SOBERBIA SOLEMNIDAD (Neosurrealista)
Ya vienen por el vientre de siempre. Con el árbol de cada día. Cuando alzan al desdén como baluarte. Como aguas tranquilas y azulosas. tejiendo las brumas y las nieblas. con armonía. ¡Qué hiela la memoria y los fantasmas!.
A pesar de la esperanza en el cultivo de las balas, y el incremento en la producción de huesos, que ejercen sin duda alguna, un cierto atractivo sobre los depredadores de las monedas, que no tienen la libertad de determinarse por la proscripción suave, y el acerbo llanto de la lluvia que dialoga con los pianos, que mueren perseguidos por el mármol dulce, en el torrente torturado por la fatal potencia, donde falta la consciencia de su especie, cuando el edema les llega a los pulmones, y confunden el efecto con las causas que provocan, que los separan de todos los metales orgullosos, en el borde ciego del abismo melancólico, de frenéticas ráfagas e incandescentes rayos, que gustan mucho de las fotografías, que cruzan el río en el mismo punto de tierras emergidas.
La tragedia, no se debe sólo a la felicidad de las arañas, ni a la fuerza absorbente del apetito impedido, junto con la indiferencia de la nieve, y el desprecio del papel encerado, más allá de la pureza artificial de la angustia inesperada, que corre por cada nube, y se le ve en la evasión pasiva del teclado inadaptado.
En estos caminos vertiginosos, existen otras razones, menos azules, que si bien incrementan la debilidad de las verduras, no dejan de ser los sentimientos que se empeñan en soñar comprando hermosos vestidos, para la tristeza con la botella de leche en la boca, y los viejos caprichos y deseos, por la desesperanza de la mano que intenta consolidarse, en la intimidad de un saludo, ligado a la interferencia de los hilos de la trama, que hiere a los agravios de los anhelos.
Hasta hace poco, no se hicieron los estudios de los determinantes de la altiplanicie, como el factor más eficaz en la observación participante de los rincones, que a su vez paralizan el amarillo, que se refugia en la inercia del rojo por las calles, y los cielos temerosos e irrefrenables del aceite en biberones. Es difícil encontrar estadísticas honestas y sinceras, que consuman sólo números en gotas, con la etiqueta mortal del hambre falsa, y el rostro impregnado de piedad diminuta, con la placidez asombrosa de las campanas, que dan mayor certeza al análisis de la catarsis, sin intentar disgregar el cuerpo, con la humedad del aire de los escapes radioactivos, en los embalses y pantanos, con el alto poder de disuación de las pasiones destructivas.
Esto puede ocurrir, en las cómodas metrópolis de nueces, con la omnipotencia narcisista de las fresas, y la mortalidad reducida de las tuercas, cuando los tornillos marginados se vuelven enemigos de las tijeras. Aunque las pruebas en el agua son un paso indispensable, los jabones no ven la razón que les asiste, y en muchos casos los miligramos protestan, como si fueran litros, más allá de diez kilómetros, tan ligeros y menudos que parecieran ser hombres, desesperadamente buscando la mano sobrehumana, que indaga sobre los dolores de los cocoteros verdosos, que derraman sus consuelos, en la escala ilusionada de las enredaderas, con los rigores del olvido más reciente, que se inclina por el ocaso pertinaz.
Autor: Joel Fortunato Reyes Pérez
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Poeta
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