HERMANO DE NEPTUNO
Vivía el gesto elástico y venerable anciano.
El tiempo doblado y esférico. Pitágoras programable.
Vibración en unidad y disco duro reblandecido
Una constancia razonable por las arañas y sus redes.
Ese venerable anciano era un gran fluir de sueño.
Que domaba los torbellinos y corregía el curso de los días.
Y con solo transmutar una calma y obediencia al tiempo.
Y respirando armonía y sosiego avispado.
Su pensamiento vigoroso de Titán, sin hundirse como el mágico,
transatlántico de vacíos ricos y retorcidos carbones.
A través de las escotillas y los senos sagrados enormes.
Lagos subterráneos de las vírgenes, sacrificadas y acuosas.
Ese anciano se volvía joven a voluntad. de espejo y reflejo.
Y a cada nuevo espejo introvertido interrogaba.
Floreciendo...Recapacitando...Meditando.
¡La pestilencia y podredumbre, del humano codicioso absurdo!.
No esperaba más, y simplemente contemplaba,
y contemplaba.
Hipócritas. Arrogantes. Retorcidos e Improvisados directivos vanos.
Y seguí y seguí al venerable anciano.
Y en cada tiempo enfermizo, pensaba osado.
Como un sano oso, como una luz que carece de sombra.
Y su venerable cordura invitaba a todas las cautelas.
Vivía tolerando las orillas, los caos y anarquías.
Y simplemente se tornaba transparente.
Agua de nube. Arena de playa y fuego.
Leyenda y coyuntura escala fluyendo.
Regios misterios ostentosos, carne de ignorantes.
Mundos subatómicos, en espacios indeterminados.
Y con la energía de su masa salían los fotones.
Y con la antimateria se bañó sonriendo.
Animando las entrañas de su esencia.
Silencia elocuencia emergía maravillosa.
Con cada gesto, elástico y como liga cada templo.
Plegaria auténtica de la nobleza, templanza y honor.
¡Sin exhibición!, Siempre un esplendoroso arrojo sin cerrojo.
Ojo celeste ciego al dolor humano desalmado solitario.
Un infinito frío de caverna y un amén perpetuo y sanguinario.
El venerable fue anciano, joven contemplación verdadera y atractiva.
Un día con acierto se tornó invisible.
Y ahora. ¡Oh, esté ahora su presencia sin ausencia permanente!.
Sé que vivía en cada gota en las lluvias del océano.
Y que era el venerable hermano eterno con el agua.
Autor: Joel Fortunato Reyes Pérez