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Eu fico me perguntando: será que os gatos e os cães já vieram ao mundo para viverem entre os humanos, ou se há muito tempo atrás eles foram sendo domesticados, até não existir mais nenhum gato e nenhum cachorro selvagem? Pelo que me consta, tirando os animais “comestíveis” (galinha, pato, peru, porco, boi...) e os trabalhadores (cavalo, jegue...), os únicos que já nascem entre os humanos são os gatos e os cachorros. Você vê muitas pessoas criando pássaros, micos, tartarugas, peixes, coelhos... até cobras. Mas eles são tirados da Natureza, ou comprados nos “cativeiros”. Isso quer dizer: eles foram “acostumados” a conviver com o ser humano. Já os gatos e os cachorros não precisam disto, eles já nascem acostumados. Eles já conhecem esta espécime predatória, destruidora e maquiavélica, que é o ser humano. Talvez seja a única hora em que nós “despertamos” o nosso lado animal, seja esta: quando nos aproximamos dos nossos bichinhos de estimação, com amor. Eu falo “com amor”, porque tem muita gente que cria os animais só para alguma utilidade. Os cães para protegerem a casa e os gatos para livrem a casa dos ratos. Não dão nenhum outro tipo de atenção aos seus “fieis escudeiros”. Depois dizem que "gostam" de animais.
A.J. Cardiais imagem: A.J. Cardiais
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Poeta
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Intradérmico (Anticuento)
Bajo la piel pensaba despertar. Ese día de barrancos en las caricias recorriendo las arterias con la extraña impresión de las cosas domésticas qué apartan el espíritu bebiéndose... Entre las pestañas húmedo fuego brillando. En el dolor hecho un instante de acero, bebiéndose el cristal del tiempo en una copa, mientras la historia pierde su futuro a la menor inclinación de las largas conversaciones con sus lanzas y escudos, frutos pálidos entre la multitud.
Unidad, unidad, en un racimo de sol inmenso rincón de juguete, semejante a las pirámides mojadas por la memoria que sienten calladas las pestañas en la pródiga lámpara de la intensa existencia genuina.
Bajo la piel, si, bajo la piel te digo. ¡Qué la piel sintió correr!. Aquella tarde que deseaba llorar con el rostro agitado y el viento tórrido oscureció amarillo el horizonte cubriéndole el pecho incrédulo del dolor cargado de aromas y gemas en los nidos soñados por tres noches, en los rincones del corazón sometido a juicio hablando en acertijos sin moverse y sin conocer la hora como suave seda negra cayéndole sobre la espalda.
Un poco más allá, había sido invitado a donde ardía el brasero contra el fresco invierno vencido, casi ya en la vieja nieve que mantenía seriamente su ideal de blancura por razones de disciplina, dónde cunden demasiadas preguntas y rumores que muerden las tormentas en los flancos.
Bajo la piel, seguía y seguía siendo igual. A lo lejos, los sonidos eran imborrables tripulantes de vientos y paredes con la puntual plasticidad esperada, bajo la piel. ¡Claro, bajo la piel, me dices qué no lo olvidarás!.
No obstante, bajo la piel la barranca tiene dos puertas, como alusiones en la forma de un delicioso platillo, casi siempre enrojecido, aunque otras veces, con un rosado verdoso en azulados suspiros sobre los poros sudorosos.
No esta vez. Bajo la piel, sin duda podría preguntarse desde dentro, pues de lo contrario, aquellos primitivos artilugios dejarían de crecer por el hambre de la gestación, qué complica la duración de las noches antes de germinar la luna nueva en el punto de gelatina incandescente.
Sí, claro y sencillo, no es, ya bien se sabe qué los absurdos solo se explican rara vez ignorándolos. Y en lo particular, en estos acontecimientos es qué se parecen a troncos y ramas semejantes a figuras de peras y duraznos en la fantasía de lúbricos colores. ¡Ah, esos colores intermedios de recuerdos indelebles!.
Preguntándose en medio de la soledad intransitable, bajo otra piel... ¿Se sentiría y pensaría de manera semejante?... Sobre todo, dónde brotan lentos los días tibios sin hacer alarde de fábricas de azúcar en los jardines corpulentos con la virtud respetable de la malévola ignorancia a lo lejos, en la espesura de una suerte de antipatía entre privada y rural.
Y bajo la piel, permitiendo actuar a los prejuicios ante una taza de café caliente, en la primavera de una carretera polvorienta, precisamente a diez pasos del fondo del pecho, donde se desploman los palacios impunes y los rencores de las chozas, con las piernas cruzadas y la lengua de flechas curvadas, con la taza de café ya calentada bajo la piel.
Autor: Joel Fortunato Reyes Përez
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Poeta
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