(Poesía leída en la velada literaria que celebró la Sociedad "El Porvenir" la noche del 3 de mayo de 1873.)
Pues, señor, dije yo, ya que es preciso puesto que asi lo han dicho en el programa, que rompa ya la bendecida prosa que preparado para el caso había, y que escriba en vez de ella alguna cosa asi, que parezca poesía, pongámonos al punto, ya que es forzoso y necesario, en obra, sin preocuparnos mucho del asunto, porque al fin el asunto es lo que sobra.
Así dije, y tomando no el arpa ni la lira que la lira y el arpa no pasan hoy de ser una mentira, sino una pluma de ave con la que escribo yo generalmente violenté las arrugas de mi frente hasta ponerla cejijunta y grave y pensando en mi novia, en la adorada por quien suspiro y lloro sin sosiego, mojé mi pluma en el tintero, y luego puse ocho letras: "A mi amada."
Su retrato, un retrato firmado por Valleto y compañía, se alzaba junto a mi plácido y grato, mostrándome las gracias y recato que tanto adornan a la amada mía; y como el verlo sólo basta para que mi alma se emocione, que Apolo me perdone si, dije aqui que me sentí un Apolo.
Ella no es una rosa ni un ser ideal, ni cosa que lo valga; pero en verso o en prosa no seré yo el estúpido que salga con que mi novia es fea, cuando puedo decir que es muy hermosa por más que ni ella misma me lo crea; así es que en mi pintura hecha en rasgos por cierto no muy fieles, aumenté de tal modo su hermosura que casi resultaba una figura digna de ser pintada por Apeles.
Después de dibujarla como he dicho, faltando a la verdad por el capricho, iba yo a colocar el fondo negro de su alma inexorable y desdeñosa, cuando al hacerlo me ocurrió una cosa que hundió mi plan, y de lo cual me alegro; porque, en último caso, como pensaba yo entre las paredes de mi cuarto sombrío, ¿qué les importa a ustedes que mi amada me niegue sus mercedes, ni que yo tenga el corazón vacío? Si mi vida vegeta en la tristeza y el yugo del dolor ya no soporta, caeré de referirlo en la simpleza para que alguien me diga en su franqueza: ¡"¿si viera usted que a mi nada me importa?..."!
No, de seguro, que antes prefiero verme loco por tres días, que imitar a ese eterno Jeremías que se llama el señor de Cervantes.
Y convencido de esto, ya que era conveniente y necesario, borré el título puesto, y buscando a mi lira otro pretexto escrbí este otro título: El Santuario.
¡El santuario!... exclamé; pero y ¿qué cosa puedo decir de nuevo sobre el caso, cuando en cada volumen de poesías, en versos unos malos y otros buenos, sobre templos, santuarios y abadías? Para entonar sobre esto mis cantares, a mas de que el asunto vale poco, ¿Qué entiendo yo de claustros ni de altares, ni qué se yo de sacristán tampoco?
No, en la naturaleza hay asuntos mas dignos y mejores, y mas llenos de encantos y de belleza, y que he de escribir, haré una pieza que se llame: Los prados y las flores.
Hablaré de la incauta mariposa que en incesante y atrevido vuelo, ya abandona el cielo por la rosa; ya abandona la rosa por el cielo, del insecto pintado y sorprendente que de esconderse entre las hierbas trata, y de el ave inocente que lo mata, lo cual prueba que no es tan inocente; hablaré... pero y luego que haya hablado sacando a luz el boquirrubio Febo, me pregunto, señor, ¿qué habré ganado, si al hacerlo no digo nada nuevo?...
Con que si esto tampoco es un asunto digno de preocuparme una sola hora, dejemos sus inútiles detalles, ya que no hay ni un señor ni una señora que no sepa muy bien lo que es la aurora y lo que son las flores y los valles... Coloquemos a un lado estas materias que valen tan poco para el caso, y pues esto se ofrece a cada paso hablemos de la vida y sus miserias.
Empezaré diciendo desde luego, que no hay virtud, creencias ni ilusiones; que en criminal y estúpido sosiego ya no late la fe en los corazones; que el hombre imbécil, a la gloria ciego, sólo piensa en el oro y los doblones, y concluiré en estilo gemebundo: ¡Que haya un cadáver mas que importa al mundo!
Y me puse a escribir, y asi en efecto, lo hice en ciento cincuenta octavas reales, cuyo único defecto, como se ve por lo que dicho queda, era que en vez de ser originales no pasaba de un plagio de Espronceda. Como era fuerza, las rompí en el acto desesperado de mi triste suerte, viendo por fin que en esto de poesía no hay un solo argumento ni una idea que no peque de fútil, o no sea tan vieja como el pan de cada día.
En situación tan triste y estando la hora ya tan avanzada, ¿qué hago, dije yo, para salvarme de este grave y horrible compromiso, cuando ningún asunto puede darme ni siquiera un adarme de novedad, de encanto, o de un hechizo? ¿Hablaré de la guerra y de la gente que enardecida de las cumbres baja desafiando al contrario frente a frente, y habré de convertirme en un valiente yo que nunca he empuñado una navaja? No, señor, aunque estudio medicina y pertenezco a esa importante clase que no hay pueblo y lugar en donde no pase por ser la mas horrible y asesina, aparte de que en esto hay poco cierto, como lo prueba y mucho la experiencia, yo, a lo menos hasta hoy, me hallo a cubierto de que se alce la sombra de algún muerto a turbar la quietud de mi conciencia.
Sobre los libros santos, se podría con meditar y con plagiar un poco, arreglar o escribir una poesía; pero ni esto es muy fácil en un día ni para hablar sobre esto estoy tampoco; porque en fiestas como esta donde el saber está en su templo, salir con el Diluvio, por ejemplo, fuera casi querer aguar la fiesta; y como yo no quiero que se diga que he venido a tal cosa, ya que en mi numen agotado me hallo el asunto y el plan a que yo aspiro rompo mi humilde cítara, me callo, y con perdón de ustedes me retiro.
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Poeta
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