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Llegó aquel día tan ansiado para volar a sus brazos, era el día D, el definitivo. Partía de mi lugar natal hacia el lugar donde sabía que se encontraba aquella mujer que despertó en mí ser el ímpetu de amar. Fueron kilómetros de sueños, una empresa cuya finalidad era declarar mi sentimiento a un ser sublime de encanto, de una ternura infinita de una belleza eterna; ella había descifrado la clave del amor, había encontrado la llave que abriría la puerta de una inmensa llanura que necesitaba ser cultivada con la pasión de un sentimiento loable y diáfano. Fue razón suficiente para realizar este viaje de estrella en estrella, de surco en surco; en buscar y de encontrar en sus ojos misteriosos la respuesta a la pregunta sencilla pero difícil de responder si tenía en su corazón un pequeño lugar en donde alojar un derroche de ilusiones que emanaban en cada nota de mí hablar suave y tembloroso. Fue esa canción en el otoño de tan lejana nación que sirvió de escenario, en la selva de cemento en donde el hombre como hormigas deambulaban casi sin brújula, en donde en el lenguaje de las manos, en un abrazo tan fuerte como una tempestad, transmitía mutuamente energía en una declaración profunda de emoción que decía en coro con cada latido de mi ser, la luz de mis ojos que había hecho brotar de mi naturaleza humana, era el amor que exclamaba, tan fuerte como la energía de los astros y tan puro como la luna, como el susurro del viento que se coquetea con los árboles y los fieles ruiseñores que besan los pétalos de la flores. La vida dejó de existir por un instante, nadie caminaba, ni el viento se movía, ni los relojes marcaban las horas, solo existían dos seres que se amaban y en ese abrazo se unían dos almas que brillaban con luz propia, en un homenaje a los amores de las novelas, pero era real como el agua de la lluvia, como la brisa de primavera. No era imaginación, ni un sueño; parecía que se había entrado en el paraíso, todo fue paz; a pesar que las bocinas de los autos y el andar de las gentes que querían distorsionar tanta precisión, era como una sinfonía tocada en clave sol, alegre y virtuosa, era el amor en su día de independencia, pues había nacido un verso de un poema interminable que llevaba por título un amor posible.
Jd. 24 de octubre de 2011. Hora 2h15
Caminamos juntos en una ciudad sin nombre, pero conocíamos sus entre tejos, al fin llegamos a una antigua calleja tan amplia como el horizonte, vivía en un palomar, más cerca del cielo me decía entre ciernes. Entre cuentos y cantor de cuentos pasaban los minutos; al abrir la puerta de su palacio luego de trajinar por largas escalinatas, hizo la aparición de una dama lanuda guardiana de los tesoros más ricos de la faz de la tierra. En cada ladrido hizo saber quién manda ahí, pero con una suave caricia su feroz mirada se transformó en una suave pasividad. Caía la noche, y los ruidos intestinales hacían su presencia en reclamo de su alimento; era hora de ver las provisiones, falta algunas cosas para el menú celestial. Había que salir de cacería, tan pronto, porque el frío carcomía los huesos. Entró la señorial princesa a un bosque encantado allí encontró lo necesario para el festín; entretanto junto a la dama lanuda divise en un peñasco unas rosas rojas que brillaban desde lo lejos y me llamaban, querían ser instrumentos del esplendoroso idilio jamás existido en aquella comarca; rosa a rosa desfilaban muy aprisa se podía apercibir su perfume de antaño, reposado en los siglos de los siglos y que le pertenecía a tan vívida princesa. Al regresar del bosque encantado la princesa, vio que su fiel enamorado extendió su mano y le entrego un ramillete de rosas con perfume de asura. Quedó maravillada la princesa y una sonrisa germino de su semblante la llave de su corazón se encontraba cerca.
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Poeta
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