Dadivosidad Indómita
Porqué nació el fin resuelto a empezar,
en el reino del vapor fidedigno.
¡Manzana manual almendrada!.
Superficial fealdad callando,
el mal tono del recipiente,
fuelle desinterés del daño.
¡Habitación feroz de paladar cruel!.
Al interés tenue del invierno,
el huésped se derrite pleno.
¡Carente permanencia insigne!.
La virtud, del abandono, sin fe.
¡Apacible jarro sin destellos!.
Nace,
Nace débil la miel fértil,
En la espera invariablemente oscura.
¡Valle informal del pez grasoso!.
Al sol infeliz que incendia.
¡Cada luna incurable lago!.
Ruido. De cadenas. ¡Libre!.
Porqué... ¡Guarda fingiendo al silencio!.
Indómito dadivoso en la dadivosidad indómita.
En la blanda benevolencia de la pared menos
distraída carne impersonal de cera invernal es
blancura por excelencia tres veces del elástico
penúltimo en la cicatriz de la tablilla funeraria
al borde de los barcos parcos dotados botados
de avidez por la vida al comienzo de la audacia
qué subsiste por encima del drama de la cara
cortés obtusa de nuevo bajo un casco desnudo
por eso del fantasmal crudo interior incalculable.
Indómito
En la dadivosidad
Indómita
Dadivoso
¡Oh, conmovedora existencia!.
Del fruto melodramático al contacto precoz.
Del ascenso extenuante.
Del ritual intermediario.
¡De la edad tardía de la escoba!.
Del ínfimo rango ostentoso.
¡De la larga mirada de la oruga!.
¡De la profética trompa de la hormiga!.
Un escarabajo explica meticuloso.
Los desenfrenos del agua,
entre las ramas del fuego caídas,
las calles danzando en las gotas.
¡Decorando campanas portuarias!.
Autor: Joel Fortunato Reyes Pérez