Hace un tiempo decidí guardarme en mí, no por decepciones, pues las asumí como las alegrías: naturalmente. El amor ajeno que se fue, se fue porque se tenía que ir en pos de alguien o algo mejor y como no era yo quién para impedírselo, nos despedimos sensatamente, al punto que espero le haya ido muy bien seguro a mi vez de, “sin sangre en las venas”, ser objetivo.
No, no, yo hablo de guardarme en mí, emocional y gustosamente y muy conforme conmigo; ya que no ofendí ni lastimé ni delinquí ni traicioné, sino todo lo contrario: alabé a quien me ofendió, guarecí a quien me lastimó, solventé a quien me robó y confié en quien me traicionó, lo cual asimilé también; pues el no hacerlo, sería ignorar nuestro genio claroscuro.
Hablo de mi decisión de guardarme en mí, pero sin rencor y de acuerdo o no, redundo, tolerando en lo posible la motivación nociva de cada interés ajeno. Sucede que estoy un poco cansado, no resentido de cierto prójimo que no tiene la culpa de ser escorpión como yo rana, cansado de darme sin condiciones y hasta apático últimamente, ante un futuro fracaso asegurado. Y así no se vive la vida que se anhela buena y feliz.
Decidí guardarme en mí, como quien guarda en un cofre una posesión querida, sincera, casi sana; una reliquia modesta que a los demás no le interesa y sin embargo, uno atesora con alma y corazón. Ser un alguien que vino a ver el mundo y no le gustó, pero se remite a su cautela para no guerrear y matar y se recluye en sus íntimos buenos principios.
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¡Me calenté!: decidí guardarme en mí y montar un negocio que bien podría ser una bombonería y chocolatería, (que me apasiona) con un gran surtido de bombones y chocolates; blanco y negro en diversos formatos; me gusta en rama y como mi negocio estará en medio de un polo o desierto, si el amor llega hasta allí, a pie, nada de locomoción, podrá comerse mi corazón (de chocolate).
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Poeta
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