del cielo como un pájaro herido, como un alma que se va a pique sin motivo aparente, sin aviso. Luego me nombraron, fueron abriendo mi carne y rotularon mi sexo, mis ojos y mi boca, mi pelo, y tuve una fiesta que no recuerdo, una bendición que salpicó mi frente llena de llantos nuevos y viejos, de esos que aún me florecen en los labios donde la risa se posa cuando le dejan espacio y se acomoda casi a duras penas en la frágil memoria del frío y los inviernos. Alguien me abrigó algún día, me arrulló cual tórtolo tibio que no sabe de qué va la vida, de quién es figura, ni cuál es su precio. Ahora vengo y pregunto: ¿por qué fui una brizna de polvo cósmico, allá, en los albores del universo?, ¿de qué materia estoy hecho? El nombre que me dieron, las risas, los llantos, el cuerpo, las ganas siderales de tu cuerpo, ¿por qué todo lo repudio a veces, cuando nada me queda más que este silencio?
Nadie me dijo que no viniera, yo no tengo la culpa de este juego. Nadie me dijo que ser hombre era una nada que se va haciendo.
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Poeta
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