Poemas :  EL VERBO SER
EL VERBO SER
Autor: André Breton
Normandía 1896 París 1966
Esta versión al castellano es de Armando Rojas


EL VERBO SER

Conozco la desesperación a grandes rasgos. La desesperación no tiene alas, no se halla necesariamente en una mesa servida en una terraza, en el atardecer, al borde del mar. Es la desesperación y no el regreso de una cantidad de hechos sin importancia como las semillas al caer la noche dejan un surco por otro. No es el musgo sobre una roca o el vaso para beber. Es un barco acribillado por la nieve si queréis, como los pájaros que caen y su sangre no tiene el más mínimo espesor. Conozco la desesperación a grandes rasgos. Una forma muy pequeña delimitada por joyas capilares. Es la desesperación. Un collar de perlas para el cual uno no sabría encontrar un broche y cuya existencia ni se sostiene en un hilo, tal la desesperación. Del resto no hablemos. No hemos terminado de desesperarnos si comenzáramos. Yo, me desespero por la pantalla a las cuatro, me desespero por el abanico a medianoche, me desespero por el cigarrillo de los condenados. Conozco la desesperación a grandes rasgos. La desesperación no tiene corazón, la mano queda siempre en la desesperación sin fuerza, en la desesperación cuyos hielos no nos dicen jamás si murió. Vivo de esta desesperación que me encanta. Amo esta mosca azul que vuela en el cielo a la hora que musitan las estrellas. A grandes rasgos conozco la desesperación, de vastos asombros menudos, la desesperación de la altivez, la desesperación de la cólera. Me levanto cada día como todo el mundo y descanso los brazos sobre un papel floreado, no me acuerdo de nada y siempre es con desesperación como descubro los hermosos árboles desarraigados de la noche. El aire de la habitación es bello como palillos de tambor. Hace un tiempo increíble. Conozco la desesperación a grandes rasgos. Es como el viento de la cortina que me asiste. ¡Se conoce semejante desesperación! ¡Fuego! Oh van a venir de nuevo... ¡Socorro! Helos aquí cayendo por la escalera... Y los anuncios del periódico y los avisos luminosos a lo largo del canal. ¡Montón de arena, vete, especie de montón de arena! En sus grandes rasgos la desesperación no tiene importancia. Es un hacinamiento de árboles que una vez más van a hacer una foresta, es un hacinamiento de estrellas que una vez más van a hacer un día de menos, es un hacinamiento de días que una vez más va a hacer mi vida.
Poeta

Cuentos :  Criptomnesia
C.R.I.P.T.O.M.N.E.S.I.A.

Toc, toc, toc... ¿Quién podrá ser a esta hora?.
Debe ser el viento. Huye. Sin equipaje.
¡Así es!. Y ni siquiera se dio vuelta.
No obstante. No es tan horrible, si se le
mira atentamente. Distraído, disimulando
el polvo. Carece de importancia. Es la joven
brisa asumiendo a simple vista el espesor
de una viga medio salvaje. Entrando.

Entrando al jardín domesticado, excesivamente
satisfecho. No lo ves. ¡Enciende los audífonos!
¡Toca la lupa!. ¿Se puede saber que estás
pensando?. Imagínate. ¿Acaso lo mismo
en que no puedo ser muy preciso, desgraciadamente
la situación es clara, son prejuicios insensatos.
¿Diplomáticos fantasmas?. Están afuera.

Toc, toc... ¡Déjalos entrar!. ¿Quién pensabas
qué era?. A media noche. Son más de las dos.
No dispongo de un repertorio de pesadillas muy escaso.
¡Cada vez son más baratas!. ¿Hacemos la prueba?.
Bueno, empieza por tener miedo, una hora más o menos.
¡Ayúdate del tic-tac si quieres!.

Pero solo a medida que avance por el pasillo.
No, no... No es el viento... ¡Son los recuerdos
que nos buscan!. Es la tétrica disposición
al inmenso consuelo que se compra.
Y ahora estoy aquí. Tocándote. En un abrir y
cerrar de ojos. Soy el olvido que iba a...
estrellarse en la memoria.
Toc, toc, toc... Tic-tac... ¿Qué se yo?.


Autor: Joel Fortunato Reyes Pérez
Poeta

Cuentos :  Memorias de una fotografía
Memorias de una Fotografia.

Dormía en una caja pequeña donde se guardaban
los recuerdos unos lápices amarillos carcomidos,
y entristecidos al mirar algo sin importancia.
Eran las cinco de la tarde cuando un reloj distraído
marcaba las cuatro y media, sin más entusiasmo
que el cuervo al pasar junto a la ventana en dirección
a la colina azul. Despertó inquieto al ver una tortuga
en la orilla de un minúsculo lago, atrás cinco o seis
conejos jugaban entre la paja y la luna rojiza apenas
se movía reflejándose en el agua de un círculo ondeante
e inseguro. ¡Diluyéndose!. El fuego absorbió la vida
escasa de una lejana ceniza radiante de inocencia.
Un monstruo de miel abierta recorría inconcluso
el hambre qué alimenta los pálidos lamentos del
olvido de la tarde glacial en las ansias remotas.
Se decía que escenas semejantes ocurrían a menudo
en el fondo de los vasos. Se trataba sobre todo, de
figuras multicolores derramadas del techo del establo.
Viéndose a veces como triunfa en los campos el
labriego con algún nítido paréntesis impenetrable, y
mudo en la lid extraña a través de los siglos y la muerte.

