Incrédulo Escuché... (Cuento Neosurrealista)
Cuando llegó el cofre debieron mantenerlo alejado inmediatamente del jardín de escaso valor real al secarse entre las espinas como un objeto extraño y floreado tallado a mano sin darse cuenta como el clima se marchitaba dentro de la esponja humedecida erróneamente con el polvo del viento.
No era posible, desde la baja colina, distinguir la mano trémula acariciando la neblina del atardecer en los bordes de aluminio por el pulular magnánimo del hormiguero luminoso en la noche estremecida con empeño.
Eran tres sombras que se hablaban en secreto. Pensaban que nadie las vería. Me alejé un poco, y ellas se quedaron allí, petrificadas, en las inscripciones de la madera. Serían las ocho, pero en la calle el sol marcaría las seis, comparando la arena y la sombra en los relojes al llover nuevamente cambiando el orden en la playa vacía por el rumor de huracán.
Aunque de esto no estoy muy seguro, pues sólo traigo unos recuerdos para reconstruir aquel día. Al final del jardín, justo a la derecha, delante del rosal amarillo estaba en la madera el reflejo de la tarde poco asoleada y un tanto desolada. Del cofre salieron con inquietud fantasmagórica, y con un trozo de cielo propio cada una de ellas, sombras tibias y cobrizas simulando sueños que la razón espera entender algún día.
En el cofre quedó un eco gris de sombra: ¿Cómo habremos venido a parar aquí?. Incrédulo el viento se tragaba, hecho jirones, simulando indiferencia adornado con flores deshojadas que no viven medio secas en la naturaleza muerta de aquel cuadro por donde el eco se perdía.
Pero solo quiero referirme a lo que sucedía noche a noche, al salir las sombras, aunque nadie supiera en realidad nada de ellas, incluso ellas mismas eran invadidas de vez en cuando por el eco, al encontrarlo. Fue hace muchos años, yo era un anciano y aún no entendía nada de la muerte, saberlo a esa edad sería exagerar la débil memoria que poco crece en el pasto seco atrapado entre la madera de una extraña cajita cuando solo una vez se cruza la vida, menos al estar acompañado por tres sombras ajenas a mí, que las reflejo.
Esa vez no había ninguna gente al rededor. El jardín estaba medio seco, la playa solitaria. ¡Y del huracán no me acuerdo!. Solo se que lo vi. Se detuvo bajo una gran lámpara y me llamó. Acudí a su lado. El cielo desapareció entre un inmenso sol que hace huir las sombras que reflejo y mis pupilas dejan de pensar en la noche en los incontenibles ayeres que se despojan de los presentes, como en las epopeyas futuras de una campana doliente.
Ese día...¡Oh, ese día de honda palpitación sin corazón ni razón!. Alguien dijo: ¡Sí, estoy seguro, ya no lo dudo!. Dijo que solo soy el eco del silencio que sale por la sombra de una noche de un cofre en un jardín creyendo que son tres. Incrédulo escuché... Incrédulo escuché... Incrédulo escuché.
Autor: Joel Fortunato Reyes Pérez
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Poeta
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