En la mitad del barranco las navajas de Albacete, bellas de sangre contraria, relucen como los peces. Una dura luz de naipe recorta en el agrio verde, caballos enfurecidos y perfiles de jinetes. En la copa de un olivo lloran dos viejas mujeres. El toro de la reyerta se sube por las paredes. Angeles negros traían pañuelos de agua y nieve. Angeles con grandes alas de navajas de Albacete. Juan Antonio el de Montilla rueda muerto la pendiente, su cuerpo lleno de lirios y una granada en las sienes. Ahora monta cruz de fuego, carretera de la muerte.
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El juez, con guardia civil, por los olivares viene. Sangre resbalada gime muda canción de serpiente. Señores guardias civiles: aquí pasó lo de siempre. Han mueto cuatro romanos y cinco cartagineses.
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La tarde loca de higueras y de rumores calientes cae desmayada en los muslos heridos de los jinetes. Y angeles negros volaban por el aire del poniente. Angeles de largas trenzas y corazones de aceite.
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Poeta
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