Allí, al final de esa calle empinada donde se recuesta borracho de viñas el sol, allí vi tu silueta por última vez, y a la noche me quedé oyendo graznar los cuervos azules de la melancolía sin poder quitar de mi mente tu figura resuelta a inmolarse en el ocaso hasta desaparecer.
Yo no sé, diciéndote feliz conmigo por tanto tiempo, qué impulso te hizo dejar de amarme hasta quitarle a tu desinterés, su máscara placida y arrojarla a mis pies como una culpa mía. Yo, que te traje a escuchar la rumba del mar sonando sus maracas en el atolón, yo, que te salvé de la perdición para que me salvaras.
Cuántas veces con tus cabellos y túnica al viento me gritaste te amo y cuántas veces hice que mi egolatría salvaje se arrodillara ante ti como un potro dócil. No me alcanzan las estrellas del cielo para contar las veces que nos narramos la historia de cuando nos conocimos. Historia que quedó conmigo, ambos sin importancia para ti.
Hoy, en el estanque que es mi vida figuro mi esperanza de lo nuestro burbuja trémula que nace y explota. Y aunque porfiada de tu ausencia me ande una angustia atea de la muerte irreversible de tus besos, así como el ahínco tenaz de éste poema que, "tocando fondo, cava", desde que le puse cerrojo al horizonte, ya no me quemo los ojos en el crepúsculo por verte regresar.
Más bien cuando el lucero tirita hecho lágrima y heráldico el gallo me recuerda que no dormí, sonrío triste y dulce porque te perdí menos de lo que me perdiste y te pido perdón.
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Poeta
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