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Conmemoremos hermanos con recato la pasión, la muerte y resurrección de Cristo sin juicios vanos en la fe de seres sanos que rezan con sentimiento por él dado el sufrimiento que padeció por nosotros, elevemos nuestros rostros al cielo en recogimiento.
Autor: Lic. Gonzalo Ramos Aranda Ciudad de México, a 28 de marzo del 2024 Reg. SEP Indautor No. (en trámite)
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Poeta
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Cristo, el de las carnes en gajos abiertas; Cristo, el de las venas vaciadas en ríos: estas pobres gentes del siglo están muertas de una laxitud, de un miedo, de un frío!
A la cabecera de sus lechos eres, si te tienen, forma demasiado cruenta, sin esas blanduras que aman las mujeres y con esas marcas de vida violenta.
No te escupirían por creerte loco, no fueran capaces de amarte tampoco así, con sus ímpetus laxos y marchitos.
Porque como Lázaro ya hieden, ya hieden, por no disgregarse, mejor no se mueven. ¡Ni el amor ni el odio les arrancan gritos!
...
Aman la elegancia de gesto y color, y en la crispadura tuya del madero, en tu sudar sangre, tu último temblor y el resplandor cárdeno del Calvario entero,
les parece que hay exageración y plebeyo gusto; el que Tú lloraras y tuvieras sed y tribulación, no cuaja en sus ojos dos lágrimas claras.
Tienen ojo opaco de infecunda yesca, sin virtud de llanto, que limpia y refresca; tienen una boca de suelto botón
mojada en lascivia, ni firme ni roja, ¡y como de fines de otoño, así, floja e impura, la poma de su corazón!
...
¡Oh Cristo! El dolor les vuelva a hacer viva l'alma que les diste y que se ha dormido, que se la devuelva honda y sensitiva, casa de amargura, pasión y alarido.
¡Garfios, hierros, zarpas, que sus carnes hiendan al como se parten frutos y gavillas; amas que a su gajo caduco se prendan amas como argollas y como cuchillas!
¡Llanto, llanto de calientes raudales renueve los ojos de turbios cristales les vuelva el viejo fuego del mirar!
¡Retòñalos desde las entrañas, Cristo! si ya es imposible, si tú bien lo has visto, son paja de eras… ¡desciende a aventar!
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Poeta
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I
Resuelve tornar al padre
No temas, Cristo rey, si descarriado tras locos ideales he partido: ni en mis días de lágrimas te olvido, ni en mis horas de dicha te he olvidado.
En la llaga crüel de tu costado quiere formar el ánima su nido, olvidando los sueños que ha vivido y las tristes mentiras que ha soñado.
A la luz del dolor, que ya me muestra mi mundo de fantasmas vuelto escombros, de tu místico monte iré a la falda,
con un báculo: el tedio, en la siniestra; con andrajos de púrpura en los hombros, con el haz de quimeras a la espalda.
II
De cómo se congratularán del retorno
Tornaré como el Pródigo doliente a tu heredad tranquila; ya no puedo la piara cultivar, y al inclemente resplandor de los soles tengo miedo.
Tú saldrás a encontrarme diligente; de mi mal te hablaré, quedo, muy quedo... y dejarás un ósculo en mi frente y un anillo de nupcias en mi dedo;
y congregando del hogar en torno a los viejos amigos del contorno, mientras yantan risueños a tu mesa,
clamarás con profundo regocijo: «¡Gozad con mi ventura, porque el hijo que perdido llorábamos, regresa!»
III
Pondera lo intenso de la futura vida
¡Oh sí!, yo tornaré; tu amor estruja con invencible afán al pensamiento, que tiene hambre de paz y de aislamiento en la mansa quietud de la cartuja.
¡Oh sí!, yo tornaré; ya se dibuja en el fondo del alma, ya presiento la plácida silueta del convento con su albo domo y su gentil aguja...
Ahí, solo por fin conmigo mismo, escuchando en las voces de Isaías tu clamor insinuante que me nombra,
¡cómo voy a anegarme en el mutismo, cómo voy a perderme en las crujías, cómo voy a fundirme con la sombra!
