EL BUSTO
Llegó el siglo pasado, tierno, turgente con los
movimientos ondulantes. Estuvo entre las
verduras primaverales con el amarillo del
otoño hasta la blancura invernal oculto.
Cambiaba a pesar de qué el marfil no fuera
original en los almacenes de abarrotes, y
los gritos olvidados en lo lácteo y pulcro.
Se había labrado un espacio en la madera
evitando ser reconocido: con más frecuencia
silla que mesa aunque banco y mecedora no
le disgustaran en el anonimato cotidiano de
algunos clavos y tornillos en las pestañas.
Cada año a fin de mes adornaba un escaparate
como azúcar impalpable al fondo de la dimensión
del chocolate, y penetraba sutilmente en los sabores de las paletas esquivando las charolas repletas otras veces esperaba hasta el ronroneo de pumas y panteras en las manchas húmedas de una pintura.
Al cabo de algunos años, su curiosidad por el arte
le invitó a la soledad e intentó cambiar aprovechando la distracción en la voz de un reloj castigado porqué los dientes se encontraban con hormigas en un plato.
Pero alguien tomó la consigna de descubrir la colección de mil barriles diarios en los quesos y mantequillas sacando unos huevos de avestruz del tamaño de la única cocina al fondo de una botella en la casa de tejas, y lanzar una sonrisa desde el abismo tibio en la indolencia de un pañuelo qué dejaba sin aliento la hermosa desnudez.
Durante la falsa y fatigosa tarea de los últimos doce años en el libro de registros de los huéspedes terrestres aparecen miles, cientos de ausencias que no debían estar...
A pesar del apoyo indistinto de bestiarios de las tres clases, hasta las lecciones aprendidas en la Edad Media con las directrices de ingenuidad y fantasía añejadas convenientemente.
En prevención de temblores e inundaciones huyó al centro de unas uvas entre las traiciones de todos conocidas, y respira del bronce el granito licuado... Estando por donde juegan los
ecos la muerte de un piano por creer que cualquier cielo cabe dentro del más minúsculo infierno.
Cuando camino por el polvo olvidado entre los vientos recuerdo a veces qué se impacienta en su pobre mentalidad pestilente convertido en una ficha bibliográfica del peor desastre con una ardiente madeja de ancho follaje al ponerse en la
ventana al acecho de los troncos con sus patitas de paje, y los anteojos de vecino dónde las miradas se pierden en la pena insondable por los largos caminos sin fe en los sueños.
___¡Porqué ningún escultor recuerda sus más férreas raíces!.
Autor: Joel Fortunato Reyes Pérez