La sed tenía ganas de llorar alcoholizada como una
cobra en las olas del ensueño y cubierta por las sombras
del aire revuelto de los mares recién martirizados...
Esta sed estaba prisionera por el viejo tabaco desempleado,
y contemplaba la dicha perdida de una pipa de larga cabellera
sobre la mesa en cautiverio, encendidos los colores engañados
al cruzar las dudas y temores ocultos en los valles de las brumas
en la montaña del poder del tiempo, y el aire cediendo ligero
a la común opinión del residuo estéril de una brasa con agonía.
El momento se sentía ofendido por la realidad ignorada detrás
de una mariposa cargada de harina, y una escoba reposaba en
la pared antes de abrir la puerta un grillo ebrio del pueblo que
camina contando ovejas. ¡Tantos años de cañas, uvas y cebada
dejaron su huella en ese lugar!.
A medida que las nubes tocaban sus pies, los insultos entorpecían
las maniobras entre las olas que se rascaban con valentía la brisa,
dueña de los calambres de la espuma arrojando murallas de trigo
para reunirse alegremente con los zapatos.

Como el tren no corría por el humo indescriptible, ya no era tan
seductor como un ser prendado de la luna al contemplar su estrecha
frente conmoviendo la mágica centella de los gusanos subidos en
las sillas con sus cuernos al sol, y el aroma del bolsillo cubierto de
metales en la garganta del corcho que danzaba arrancando caracoles
con el yeso del mundo fósil, y el corazón en otro sitio dentro de un cuchillo.
¡Vaya foto esta!___Casi cabe en el ojo de un blanquísimo caballo
hundido en el centro de una manzana obscurecida por la hierba.
Durante días y días en su cara asomaba una sonrisa asombrada,
precisamente estampada en los anhelos de la camiseta menos viva,
pero más clara y más amistosa que la indignada ansiedad al entender
poco de la tristeza al perpetuarse por horas, en los borrados contornos
del gastado y arrugado retrato...
Recordaba aquel día con sus alfileres de saliva entre las cejas y la cabeza
tranquilamente se hundía en telarañas sabor a edad media sin escala,
y sin miedo a las monedas derribadas de los solitarios vidrios de las
deshabitadas ventanas al acecho de un paisaje de oxidadas llaves.
La primera vez. ¡Oh, esa primera vez!. Gritaba en el rostro un lustro
de enormes cúpulas de sierpe trepada al poder, y esa vez no deseó
sacudir las imágenes curiosas del colchón, sentía amablemente el estipulado
periodo con la esperanza de que se iría sin decir nada.

¿Para qué?. Debajo de la almohada había unas gaviotas de piedra
con los girasoles de cemento y la firme voluntad de los puentes y tejados
entre unas mariposas que pasaban por las aguas del olvido gastado.
¿Qué caso tendría?. La inmensa mayoría de los borregos tenía un
cáncer dormido entre la lengua, el cerebro y los pulmones, unos gusanos
enormes campaneaban en los perros equivocados por la rara inteligencia
de duras barracas con el perfil del pulso en los huecos corazones bocarriba
de los carros. Los lagos tenían olor añejo, ron, tequila, vino rosado y cerveza.
Además. ¡Vaya de nuevo en la foto!.
Las ramas pensaban ser solo un acto de fe en el aire lastimero que aguarda
en la raíz en sus crisoles de fragua por las fuerzas misteriosas al impulso
del hipódromo nublado por el resplandor de nebulosas...
La memoria era ya un inmenso territorio de nadie, sin sentir más que el líquido
viscoso que sudaba sin bríos para atrapar las botellas y los vasos que subían
multiplicándose entre las preguntas traídas por unas batas blancas en el
anzuelo de una jeringa, con la bondad de los obstáculos que saltaban
como corceles en la transmutación del oro que delira por el plomo...

Tal vez algún día fuera entendido, en la mano piadosa de un látigo flagelante
por la natural astucia de una bestia paradójica con la sexta disfraces
de un engaño desarrugando el ceño en las setas de un teatro que bosteza
al volver la vista atrás de lo que nada sabemos en el arcón de mohosas maderas
y las moradas ciruelas de alas lentas. ¡Sí!. Ese día salió de la caja con la
inesperada presencia de su espuma amarga medio receloso en una jarra.
¡Y todo aquéllo le había sucedido antes de ser bebido por la botella!.
Aunque sin el marco, la memoria es un huerto de huecos hechos foto
.


Autor: Joel Fortunato Reyes Pérez
Poeta