El amor verdadero, callado asiente la amarga propuesta del silencio… que no pronuncia palabra alguna pero a la distancia sonríe o llora aguardando el feliz momento de encontrarse con el amor ansiado y tenerlo por siempre a su lado.
El amor verdadero no se busca Porque él ya te está esperando… no se sabe cuándo ha de llegar pero tan sólo tú, a lo lejos, vives en sus ojos y sus pensamientos. El verdadero amor te presiente y a la misma hora que tú suspiras enamorado también él, suspira por ti.
El amor verdadero no se fija en colores, formas o tamaños es quién olvida la piel y los años él, en los ojos solamente puede ver el alma, el corazón y el amor. Lo más importante es su promesa lucha hasta con la muerte, y vence para reunirse con el ser amado.
Es quién sin mirar siente la mirada de su amor… en los ojos de la luna y sin siquiera el roce de las manos siente de ellas su calor y su temblor. El verdadero amor a la distancia… te sonríe, asumiendo los errores que en el camino aparecieran… olvidando vanidad o capricho.
Él guarda los más mínimos recuerdos para dártelos mañana de regalo pero no quiere que este tiempo te halle con tristezas escondidas y redobla riesgos para que seas feliz ¿Qué será esperar un año, o dos… o diez? ¡Nunca será larga la espera, pues El amor verdadero siempre llega!
El amor verdadero es un amor… sin prisa, sin edad; trae el tiempo y aunque tú pienses que viene lento… y la espera quisiera consumirte no receles, que todo a su momento. ¡El amor verdadero te encuentra… porque ese amor es como la muerte te lleva a una nueva vida, para siempre!
En esa metálica serpiente la mordida es de abatir y aserrar porque nada importa en las tinieblas hostiles y deslucidas En La Mordida Ofidiosa Mente perversa....
Metálicamente ciega del día en la ronda cautelosa.
De la pureza del infierno al fondo, de la cereza del acordeón al filo, de la ráfaga del silencio al morir.
Ofi-Diosa-Mente. Entre Cada laberinto de preguntas, inesperadas, del rostro limpio, del rostro abrumador vendido.
¡Percance asalariado!. En el árido dolor de los dedos apretados. ¡Contrahecho y falsabraga!.
En el pulso escondido de los susurros. Ofi-Diosa-Mente...
Con el oprobio de la insolvencia. Fútil diligencia del reptil. De lo nimio inconexo.
Al contacto de la inmovilidad, en las garras de la herradura. ¡Mente decreciente!.
De los huérfanos zapatos. De los pobres entusiasmos. De las horas libres... ¡Del campanario!.
Ofidio De intempestiva crápula Diosa Orgullosamente enmarañada Mente Entre las diabólicas retóricas Entre las tretas extemporáneas Mente Del razonar transpirando angustia Diosa Del papel de la ojerosa laringe Ofidio De un lado afilado, bote de basura Mente de marbete, marasmo y marañero. Es En la servilleta indiferente. Todo lo elegantemente turbio. Por El Suspiro Descolgándose. ¡La sorprendida mordedura!.
Los frutos del suelo maduro se esconden. Entretejiendo los recodos púrpuras. Paréntesis, al final de las sombras libres. Sonámbulos. Albergando al mundo ferviente.
Un vestigio del portal color pastel. Estando acerada la corteza. Entre sonámbulos paréntesis. Estando desviada la nube, un vestigio del remiendo prohibido.
Paréntesis sonámbulos, una vez, palabras. Con seis sabidurías que huyeron. Con el respeto de los botes. Paréntesis inconfundibles como ninguno.
Sonámbulos, prematura ruina que atisba, la hojarasca de un apenas conocido, atenuado el remanso precioso.
En las cumbres pródigos fracasos. Hay débiles margen y renglones.
Llegaron. Con tino, de los pies a la cabeza. Con destino, con suerte, con premio Llegaron.
Venturosa... Mente... ¡A tiempo!. Nadir activo y reflexivo Zenit fructífero y fácil Vigorosa. Mente. ¡A un tiempo!.
Aún Cuando En Los últimos edificios, inextinguidos, invisibles quedaron, en los senos del domingo, en las manos de un lunes, del aire, en el anciano laborioso, relojero, en derredor de un aguacero fangoso, amaneceres, palpitan transparentes días y se inflaman, encarnadas, las arterias en el cielo, y en regiones mínimas, los mayúsculos recuerdos, perennes, ¡Sensualidades del tiempo!.
Instantes de néctar nácar.
Donde se deshacen las almohadas en la luna. Interiormente en rayos de oro donde libre vuela, enamorado, extremamente por el tiempo, de la tierra, que se estremece alborozada, y lascivamente reverdece.
Donde Se huelen flotando orquídeas, nardos y claveles, en olas de pasión y sombras frescas, prestos a derramar armonía, y el rumor de tesoros, impregnados de besos, y batir de alas, adorables, en las alcobas de párpados, que se levantan, y deslumbrantes se cierran.
¿Qué sucede?...¿Estuvo acaso el tiempo? En El reloj de Cronos...Pensando en Curio Aún apenas. Con lácteos elementos transuránicos. No bien Bombardeado de placeres apacibles Hasta que... Con partículas lujuriosas, hizo, al paraíso. En un ciclotrón apasionado.
¿Dímelo, clima, inmutable eres ?. Bordado, vencido por eternidades instantáneas, petrificado, en la sensualidad naturalmente, diamantina, indulgente.
¡Silencio!...Casto y bondadoso Como el sauce que se adapta. A sus tormentas diariamente.
¿Será la vida que pesa, que pasa, o se ha ido?. Cronométrica... ¡Mente!. Sensual. Entre renacimiento y resurrección.
Nada puede solo un hombre. Solo a sí mismo. Y a veces. Ni siquiera eso Aprende Aunque la voz de la muerte en torno un soplo disipe el humo fervoroso en el ánfora encuentre la ceniza de sangre.
Las lágrimas inocentes del silencio, de consciencias metálicas raíces, de fáciles perdones enconchados, de los deseos no colmados.
¿Cuánto hace qué la humanidad, dejó entre cortinas, los labios, secos de infancias juventudes, las tardes, las mañanas inciertas, las camas y mesas, solitarias en los hogares, estancias piadosas enriquecidas, de llantos, de insistentes y agudas, ausencias?. Más dime, si puedes, libres los labios, destrozos infames, pueden, hacer del silencio encadenado, vástagos de sinceros latidos.
Solos estamos, si solo pensamos, en otros solos iguales, al miedo en las venas, atados a inútiles, vidas de arañas suspendidas.
En un dedo, en un amor pequeño, olvido que a nada combate, ni escribe una letra una palabra, una pálida tinta.
Interrogándose cobardemente, un viento inmóvil. Mueve, acaso las páginas, del pasado, y recoge las flores, secas de lápidas blancas, en las rodillas. ¡Donde, las duras penas anidan!.
Solo, en sí mismo, su consciencia, el hombre humedece, los labios secos de la memoria, que aprisionada y embebe cada futuro.
Cada mañana, cada madera, y hace los clavos algodonosos, de los olivos torturados, del éxtasis sangriento abundante. Dime, si puedes. ¿En donde marchita, está escondida la eternidad?.
Solo, un hombre nada puede, y a veces. Ni a sí mismo, se escucha, en el miedo insepulto, de un lapidario presente. ¡Solo, solo, solo humo!. De uno, solo.