Hoy, definitivamente vuelto al terruño, oigo la familiar sinfonía de su noche: Entre los diversos tonos monocordes de recónditas gargantas, se destacan los de ranas, grillos, un gallo precoz y un súbito hilván de ladridos recelosos.
Me siento tentado de hundir mis manos en el estanque sombrío de ésta noche, ornamentado por las auríferas pepitas que emergen desde su lecho primitivo, y, teñidos mis dedos de su luz traviesa, iluminarme el camino hasta tu casa.
Pero caigo en la cuenta del presente: Melancólico, admito con tristeza, que la noche no canta sino llora y su charco de ilusión está muy alto, muy encastrado su oro, y tú, no sé... Dicen que hoy, tu casa es el prostíbulo.
No obstante, tengo ganas de rasgarme dedos y uñas en lo áureo, e ir a verte como a todo lo añorado, extinto o casi, y allí, sin tocarnos, evocar aquel desflore triste tuyo y el perturbado estreno mío. Verte…, así me cueste un firmamento.
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Poeta
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