L.A.P.I.D.I.F.I.C.A.D.O.
¡Dame!. Silencio, los labios de tus ecos,
a veces, te veo, en la piel,
quejándote, flor, en espera,
de lo que pudo ser, después,
sobre las alas de mil pretextos,
dentro de la edad, olvidados,
en el perfume de la noche, aguda,
del agua que me duele, arenosa,
en el espejo escondida, sombría,
por la ausencia del mundo, magro,
amarga larga viveza demorada
cautelosamente indiscreta hoy.
¡Dame!. Despacio, los relámpagos de asombro,
del cuarto, saliente, resbalando, infinitas,
mil ausencias, apodícticas, dudosas,
estés donde estés, incierto, seguro,
en la madrugada por los tejados
herida por el verde de los pinos
llorando el río, por la estéril catarata,
del trigo confundido por la noche,
al despertar, sobresaltado, reseco, el eco,
por el impulso, perdido, extraviado,
en la paz quemada, inexistente, solo,
creída precipitadamente, meditada en serio.
Autor: Joel Fortunato Reyes Pérez