O.P.I.O.I.D.E.S.
Dejan al dolor con el placer de la cabeza.
Corriendo bajo la ventana de los codos.
La tranquilidad cerraba la puerta haciendo ruido.
Rodando con las manos sudorosas.
Y una bicicleta afuera caía boca abajo.
Tan tierna como el clavo de plata en el patio.
Que suspiraba aspirando a ser fantasma.
Rápido con la sábana del sábado.
De la semana pasada por agua.
En el temeroso cuerno de un escarabajo.
Sin trabajo cuando el pan ya nada come crudo.
Del tenedor de la muchacha vista por detrás.
De las velas en la última playa caminando.
Esperando hablar con el musgo del molusco.
En la cocina olvidada con pensarla de pié.
Con el dolor acabado de bañarse en las caderas.
Con la aurora en su apogeo lleno de aceite.
Del placer cosechado con la miel bajo la lengua.
Decía ser la causa urgente de un fósil.
Fabricado ayer con un poco de talco.
De la noche más devota desnudándose dormida.
Al nadar la luna desorientada.
Al llegar tarde la marea del cementerio.
Con el criterio del grillo camaleónico danzando.
Aplaudiéndole a un billete perdido.
Creyendo en las promesas del loro verde.
En el techo de la ceniza en cuarentena.
Viuda la lechuza pedía un poco.
Adolorida del alfiler sin cáscara desnuda.
La mirada voluptuosa de los huesos a la cabeza.
¡Sí, sí ... Claro!.
Por eso fue necesario ingerirlos uno a uno.
Autor: Joel Fortunato Reyes Pérez