Declaro esta instancia del amor mi fundamento, rescato el amor de los canastos y aplaudo las vetas sensuales del amarte.
Cuando voy contigo a la feria, temiendo los ajíes, pero deseándolos, eligiendo el perejil y el cilantro, oxigenándonos el alma con los llantos de las valencianas nuevas, probando, pellizcando, colocando aretes de guindas en tu pelo anárquico, besándonos con el disimulo de jugosos duraznos, por sandías caladas el vientre clamando, descubriendo en la semilla de los melones caribeño espacio, regateando, por gusto, el racimo anhelado, ¡le vamos poniendo aromas a la vida autodidacta!
Cuando trémulo presencio la preparación de los mariscales, o practico mi gimnasia única en pesados bolsones de la papa chilota indispensable, estoy en la antesala cotidiana del amor no teorizado, del deber prehistórico de vivir y reproducirnos…
Por eso aplaudo las vetas sensuales del amarte. Por eso cocino contigo, sin quejarme, cebollas, tomates y mis infaltables ajos. En aromas de albahaca, los pasteles de choclo me gritan que existo como hombre americano, que florece en lo propio cuando llega el verano.
Amarte es por eso, una mesa dispuesta, la ensalada, el vinagre, es el pan que nos une con su mágica estera. ¡Vivan, amor, la gracia que prodigas en la mesa modesta! ¡el aroma, el aliño y el vino, antejardines de todo mi espíritu!
Algún día ese espíritu, ya sin dientes ni muelas, extrañará el embrujo terreno de almorzar charquicán en enero.
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Poeta
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