Formularon incómodas preguntas…Los interrogados miraron de soslayo…Luego, siguieron en lo suyo, impávidos, proyectando perfiles, asociándose en la ploma cofradía del silencio…
Les habían asignado a los poetas, estos anárquicos bohemios que rayan la pintura de los solemnes juristas, un rol categórico: Voz de los que no tenían voz, faro guía para que navegaran los faluchos en la noche.
Por justo dieciséis los poetas se la tomaron en serio…Sesionaron por largos manteles clandestinos, concertaron madrugadas y epitafios.
Claro que hubo algunos que prefirieron alardear de herméticos: se tragaron los gritos, se excusaron con crisoles modernistas…
Otros, usando largas botas para el barro, se construyeron palafitos y como los canarios cantaron dulcemente desde sus jaulas…
Pero, los más persistieron. Se pusieron a pintar murallas. Algunos, exiliados, optaron por sesudos análisis sin tiempo y quedaron anclados al dolor de una partida.
Pero, los más, se volcaron a cabezazos, a pura tinta y brocha gorda contra los túneles convivientes…
Fue por dieciséis, acaso menos, los poetas nunca pintaron sus cara, fueron dramaturgos de lo cotidiano. Espartanos gladiadores de la palabra.
Todos ellos, escribiendo, actuando, cantando, grabando o esculpiendo, pintando, gritando o murmurando…También vociferaron. Era la tarea social que les imponían
Y gritaron fuerte. Se tomaron en serio ser voz de los que no tenían voz. Todos ellos estuvieron, a su modo, dándose de codazos para ser vanguardistas. Pero la mayoría, al fin y al cabo en la misma línea…
Se la creyeron: faros. Con la soledad a cuestas como todos los faros. Con rompientes a cada verso, como en todos los faros. Dando a luz esporádicamente, como todos los faros.
Sin pretender avisos luminosos para ayudar al gasto de energía, así son los faros... Todavía, al menos, nadie ha publicitado diet cola en los faros.
Poetas, faros, iluminando a tientas los apagones…Y ellos se la creyeron…
Pero, justo a la salida, con la garganta ronda, faltando varios, ignorados, dispersos, sin la más mínima antología, los poetas creyeron que el gran eco de todas las voces les respondería. Que manaría de las montañas una respuesta casi absoluta: el eco rompiendo los tímpanos de las cansadas ciudades.
Esperaron, esperaron. En vano reposaron sus espaldas sobre los muros que quedaban. Nada se oía, nadie respondía. Sólo empezaron a ver las multitudes, sólo percibieron algunos abrazos, unas pocas lágrimas.
Y, luego, las carreras, las bolsas plásticas de las liquidaciones y el silencio.
Todos pasaron de largo, los escaparates repletos de testimonios se pusieron amarillos. Los trabajadores del arte quedaron cesantes, cambiando afiliados de aefepé en aefepé.
No los antologó nadie, los discursos perdieron vigencia. Resultó demodé tanta nostalgia.
Los silenciosos burócratas de siempre, con su amnésica mirada, archivaron los dieciséis, como si nada.
¡Lástima! Lástima que los poetas se la tomaran tan a pecho.
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Poeta
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