Cuentos :  Funebridad fotónica
FUNEBRIDAD FOTÓNICA

La luz se ha escondido en un cepillo,
y la obscuridad ya no es verde.
Por pocos siglos los párpados se fueron secando
con el azulado suelo encima y, las piedras
blandas por el nuevo río.
A pesar de todo, la esperanza conservaba
la belleza en formol y luego en nitrógeno líquido.
Recuerdo aquel gesto de las calles asustadas
saliendo de los dientes de los cadáveres sentados
escribiendo del magnífico orden y la paz
excesiva emanando del reluciente pavimento
cultivado con los más tiernos eritrocitos.

Sin embargo, el aire se enrarece, es un silencio
ondulante cayendo de algún árbol con la impavidez
de la luna desnudándose los embragues, y unas
lágrimas más osadas sin ningún prejuicio se secan
en la inmemorial demencia destellando una sonrisa.

Solamente yo destejía confundido el absurdo
que vivíamos saboreando entre las arterias
más petrificadas de la última versión de piel
qué cubre una porción carcomida del viejo espíritu
en la distorsionada y reciente pseudoconsciencia.

Pero para entonces ya no decía nada la noche
que busca extrañamente mi silencio entre los
alambres pajareados innombrables, con la identidad
de las metálicas palomas enroscadas con el código
encriptado y enredado.

Además, el frío danzaba en los techos.
Abierto al exterminio del soplete, y la seguridad
del alquimista vendedor de helados amorfos, por
la tarde que iba y venía en todas direcciones,
apoyado por el más honesto azufre, penetrando,
al parque para explicar la geografía del alma,
en las cuatro puntas del viento de pétalos ardientes que abren grietas entre la soledad indomable de las más modernas nanopartículas.

Se detuvo, en el propietario absoluto del reflejo
dónde cada curva corresponde con perfecta exactitud a las líneas y curvas del otro.

Descubrí su movimiento, he hizo lo necesario para
que no lo reconociera, pareciéndole perfectamente legítimo, aún en el supuesto de que fuera una imitación del original. Sabía que no lo soportaría temiendo envejecer prematuramente.
Y ésa era la cuestión.
El amanecer más temprano que de costumbre importa
poco de tener un doble. ¡Sí, sí, un doble!.

Y le sorprenderá verme volver tan pronto sin quitar la vista del infusor de tiempo vibracional inverso. Como una trágica sombra que da miedo. Y ahí donde se proclama lo superfluo de la miseria ajena de civilizaciones extrañas en las últimas estadísticas del monitoreo espectroscópico.

En cierto modo, lo llamo con mis palabras sin escucharme, fingiendo una insolación bajo la obscuridad tibia y perfumada, como dos ciegos tantean el camino sonriendo en la penumbra, en la irradiación invisible de un espejo.

De las esferas cae un vapor esparciendo un tenue
resplandor, y arriba de la tercera luna en que se va adhiriendo, aparece un violáceo transparente y puro, muy atrás del campo de fuerza protector de milenios compactos, y las peores interrogantes en los inmensos almacenes de memorias inútiles.

La tierra se ha convertido en el primer museo de la galaxia, y las visitas son esporádicas.

Al llegar al punto medio dónde las moléculas intercambian electrones en la superficie, siento escalofríos, al estar suspendido sobre el abismo.
Y ahí se ríe y me dice que siga, que no tenga miedo. ¡Triplicado, multiplicado al infinito!.

De pronto y de alguna forma sé que no aparecerá más.
Y es así como reconocí, la esencia de no ser nadie.


Autor: Joel Fortunato Reyes Pérez
Poeta