EMELY, UN FULL Y UNA MENTA
Patricia Merizalde
Yo era uno de los enamorados de la Emely. Uno más entre cinco amigos, quienes, ufanándonos de ser los favoritos entre sus amores, pacientes esperábamos ver llegar a Felipe para que él, experto como era en estos asuntos, nos contara – suave, brothers. Ayer, la man, me demostró que me adora.
¿Y…? reclamaba Fernando, queriendo saber más. Pero, el maldito fingía no darse cuenta de la ansiedad con que esperábamos los detalles de aquellas citas.
Por eso, cuando Felipe o cualquiera de la jorga empezaban con sus alardes de propiedad, el Willy no se aguantaba y, bien macho, nos recordaba que la Emely nos pertenecía a todos.
Justo ahora me quedé boquiabierto cuando le soltó al Felipe – oye flaco, ¿ya notaste que la Emely se las quiere dar de poeta? A todos nos sale con eso de corazón de melón, tus besos son de limón. Cuenta, pues, mientras le besabas, ¿a vos te salió con lo mismo? Cuenta brother, ¿estuvo con aquella mini con la que el Diego dice que se cree la Gloria Trevi?, o, ¿fue con la blusa con la que le he dicho que sus senos son idénticos a los de la Madonna?-
Felipe, defendiendo, según él sus derechos, no quiso explicarnos nada, porque –obscuro, como estaba, no pude fijarme- dijo.
Amenazando matarlo, el ñato Vinicio, exigía respuestas – No mientas, maricón ¿Cómo es que no vas a fijarte?
Yo, aunque un poco más prudente, en el fondo, igual me desesperaba. Sin que dependiera de mi, se me venía el recuerdo de la Emely con ese mechón con el que, cuando juega, se lo lleva a la boca; aquel que, cuando se acalora, cree que es abanico; y que, cuando nos dice –hola- lo arroja hacia su espalda, dejándonos percibir el aroma de agua de canela con la que parece se baña.
Cuando me acuerdo de ella, hay ratos en que creo conocerla de toda la vida; pero no, parece increíble que recientemente, en abril, surgió en el barrio el rumor que nos aceleró las hormonas -¡Qué bestia! Está buenota la man que ha llegado al kiosco de la esquina!
Cuando la vi por primera vez, me costó creer que era cierto lo que había oído hablar de ella. No sé por qué me imaginaba que las vándalas debían ser alocadas como son las peladas del Marcos. La Emely, hablando las plenas, más bien me dió la impresión de estar triste.
Claro ella es mayor para nosotros. Aunque, cuando el tarado de Vinicio le dijo que le calculaba veintidós años, ella, enojadísima, nos sorprendió a todos con su respuesta ¿Veinte y do? ¡Hombre!, ¿tú está loco? Entérate, reciencito el 6 de julio voy a completá lo quince.
La verdad, metimos la pata; fue un papelón lo que sucedió esa mañana, pero, cualquiera se hubiera equivocado, y, como encima de todo, sabíamos tan poco de aquel mujerón que de repente apareció frente al colegio con su venta de cigarrillos, dulces y colas.
Cuando nos hicimos amigos, por razones que dependieron exclusivamente de nuestra lógica, llegamos a la conclusión de que, por sus ojos verdes y su hablar "chistojísimo" comiéndose las eses, la Emely tenía que ser “manaba”.
No, no era bonita, o al menos al principio no lo era tanto. Nos constó que era chaparra, con marcas de viruela en las piernas, en los brazos, y no sé, ¿no? Pero, al menos sus manos, eran toscas en relación con su cuerpo que, pese a ser grueso, era ágil, elástico, trigueño. Eso sí, de entrada, la pinta de su cadera nos pareció lo máximo.
Entre todos, yo era el que más la observaba.
Será por eso que terminé haciéndome las ilusiones de que la Emely podría llegar a quererme, -quién quita- me dije. Con frecuencia había notado que era enamoradiza con casi todos los que la rondaban. Yo creo que no dependía de ella. Qué culpa tenía si el lunes le soltaba los perros el Mateo, y al día siguiente, ella decidía pararle zona al Félix, quien sí, para nuestra desgracia, aparte de ser un mulato grandote, nos llevaba la ventaja de haber cumplido 17 añotes.
