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Ya no quiero perderme una palabra de lo que vayas a decirme en esta vida; me demando que lo mínimo que digas, retumbe en lo profundo de mi alma.
Que me sacuda el corazón si se aletarga, cual campanada bulliciosa, tu alegría, mientras descorre mis doseles tu caricia amable y tibia como el sol de la mañana.
Quiero que me esperances la confianza para que nunca la dé yo por incumplida, que me serene con su roce cada fibra, tu gentileza sobre mi hombro reposada.
Quiero que no permitas que me vaya a lo que exija algún asunto con su prisa sin la lisonja imprescindible cada día del mero beso, sellando su importancia.
Quiero no distraerme y hacerte solitaria, quiero beberme a piel nuestra empatía contra esa hora, corazón, que vaticinan en que la copa del amor, de fina, estalla.
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Poeta
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SONETO ACRÓSTICO Autor : Antonio Bastidas. ( Ecuatoriano ).
A DOÑA TOMASA VERA, ESPOSA QUE FUE DE DON JUAN BORJA, GOBERNADOR DE POPAYAN, Y A SU TEMPRANA MUERTE, QUE LE EXPRESA ESTE ANAGRAMA DE SU NOMBRE; NACE Y MUERE ROSA; Y PUBLICAN LAS PRIMERAS LETRAS DE ESTE.
S O N E T O
N o rompe aún el botóm, cuando desvela A la atención la rosa, y la aprisiona C on nieve, que aun oculta no blasona, E n la grana, que aún vírgen encarcela.
Y quien aún tierna triunfa, en vano anhela M ayor trofeo, en púrpura y corona, V ano, si del vergel bella Amazona, E n flechas de oro al vencimiento vela.
R inde en fin, mas al punto que avasalla, E n su oriente ¡ay dolor! su muerte halla, R uina del sol, envidia de su lumbre;
O y, pues, Doña Tomasa, de su cumbre (H) S e ufana flor. Mas ¡ay! que, lastimosa, A l vivir nace y muere como rosa.
Antonio Bastidas ( Ecuatoriano ).
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Poeta
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DESCONTADO (Pseudoanticuento)
__¡Largo de aquí, cuento infeliz!. La tristeza en maceta ya se siente jardín. Bien sabemos que carga el mar, con las pestañas en las alas, y las noches frente al espejo quebrado. Y a lo lejos está el cielo que cuelga como el milagroso ungüento... Más las espadas blandas son ante las cósmicas entrañas hurañas como las noches sin marido, en la luna enloquecida con el fervor espumoso del piélago ligero. ¡Ah, cuento sin principio, historia inexistente, fraude vil a conveniencia!
___¡Ondas ingenuas que entre sus muecas perece!. Sí, sí, mira con atención: Allá está la luna montando la tarde, y recorriendo tardía la calle curiosa, por no haber aceptado el sombrero ofendido, empecinado en agacharse contando las estériles monedas con sus íntimos gusanos. ¿Y lo cuentas ficticio?. ___ No, solo es una oferta. Real fantasía para los incautos... ¡Oh, albergue pobre de la gris materia!. Pálido recuerdo perdido poco a poco, en la urna helada de los bolsillo ajenos. __Pienso, me dices, aunque lo dude con frecuencia... Que quizá sea el momento donde se sienten cercanas las fronteras del silencio que tratan de recoger todo el contacto preocupado por el cambio... Por la ciencia desnuda con sus metálicas veredas, en la humana estupidez que con ironía se regenera, y fabrica la insigne inocencia huyendo.
___ No lo cuentes con calma!... Me dicen los silencios y las sombras que nada sé de ellos, que nada es igual de peor en la mínima falsedad transformada en elixir veleidoso de lo verosímil sólo... ¡Qué no lo cuente quitándole!. Ni ofertado.
Las gotas en la tormenta se elevan con el sol que se expresa desamparado en luz, suplicante, y en la danza ritual de los gestos. ¿Qué estoy diciendo?. Dices callando. ¿Acaso que he dicho algo?. Y sobre todo, bajo esas figuras. En los claros muros que murmuran, sin duda, y sólo a veces durante unos instantes en los nidos de nieve que vuelan bajo el hielo con virginal rubor en las ánforas de arcilla del aliento que se tiende acariciando lo que no se cuenta, lo que se quita de verdad, lo que se confunde con gracia y se enreda sutilmente.
___ ¿Qué tipo de vida hace la escena mortal del abuso más lleno de armonía?. ___Me dicen que digo, que la libertad de matar al débil y engañar a los ilusos, en la razón incólume del engendro sin freno que se agita porque nadie lo quiere... Y que sólo nadie debería contarlo, quitándole poco a poco la esencia que le evidencie en la maceta que se ha creído jardín. Pienso, casi creo sentirlo, porque escucho que en la lejanía lo dicen las montañas en la opaca quietud donde duermen los campos de rodillas en la penumbra incierta que decora las ventanas abiertas.