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Poeta
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»Ya no hay un dolor humano que no sea mi dolor; ya ningunos ojos lloran, ya ningún alma se angustia sin que yo me angustie y llore; ya mi corazón es lámpara fiel de todas las vigilias, ¡oh, Cristo! »En vano busco en los hondos escondrijos de mi ser para encontrar algún odio: nadie puede herirme ya sino de piedad y amor. Todos son yo, yo soy todos, ¡oh, Cristo!
»¡Que importan males o bienes! Para mí todos son bienes. El rosal no tiene espinas: para mí sólo da rosas. ¿Rosas de pasión?‚ ¡Que importa! Rosas de celeste esencia, purpúreas como la sangre que vertiste por nosotros, ¡oh, Cristo!»
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Poeta
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Si tú me dices ven, lo dejo todo... No volveré siquiera la mirada para mirar a la mujer amada... Pero dímelo fuerte, de tal modo
que tu voz como toque de llamada, vibre hasta el más íntimo recodo del ser, levante el alma de su lodo y hiera el corazón como una espada.
Si tú me dices ven, todo lo dejo... Llegaré a tu santuario casi viejo, y al fulgor de la luz crepuscular,
más he de compensarte mi retardo, difundiéndome ¡Oh, Cristo! como un nardo de perfume sutil, ante tu altar.
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Poeta
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(A mi querido amigo Manuel Roa.)
Humanidad pigmea, tú que proclamas la verdad y el Cristo, mintiendo caridad en cada idea: tú que, de orgullo el corazón beodo, por mirar a la altura te olvidas de que marchas sobre lodo: tú que diciendo hermano, escupes al gitano y al mendigo porque son un mendigo y un gitano: Ahí está esa mujer que gime y sufre con el dolor inmenso con que gimen los que cruzan sin fe por la existencia; escúpela tambien... ¡anda!... ¡no importa que tú hayas sido quien la hundió en el crimen que tú hayas sido quien mató su creencia!
¡Pobre mujer! que abandonada y sola sobre el oscuro y negro precipicio, en lugar de una mano que la salve siente una mano que la impele al vicio; y que al bajar en su redor los ojos y a través de las sombras que la ocultan no encuentra mas que seres que la miran y que burlando su dolor la insultan...
Antes era una flor... una azucena rica de galas y de esencias rica, llena de aromas y de encantos llena; era una flor hermosa que envidiaban las aves y las flores, y tan bella y tan pura como es pura la nieve del armiño, como es pura la flor de los amores, como es puro el corazón del niño.
Las brisas le brindaban con sus besos, y con sus tibias perlas el rocío, y el bosque con sus álamos espesos, y con su arena y su corriente el río; y amada por las sombras en la noche, y amada por la luz en la mañana, vegetaba magnífica y lozana, tendiendo al aire su purpúreo broche; pero una vez el soplo del invierno en su furia maldita, pasó sobre ella y le arrancó sus hojas, pasó sobre ella y la dejó marchita; y al contemplar sin galas su cálice antes de perfumes lleno, la arrebató impaciente entre sus alas y fue a hundirla cadáver en el cieno.
¡Filósofo mentido!... ¡Apóstol miserable de una idea que tu cerebro vil no ha comprendido! Tú que la ves que gime y que solloza, y burlas su sollozo y su gemido... ¿Qué hiciste de aquel ángel que amoroso y sonriente formó de tu niñez el dulce encanto! ¿Qué hiciste de aquel ángel de otros días, que lloraba contigo si llorabas y gozaba contigo si reías...? ¡Te acuerdas!... Lo arrancaste de la nube donde flotaba vaporoso y bello, y arrojándola al hambre, sin ver su angustia ni su amor siquiera, le convertiste de camelia en lodo: le transformaste de ángel en ramera!
¡Maldito tú que pasas junto a las frescas rosas, y que sus galas sin piedad les quitas! ¡Maldito tú que sin piedad las hieres, y luego las insultas por marchitas! ¡Pobre mujer!... ¡Juguete miserable de su verdugo mismo!... Víctima condenada a vegetar sumida en un abismo mas negro que el abismo de la nada y a no escuchar mas eco en sus dolores, que el eco de la horrible carcajada con que el hombre le paga sus amores.
