SOLAZ
Aquella mañana el sol no salió. Estuvo esperándola la colina más allá del lago, sin atravesar la montaña, cálida alfombra azulverdosa detrás de la ventana cerca de la escalinata dejada abierta entre las páginas de un libro clavado en medio del desierto incluso el ataúd, y la gente que había llegado desde la calle en gran actividad arrojando los gritos que crecían dentro, en el profundo silencio cubriendo los confines de la casa.
Con los pasos inseguros de quien ha pretendido esconder el dolor harto tiempo conocido al contacto del espíritu que palpa el roce al unísono mil lágrimas que traen del ayer el crepúsculo de una sonrisa esperando asomar de nuevo el agua, y no perder la cosecha por no haber cambiado nada a su paso entre los fresnos fatigados a punto de caerse, súbditos del fuerte viento al recibir la noticia en el misterio de alguna ensenada desconocida propia para el cultivo de las plantas moviendo el tallo que se traduce en una disputa con las nubes, en la carrera temerosa de los ladridos azarosos que se amoldan, y se encuentran en la quietud esperada en el futuro, con la sinceridad virginal colgando de los cielos la inmortalidad solar en el capullo herido de miel con la rítmica espiral de un ave de presa de creencias cándidas como el hogar de la consolación en la balanza omnipotente cuando llega la voz en manos del silencio...
Lentamente la sombra va pasando la pradera, le aúllan los perros y las ramas taciturnas también se ven frágiles en su eximia blancura cubriendo los sueños de lirios en la tierra perfumada del huerto.
La humanidad representa mediocremente todo lo realmente puro, sobre la faz de la tierra, ella lo adapta a sus almas entristecidas, y solo da aspectos fragmentarios de algo que sin duda es la hermosura esencial en estado completo.
___Había hablado pocas veces sobre ello, como si se tratase de un hallazgo valioso. Asombrado, apenado y dolorido, procurando reconstruir lo imposible, recordando los diálogos silencios tan lejanos como pueden estarlo águilas, y tiburones en la fecundidad de un desierto acariciando la luna con más demostraciones que de costumbre, sin muchos aspavientos en aquéllo que era engaño común de muchos tan juntos y tan lejanos a su vez, cerca del suelo donde se oyen eventualmente los latidos de las estrellas escurriéndose sombríos que protegen a veces estrujando el mismo anochecer gastado, pensando en la muerte saltando del éxtasis, a la plegaria cuando el frío verdadero, penetra el alma, y retorna al origen del fuego desnudo, infinito, con el casto latir eterno.
¡Adelante!. Acumulaste inmensas riquezas y asimilaste toda la sabiduría humana hasta allí donde cierran las ventanas las palabras justas, y el triunfo por los instantes de horror y paroxismo que ha sido traspasado por las flechas de las noches urgentemente agrestes, buscando trabajo, levantando los brazos sin encontrarlo, fuertemente empuñados por las mañanas, que hablando pasan reducidas leyendo un libro extraño, por la esquina donde las personas pueden intentar animarse, cuando llueven de su boca palabras confusas, media hora después de las inscripciones acomodando unos bancos en el rincón, y encogiendo los hombros lejos de los territorios selváticos resignados en la tristeza subyugándolo inde- fenso por la presencia de la satisfacción, perpetuada solo en los retratos, donde todo el ser impacta los edificios del aire y derrama la esencia del atardecer más allá del sol y del silencio, más allá del reposo solitario.
Autor: Joel Fortunato Reyes Pérez
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Poeta
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