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VELEIDAD TACITURNA
Con la luz lenta de lunes lejano, un diamante arroja un río, cayendo estrepitosa cada espina, cual humedad traidora en cada flor, polvorienta memoria amarillenta, como la hoja en dulce arrobamiento, que discute del otoño bajo el huerto, en la vieja primavera, puerta y techo, con la noche parvada de golondrinas.
El aire, las chispas y el ruido, se quejan. Allá, el inquieto lirio, punzante cardo, teje al balcón, sillas y algodones. Porque el rostro arrastra montañas, y cabañas, y cañadas, y mañanas. Ahogándose un grito está sobrio, cuando las olas encienden los arenales, y callan la espuma, el humo herido, y en los arrecifes, el viento despierta, sones pastoriles de azules llamaradas, donde las manzanas descansan.
Asfáltica, la primera claridad se petrifica, en el momento que espera sombrío, incólume impecable, un olvido vibrante. Lejano, el instante hace llover mariposas, aún cerradas las nubes en la campiña, donde todas las puertas pueden caerse, donde piden ser aniquilados los candados, y lograrían escapar las ventanas calladas, entre las lágrimas de arena trasnochadas.
Autor: Joel Fortunato Reyes Pérez
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Poeta
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LA ORIFLAMA DEL HUMO
Porque corren las espinas entre las mañanas, se quiebran los espejos y los colores. Porque ni en la sombra cabe un pincel inepto. ¡No, ni el color podría escapar!. Por ser tantas las ventanas.
En la obsesión de garras incurables, donde los pájaros al trino esperan. Más tristes que la muerte engañosa, más heridas que la última mácula. ¡El faro rojo no la nombra!. Dicen.
El tiempo en las cabañas de piel fría, vuelven provechoso al vituperio, y el viento ni ha cedido, ni cederá. Preso el cabello de humedad llora. ¡Ya el recuerdo verde alumbra!. Débil.
Con la pluma de cada canto y llanto, con el residuo de la vida escasa. Ya fábulas el mirlo cuenta, de su aflicción dulcemente, donde la espiga come nieve.
La perla mercader no busca ingrato, por las espuelas del tigre blanco. ¡Sólo camina en la concha!. Triste. Porque las hojas solo desean los ojos, y el humo regresa cortando el bosque.
Del pecho nace un domingo cayendo, bien coronado y calzado de viernes. Entre las gotas del follaje y resina. Ya a la lluvia le fue creciendo polvo. ¡Con las estrellas y pies dormidos!.
Aquellas horas del laberinto ciego, llegaron con el olor de sombras. ¡De la ternura solo el oro queriendo!. ¡Porque la verdad se apaga con palabras!. Y se traga los caminos y los puentes.
¡Todas las flores del alfabeto han muerto!. ¡Y las puertas sin remedio escuchan!. Al manantial tembloroso un elefante, una sardina y un gallo sin camino, ¡Una sola letra pobre se ha esfumado!.
Autor: Joel Fortunato Reyes Pérez
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Poeta
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Asombrosamente Cambiante
Tímida la sombra con su esplendor reluce en el corazón fatal de luz ciego capaz de sobornar al mar con la sal plantada en miel.
Por el río de cabello plateado el sueño vuela dorado con el olor de música azul.
Allá en la inmensidad instantánea ha quedado la eterna noche desgranándose de una estrella minúscula vértebra del horizonte.
Por la cabaña que saluda mi camisa tras la risa con el dolor de ventana rota.
Anulado o crecido el misterio fúnebre arroja la esperanza testigo del vacío deshecho con la satisfacción sepultada.
Por el día de color sucio la tarde perfora el otoño con el sabor del pálido tiempo.
Nada, en el agua, una lágrima salada en la sangre invernal navegando en la tierra seca la paja en el arrecife muerta.
Por la espuma de la esquina el viento lee el periódico con el párpado del clima atroz.
En tanto la soledad se embriaga con la espuma de primavera que mece al fuego tibio con el hielo en el verano.
Autor: Joel Fortunato Reyes Pérez
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Poeta
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