Claro, yo también estuve de cabeza por la Emely – por mí, que se burlen; pero yo sí les dije a mis carnales que estaba loco por ella. – Qué linda que es la manaba, ¿no?- le repetía al Reinaldo, como para que él, de tanto oírme, creyera que ese tronco de hembra, me había hecho caso.
Una tarde, justo después de un aguacero con granizo y truenos, por razones que ignoro, un abusivo se atrevió a gritarle a la Emely groserías y media en plena calle. Yo, ¡Qué bruto!, sin acordarme ni de que el uniforme era nuevo, ni del lodo, ni de nada, machísimo, me lancé contra el desgraciado. Con uñas, con dientes y con un chorro de malas palabras saqué la cara por mi manaba. La bronca que armé no se la deseo a nadie. Si he de ser sincero, salí mal parado; hecho leña los pantalones, rotos los lentes, el orgullo revolcado por el suelo y la nariz, ¡qué les cuento!, revirada para siempre por la fuerza de un solo gancho de derecha que me dio aquel maldito de mierda.
Pese a lo sucedido, más pudieron mis ínfulas de héroe, y, decidido como estaba a que nadie volviera a insultarla, regresé hasta el kiosko donde todos jurábamos que ella nos vendía chicles y caramelos envueltos en prometedoras pasiones.
Ya junto a ella, frente a sus ojos limpiecitos, embobado ante la sonrisa de gratitud que me regaló por el puñetazo recibido por defenderla y, sobre todo, envidioso de aquel hilito de sudor que resbalaba entre su pecho, en vez de pedir lo de siempre – un full y una menta- le salgo de sopetón con que – Monita, quiero casarme contigo- Sin mostrar sorpresa, y, con una paciencia que solo he sentido cuando mi mamá me aconseja que no sea vago, me dijo –Gracia, mi vida, tú jiempre tan amoroso, tan lindo; pero, amorcito, yo no nací pa el matrimonio. Mira cariño – añadió en tono de broma – aquí hay mucha muje pa un jolo hombre. Y como si yo no lo hubiese notado, me mostró su cadera redonda, sostenida entre sus dedos de uñas largas y pintarrajeadas de fucsia. – Gracia, mi vida. Cuando busque un hombre en serio, tú será mi primer mario. Ahora, límpiate la sangre e la nariz ante e que entre a clase – oí que me decía, cuando me alejé creyendo que, hasta ahora, debía estarse riendo de mi arrebato.
La verdad es que fui una bestia. Ella, en cambio, se comportó como una santa. Nunca, lo juro, le contó a ninguno de los patanes que intentaron saberlo, mi loca propuesta y su consuelo de madre.
Así fue como, a costa de todo riesgo, me declaré en el más asiduo amante de la Emely. Asiduo, lo aclaro, mientras conseguía soñar con ella y permanecer despierto. ¿No hacíamos todos lo mismo? … Porque, después del chasco de aquella tarde, supe de inmediato lo charlón que había sido el Felipe. Lo charlones que habíamos sido todos cuando llegábamos con el cigarrillo que nos ayudaba a nuestros conatos de vernos como hombres, y, como quien no quiere contarlo, (tarea de farsantes), dejábamos que el más vivo se le adelantara al otro con su versión de –ni saben, anoche estuve con la Emely.
Ahora me doy cuenta. Conscientes de que era mentira, escuchábamos fascinados, y todos, sin excepción, la íbamos abrazando, tocábamos su piel, conseguíamos besarla, hallábamos los misterios que se escabullían entre sus ropas y, cuando el escogido de la noche remataba con una voz que parecía imposible que no fuera cierto –Ay, panitas, la man no llevaba nada puesto debajo de su falta – un orgasmo colectivo invadía aquel rincón de la cuadra donde nos reuníamos los más bravos del barrio.
Lo reconozco, ya, en junio, no hacíamos sino hablar de ella. Para entonces, (según nosotros), la Emely, se había transformado. De la suposición pasamos a asegurar que en una de esas citas a todo dar, no recuerdo si con Diego o con el Willy, en la confianza de las caricias, había confesado que era extranjera, y para ser exactos, dizqué, era suiza de norte América.
