LASTRE DEL DICTERIO
Enemigo.
Ya no duermas, que las tumbas son baratas,
y los guantes adobados están en huelga.
¡Qué importa que la luna nada sueñe!.
Y que el reloj el tiempo pierda,
en la piedra parda pobre,
si morimos y vivimos como un hilo,
de conchas enroscadas y asustadas.
Las noticias,
están desayunando las mentiras,
indigestas del escorpión en minifalda.
Ya van hacia el pantano. ¡No desmayes!.
Camina. Siente. Salta. ¡No mueras!.
Solo hay dolor en el suelo.
Y en la memoria sabores olvidados.
Borracho el viento atrapa redes,
con la dentadura de las mariposas,
que ya los fusiles lloran,
donde las balas se arrepienten.
Lastre... ¡Sí, lastre, lastre!.
Porque las colinas, los cerros, y todos,
los hijos de las montañas, aún ellos viven,
envueltos con la bendición de su muerte,
gratuita, que estimula la máxima certeza,
y su presencia majestuosa. Más allá,
de la raíz patrocinada,
y el cañón bajo la lengua.
¡Oh, dicterio, delicia culinaria de la noche!.
Las casas tienen su tristeza en servilletas,
y la taza del café conversa con la escoba,
quitando al tiempo las preocupaciones,
y al elixir los muertos ocupados,
con la eficiencia de un minuto en la sonrisa,
y el jardín automático con huesos.
Autor: Joel Fortunato Reyes Pérez