Atortujó el néctar de la abeja hambrienta, con los plieges del silencio viperino, como manchas verdosas de madrágoras inertes. Caminó con las alas ligeras de su pluma metálica hacia las letras insanas en la barahúnda de su ego. Enjugó la lágrima pesada de sus tiempos perdidos, Y se autocriticó finalmente frente al espejo: "¡ Qué improntas de mucosas purulentas !
Básculas que sopesan el ósculo mefistofélico: ¿ quién talla unilateral y excelso el jade del pensamiento negro ?
¿ quién babea monarquías de jurado literario entre la masa de embrionario intelecto? ¿ Acaso ocasos obnubilan la memoria ?
¡ Descartes ! Ilumina en leños rojos de sapiencia los afatares del verso pomposo, te lo ruego. ¡ Humildad de lentejuelas que merecen sulfatares !
Mortecino floripondio: crea mensajes de tigres. Firme en pulso, de Vivar si existiera ese coraje, infectos si apeteciera defenestrar tu maceta.
¡ Solevanta el verso derritiendo tu galinda obra de sofista autosatisfecho con la mano del segundo hijo de Judá !"
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Poeta
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