Cuentos :  Sobre el infundio... (Anticuento)
SOBRE EL INFUNDIO

Hablaba y las palabras eran una ebria culebra
por la pared al descender humeantes en una
lámpara enroscada al manantial de vidrio
tratando de alzar el vuelo.
En el barco desierto hundiéndose asombrado
con el océano de tripulante y dos telarañas
en cada ojo esperando los recuerdos por
tres semanas cayendo dentro de los zapatos
en que todos nos sentíamos bien al poder
estirar el cuello, más para matar el tiempo
qué entre los charcos cómo sucedió un día
hace muchos años antes de qué las aplastara
la costa meridional qué sale del pecho escogiendo
quedarse ayer profundamente haciendo coincidir
los rayos y el sol qué daba de frente saltando
por la ventana entre las filas de los remeros
hacia los campos de quienes podían trasladarse
todo el día en forma de un líquido viscoso con
las palabras justas, traídas del más profundo
infierno eructando con frecuencia aquella noche
copiando cincuenta veces la constante inquietud
del cielo al final de la razón simulando indiferencia,
y alcanzando en vano entenderlas.

Por eso el silencio salía huyendo arrugado.
Infundio que al ser la diagonal que ha escrito,
y escribe fabricando noches en los efímeros,
extremos del suspiro... ¡Oh, suspiro redactor,
de prótesis, de pazguato, del paulatino, derrumbamiento!.
Ha quedado.
En la incómoda sonrisa de la escoria.
En la fiera evocación de feria fatua,
con la espiral del espejo que se ignora,
en la fábula del ego trasplantado
del imperecedero menoscabo
qué danza en la brisa qué besa presa
en la sujeción segregada imperativa
en la inercia atada por la mirada
del asteroide envenenado por la ceguera
en la incierta flama por el pecho.
¡Oh, infundio intermitente del zambullirse!.
En el orbe clandestino, de la paciencia imposible,
de la tempestad traicionada, con la espuma
del colosal absurdo y el resolgar elástico.
Porqué...
Van esquivos los fracasos encriptados, rasgando
el velo del licor mezquino en el festival de los
pórticos. y las palabras prósperas de nieve.
En la silueta sinuosa, como nunca el hombre,
el nudo amó en las urnas, donde los muertos nacen,
montados en la visión ruda, que percibe al menor ruido, cuándo los pies cubren sus llamas, por el rumbo absorto, por el desmesurado añil anclado amasado en las furias del dinero entre hecatombes perdiendo del aire el sabor diestramente dócil en la sutil inocencia del abismo desesperado.

¡Vaya por los grandes dones del temerario cristal qué fluye!.
Que arrastra el cielo macilento en el inmenso frontispicio infatigable guía que siembra en los mares una desnuda y grácil escultura, en la hojarasca fría, de un tenue cobalto,
a pesar del ingrato ideal de la demencia, con las alas abiertas, y la trampa del trino que sofoca el verde patíbulo en las muchas cosas fingidas, envueltas en su abrigo, donde se marchita
el residuo estéril de su brasa, y deja en la frente agrestes fragancias.


Autor: Joel Fortunato Reyes Pérez
Poeta

Poemas de amor :  Hora de Almuerzo
Declaro esta instancia del amor
mi fundamento,
rescato el amor de los canastos
y aplaudo
las vetas sensuales del amarte.

Cuando voy contigo a la feria,
temiendo los ajíes, pero deseándolos,
eligiendo el perejil y el cilantro,
oxigenándonos el alma con los llantos
de las valencianas nuevas,
probando, pellizcando,
colocando aretes de guindas
en tu pelo anárquico,
besándonos con el disimulo
de jugosos duraznos,
por sandías caladas el vientre clamando,
descubriendo en la semilla de los melones
caribeño espacio,
regateando, por gusto, el racimo anhelado,
¡le vamos poniendo aromas
a la vida autodidacta!

Cuando trémulo presencio
la preparación de los mariscales,
o practico mi gimnasia única
en pesados bolsones
de la papa chilota indispensable,
estoy en la antesala cotidiana
del amor no teorizado,
del deber prehistórico de vivir
y reproducirnos…

Por eso aplaudo
las vetas sensuales del amarte.
Por eso cocino contigo, sin quejarme,
cebollas, tomates y mis infaltables ajos.
En aromas de albahaca, los pasteles de choclo
me gritan que existo
como hombre americano,
que florece en lo propio
cuando llega el verano.

Amarte es por eso,
una mesa dispuesta,
la ensalada, el vinagre,
es el pan que nos une con su mágica estera.
¡Vivan, amor, la gracia que prodigas
en la mesa modesta!
¡el aroma, el aliño y el vino,
antejardines de todo mi espíritu!

Algún día ese espíritu,
ya sin dientes ni muelas,
extrañará el embrujo terreno
de almorzar charquicán en enero.
Poeta