Monólogo del bronce acobrado
Pensaba, solo cobrizada, cada pregunta al extraño. ¡Qué al bronce, niquelado, le parece, el clarín, la campana de cañones, ó la trompeta, sin suerte, pacífica!.
¡En el deseo de cambiar!. En la fascinación de lagos lejanos.
En lo esencial metálicos fracasos. En...
El río de telarañas, deseo con alas, de tres rostros. Cambiar quieren, los cabellos, en emblemática sabiduría, contra cada pueblo y tribu. ¡De lagos insaciables!.
La púrpura, pareja. ¡Fascinación del territorio!. De los infelices seres humanos. En lo profundo de los anales. ¡Desconocido, el vientre, del jabalí!.
Deseaba, la piel roja, en el vacío de las entrañas.
La gente de pelos altos, puras y simples aleaciones, analfabetos, En los bronces, arrobados, en los estaños.
Paseaba, los deseos amonedados. Fondo de los nuncas, y ahogada sed. En el deseo de la madera, líquido de primaveras morenas.
Todas las leyendas, desmenuzando, las astas del ciervo. ¡Emociones con apariencia!. Logran degradarse las estatuas, y un recién nacido.. ¡Equilibrio, de la devoción santuario!. Momentáneo entre metálicas razones.
¡Preguntarse respondiendo!. En él.
El aliento de los plomos, avispas de campanas ingenuas.
¡Discurso del perdido curso!. Se pregunta. ¿Qué recurso lo contradice?. ¿Se lamentará de vez en cuando?. ¿Comprenderá en sí, la tercera flama?. Lo plantado, y lo Arrancado.
¿Qué la mano desempleada, se lee, con la noche desclavada, y siente hastiada la prohibida vida?.
En Esto... ¡Qué provocan, hacen de alpargata, y blusa a la gente!. ¡Inhumanos!. Humos infrahumanos.
Agrioaculturado trigal. ¡Perdida cada estrella!.
¿Perdonará cada grano de arroz, al hirviente aceite, embriagado de la escarcha, humedeciendo, los sagrados alimentos, los desiertos ahogados en sangre?.
¡Ninguna bala piensa pescadora Ni lana luna en cada vena vana!. Así Es... Así Es...
Esto del bronceado ¡Asoleándose!.
La cigarra de la arena, ardiente de veranos enrojecidos.
A veces, dices, de noche, en los párpados, soñando mejores tardes, cálidas, fresas, serenas, las horas vuelan. Creo, escucharlas bajo. Aquéllas estrellas apagadas, por las pestañas despiertas.
¡Piénsalo y siéntelo...Si puedes!.
De la piel, bronceada. Artificial-mente.
En la lentitud de los caminos, de los minutos inmediatos, de los elefantes diminutos. ¡Está la rapidez de las montañas!.
Una vez, los delfines de bronce, abrieron las plantas, antes del bronceado, suelo niquelado, entre pañuelos. ¡En su cándido, ocaso!. Ignorando a los cobres cerrados.
Autor: Joel Fortunato Reyes Pérez
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Poeta
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