¡Ay! La Emely. Desde este Abril en que llegó chaparra, había crecido tanto, que, cuando la besaba el Fernando “poste” Clavijo, solo es que se le acercaba, ¡y tas! Justito es que le llegaba a la boca.
Tardes enteras nos llevó aclarar que sus ojos jamás habían sido verdes –son lilas tirando a grises – dictaminó Vinicio. Claro, en esta historia armada y equipada a nuestro antojo, su piel ahora era sin manchas, ya no se comía las eses, y, frente a nuestra adoración, tampoco dudábamos de que el pedigree de sus mechones amarillos, sin lugar a dudas, era el de una rubia de nacimiento. Ante nuestros ojos, ella ya no tenía las manos toscas, callosas, ni las uñas sucias, sus manos son una delicia – decíamos en coro, y en eso, coincidía hasta el Pancho, con lo ahuevado que es siempre.
Sencillamente, en aquella esquina donde antes nos encontrábamos para ir a jugar fútbol, la Emely, fue coronada como la mujer más bella que había podido ver cualquier hombre.
-Ni que Thalía- decía, al menos yo, cuando la miraba partir con la fuente de confites sobre su cabeza, seguramente hacia un palacio secreto entre las nubes, porque la verdad, hasta esa fecha, no sabíamos ni de dónde vino, ni dónde vivía.
¡Qué no hacíamos por ella! Si es para reírse; pero cuando nos despedíamos, los cinco queríamos correr a ampararnos entre las piernas de la Emely.
Claro, me duele reconocerlo, pero cada cual se iba a su casa y ahí, tras oír el sermón del día por pata de perros y vivir solo en las calles, procedíamos a encerrarnos en nuestros dormitorios, apagábamos la luz que comprometía nuestros deseos, y, muertos de frío, titiritando por los nervios, acudíamos a la cita obligada con aquel ensueño maravilloso que se llamaba Emely.
Ella, puntual, como una santa –ya lo he dicho- en plena obscuridad llegaba iluminada por sus cabellos oxigenados. Simultáneamente nos ofrecía un striptease, y, cansada como estaba de vender fulles y mentas, se desdoblaba en cinco partes, se recostaba con cada uno de nosotros y, jugando con su mechón entre los dientes, en el momento preciso nos decía, o al menos, a mí, sí me lo dijo – Julián, !eres todo un hombre¡
Debe ser por eso que, ante lo que ha sucedido, los cinco, ya no podemos imaginarnos qué haremos en esta navidad sin ella. Es que nadie, incluso la policía, sabe la dirección de un solo pariente a quien entregar el cuerpo encontrado inerte dentro del kiosco donde nos vendía la sensación de que éramos más machos que el mismo Félix.
Cuando supimos lo de su muerte, nadie creyó las habladurías de que la Emely, enferma con anemia, como dicen ahora que ha estado, simplemente murió de frío. Así que, por no llorar, cada cual fantaseó como pudo.
Para Felipe, la Emely debió ser acuchillada por la frustración de algún loco. Fernando y Vinicio, se aferraron a la ilusión, y, como ya para este diciembre ella había ascendido en su categoría de extranjera a princesa con abolengo y todo, lógico era para ellos, creer que fue envenenada al ser confundida con Lady Di o Carolina de Mónaco. Hubo quienes apostaron a que fue violada y muerta por coqueta; y no faltó quien aseguró – y yo no lo puse en duda- que, en realidad, ella fue un ángel en misión especial por la tierra.
Esto sí debió haber sido cierto.
Nos constó que el cuerpo de la Emely, abandonado en esa morgue de mierda, de la noche a la mañana, desapareció dejando esa sensación a desamparo que solía escaparse, lentito, entre su risa, cuando ella nos decía – chao.
-¡Qué tontera! ¿Y ahora? Qué hacemos sin la Emely?..
-Mejor, vámonos- nos dijo el Felipe.
-Sí, mejor vámonos – le contesté- No vaya a ser que aparezca el Félix y, como él sospechaba que la Emely vacilaba conmigo, vaya ahora a querer matarme.
- Tranquilo, hermano. Si te busca, le entramos en gajo al marica ese – me consoló el Willy.
-Chuta!, mejor que ni se meta conmigo – le respondí ya bien cabreado – Vos sabes que soy buen trompón para mis 13 años.
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Poeta
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