No obstante, en este cuento, y no contando con mi ausencia momentánea que hace bien a las cosas ya dichas, y que parecen iguales para que podamos distinguirlas en cuanto están lejos los subterráneos urgentes, y que del sudor un trozo se derrumbe como un sueño que se seca en las pasiones cotidianas, prolongadas y perennes. __Dices sobre todo cuando duermes y no sueñas, y lo callas destejiendo los silencios en el ramaje sonoro de los anónimos... ¡Un simple pórtico de las puertas falsas realmente colosales en el abismo de los rumores inventados en la impúdica certeza! .
Hacía frío bajo la frente cálida de una vigilia pescadora de linternas. Y pensó: ¡Tal vez es mejor no contarlo!. Desdecirlo con desdén y desdoro, desdoblarlo hasta hacerlo repugnante, como se pugna por descuajar la más mínima razón que esté en desacuerdo... Se sentó, hizo un gesto que viajaba en un agujero angosto excavando cuatro horas en el techo y luchaba a sus espaldas el terreno con la palidez de los obscuros fulgores.
Al final se fue feliz, soñando no haber dormido, tan despierto como la razón del último siglo. Y muchos supieron que estuvo ahí nadie, como siempre, obligado a no decir nada. ¡Y fue el mismo nadie de siempre!. El que calla cuando la ausencia lo escucha y el que habla en la presencia de la nada.
Autor: Joel Fortunato Reyes Pérez
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Poeta
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L.U.N.Á.T.I.C.O.
Su aliento quedó clavado en el tronco de la luna.Todo había sucedido como nunca, pero su sombra,sabía del último grito del rayo. Lentamente se subió al agujero desde la cumbre dónde había estado descansando, y corrió unos centímetros, luego se vio en el espejo... En la orilla de una sonrisa de avestruz. Invisible el reflejo tembló, luego se levantó por el marco equivocado de los látigos serenos encerrados en el pecho, como movidos por el humo, en el ciervo del cristal de la ventana, pero regresó a la última posición, entonces se arrodilló ante la fuente lejana. De pronto escuchó un lento silencio verdoso entre la madera con la muchedumbre del aguardiente y las playas en una burbuja, con el frenesí de las cucharas. Transpiraba un olor cerrado por la noche que no es llanto, en un pacífico torbellino de manos impías... A lo lejos, durante media hora vino a reclamar la ceniza que no era de ella, porqué había suspendido el fuego por un siglo pegado a la idea de que nada le dolía. ¡Es preciso cruzar la piel del viento con espinas grises y el rumor de las ardillas dialogando con mariposas!. Era el momento de varias horas entre la niebla de largas filas cuando los grillos cazaban elefantes al prestar atención a leves ruidos de pimienta dormida entre caimanes gimiendo como los cantos grises que hubieran disparado gratas luces. Pero era inútil gritar, nadie vendría. Ni siquiera los pulpos con la cera de faisanes y de cuervos. Ni mucho menos se entretendrían en entender la sombra enorme sin esfuerzo. El mundo había hundido sus raíces entre la goma y los marineros cultivaban alfileres con las lupas de las tardes degolladas.
En la ventana estaban las gladiolas. Extraño a las hormigas que silban mansas como cobras con el tallo reclinado ingenuamente pasando por las manos, al tomarlas delicadamente de una vieja nube seca. Indiferente el desierto tejía arena con arena inventando soles fríos en la epidermis del verano y la risa de gorilas angustiados por la tarde. Aquella primera vez la noche calentaba cada estrella con el agua bajo el lago en la desnuda soledad del banquete de una araña desmedida entando entre la corriente, contemplando innumerables veces los vacíos que fumaban el espacio de un tierno hueco, persiguiendo el intenso olor de los metales con el desmesurado baño de las rodillas saliendo a decorar los manuscritos en el hielo guitarrero de unos cuantos escondrijos. Al día siguiente, despertó con los ojos alquilados de una ebria ventana por la esperanza de una puerta alucinada en la cadena de candados inocentes por la brevedad recortada de una falsa eternidad. ¡En la luna, se dijo en voz baja!. Sorprendido por el impacto en las hendiduras del trabajo, con la dulce angustia del saberse abandonado, en la difusa certeza que tocaba los recuerdos con la cama... Decidió no moverse. Aunque empezó por descolgar el cielo atrapado en la manzana de una parra con el sumo placer de la vergüenza decidido por la fuerza, libremente, porqué ya había comenzado la lluvia en los intrincados pasillos de la primavera, desesperada por el mar bravío, en la perspectiva del claroscuro de los trigos calcinados por el misterio desbocado.
Sólo, como pocos, por la multitud acompañado, experimentó el sabor desconocido del semblante cariñoso, y serio del olvido, por los sórdidos murmullos que viven en la mente del crepúsculo silente, que no supo de maldad ni de ambición como una amapola extraída del peldaño de una música de plata en la nevera. Dejó un regio tesoro de muestra, y la puerta custodiada de acertijos que bebían los mares de algodones puntiagudos de la dura hierba hecha de la sombra blanda donde la urbe enmudece por el turbio oleaje de la ígnea metralla que aspira la silla en la máxima razón del absoluto ignorante que ama el peligro de saber que ama algo en la noche, algo en el cielo, algo en el todo que desconoce.
Autor: Joel Fortunato Reyes Pérez
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Poeta
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