¡Pobre mujer, a la que el hombre niega el derecho sublime de llamar hijo a su hijo! ¡Pobre mujer que de rubor se cubre cuando escucha que le grita madre! Y que quiere besarle, y se detiene, porque sabe que un beso de sus besos se convierte en borrón donde lo imprime!
Deja ya de llorar, pobre criatura, que si del mundo en la escabrosa senda, caminas entre fango y amargura, sin encontrar un ser que te comprenda, en el cielo los ángeles te miran, te compadecen, te aman, y lloran con el llanto lastimero que tus ojos bellísimos derraman.
¡Y que se burle el hombre, y que se ría! ¡Y que te llame harapo y te desprecie! Déjale tú reír, y que te insulte, Que ha de llegar el día en que la gota cristalina y pura se desprenda del lodo para elevarse nube hasta la altura.
Y entonces en lugar de un anatema, en lugar de un desprecio, escucharás al Cristo del Calvario, que añadiendo tu pena a tus lágrimas tristes en abono te dirá como ha tiempo a Magdalena: Levántate, mujer, yo te perdono.
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Poeta
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De la más fragante rosa Nació la abeja más bella, A quien el limpio rocío Dio purísima materia.
Nace, pues, y apenas nace, Cuando en la misma moneda, Lo que en perlas recibió Empieza a pagar en perlas.
Que llora el alba, no es mucho Que es costumbre en su belleza; Mas ¿quién hay que no se admire De que el sol lágrimas vierta?
Si es por secundar la rosa, Es ociosa diligencia, Pues no es menester rocío Después de nacer la abeja.
Y más cuando en la clausura De su virginal pureza Ni antecedente haber pudo, Ni puede haber quien suceda,
¿Pues a que fin es el llanto, que dulcemente riega? Quien no puede dar más fruto ¿qué importa que estéril sea?
Mas ay, que la abeja tiene Tan íntima dependencia Siempre con la rosa, que Depende su vida de ella;
Pues dándole néctar puro, Que sus fragancias engendran, No sólo antes le concibe Pero después le alimenta.
Hijo y madre, en tan divinas Peregrinas competencias, Ninguno queda deudor, Y ambos obligados quedan.
La abeja paga el rocío De que la rosa la engendra, Y ella vuelve a retornarle con Lo mismo que la engendra.
Ayudando el uno al otro Con mutua correspondencia, La abeja a la flor fecunda, Y ella a la abeja sustenta.
Pues si por eso es el llanto, Llore Jesús, norabuena, Que lo que expende en rocío Cobrará después en néctar.
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Poeta
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Aprieta, Carpintero, con tus clavos etéreos el madero húmedo que quiere desmembrarse Átalo bien, sostenlo a ese otro madero recortado que puebla en viento el pináculo del mundo… Carpintero, obrero de la civilización, símbolo permanente del trabajo limpio. te prestaré hoy mi fuerza, enclenque fuerza de quien no tuvo nunca la devoción azul de tu martillo y tu esperanza pero déjame ayudarte igual a unir esos maderos Que no tiemble tu mano al martillar certero con tu frente sudando el impecable canto de tu esfuerzo ¡Une muy bien esos maderos! Son el faro que enfrentó mil sirenas, mil arrecifes de ojillos camuflados, dos mil capítulos que casi hoy lo desmembraron… Anda, ¡Vamos ahora! tiremos los dos juntos para levantar estos maderos ¡Así! con rabia y tiempo retrasado ¡tira! Que falta hacía reforzar algo esta cruz sobre el camino… ¡Gracias, gracias a ti, Carpintero amigo!
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Poeta
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¿Quién me presta una escalera, para subir al madero, para quitarle los clavos a Jesús el Nazareno?
¡Oh, la saeta, el cantar al Cristo de los gitanos, siempre con sangre en las manos, siempre por desenclavar! ¡Cantar del pueblo andaluz, que todas las primaveras anda pidiendo escaleras para subir a la cruz! ¡Cantar de la tierra mía, que echa flores al Jesús de la agonía, y es la fe de mis mayores! ¡Oh, no eres tú mi cantar! ¡No puedo cantar, ni quiero a ese Jesús del madero, sino al que anduvo en el mar!
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Poeta
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