En silencio observa la habitación, cada noche, cada día, … observa a la protagonista de este cuento, de esta pesadilla.
Siete años había pasado junto a su gato, de pelo negro azabache, de ojos azules marinos, de siniestro andar y maullido cautivo.
Cada noche lo mismo, fuera llena, nueva, menguante o creciente la luna, sonaba ese ruido, golpes debajo de la cama.
Y justo cuando se iba a asomar salía el gato del oscuro, mirándola fijamente se volvía a ocultar, como quién te detiene para estar seguro.
Al principio se asomaba hasta que la detenían, unos ojos felinos al borde del abismo, ahora ya no se asoma, ignora golpe tras golpe, pues será su gato jugando consigo mismo.
Las noches pasaban hasta salir la luna del ocaso, esa noche lloraba abatida la niña, triste rogaba por su gato desaparecido.
No lo encontraba, no lo veía, se fue, desapareció como polvo en el viento, no lo encontró en ningún rincón, claro u oscuro, grande o pequeño.
Pero se percató la niña como cada noche, golpes, golpes debajo de la cama, sonrió creyendo en la vuelta de su amigo, sonrió esperando a su gato al borde del abismo.
Pero no vio su cara crespada, sus ojos azules ya no la detenían de mirar debajo, despacio se acercó al borde y planto la mirada, buscó algún rastro de su amigo con esperanza cebada.
Y lo encontró donde siempre pensó que estaba, pero no lo encontró con la misma fachada, de un salto cayó al suelo horrorizada, desmembrado entre sangre maloliente temblaba.
En sus últimos segundos miagó como nunca antes, tan fuerte que ahuyentó lejos a la niña, hasta el otro lado de la habitación, tapándose los sentidos por esta función.
Se ahogó el maullido con su último latido, en silencio se aproximó la niña para llorar a su amigo, y mirándolo de cerca la miró una sombra lejana, más allá del cadáver se movía una sombra en desgana.
Algo reptaba debajo de su cama, algo grande, pesado, largo,…, unos ojos del color de la muerte la miraron, contemplaron su presa deseada por años con odio amargo.
No se movían, se detuvieron expectantes, mirándola hipnóticos la llamaban, dejándose llevar se introdujo en la sombra, fue hacia esos ojos que la nublaban.
En el luto de esa última luna salió el sol más fuerte que nunca, en la habitación solo quedaban sombras, sombras mundanas, normales, sin muecas algunas.
Todo era una copia de la noche anterior, todo excepto la cama, vacía y ensangrentada, unas sábanas roídas, manchadas, mutiladas, sin un solo desperfecto más, sin recuerdos ni baladas.
Las puertas y ventanas, vírgenes, no se habían abierto, el aire entonaba miedo, rugidos, alaridos, la habitación lloraba en silencio, acostumbrada, sin soltar prenda, con miedo a que la observaran.
Siete años vivió la familia bajo ese techo, siete años felices, de cuento y calma, ahora espera a la siguiente familia con hambre, el horror indescriptible debajo de la cama.
Fue tu dulce voz, la voz que me regaló sus versos, unos versos despiertos por tu amor, un amor que me deseaba con fervor.
Y de tu voz salió una melodía, una melodía dueña de mis sueños y pesadillas, unos sueños acalorados y fortuitos, unas pesadillas de temerosas y sangrantes letrillas.
Como temeroso estaba yo del porvenir incierto, porque era incierto tu tenaz envite hacia aquí, ese envite en palabras pícaras lanzadas, y pícaro emanaba tu aliento embelesante hacía mí.
Embelesado me plantó en mi sueño actual, un sueño en el que muero baladí si no estoy contigo y tu mirada atrapante, porque me has atrapado sin poder volver allí.
Allí donde vivía gris antes de leerte, allí donde todo era vacío e infierno, allí donde frío temblaba en el averno, allí donde triste creía que nunca podría tenerte.
Y leyéndote me enamoré de tu primera frase, una frase tantas veces escuchada por tantas bocas, pero que saliendo de la tuya calentaba mi alma, la elevaba sobre tus nubes y mis esperanzas pocas.
Porque poco era el sentido que dolía en mi vida, poco era el que ardía, el que sentía, …, el que quería, porque de no querer nada pasé a quererlo todo, todo y mucho más, querer, sentir, …, salir de este lodo.
Me hiciste salir de mi oscuro refugio, de un oscuro, lúgubre y solitario abismo, solitario, con la soledad de celestina tuerta, porque tuerto y medio sordo andaba siempre alerta.
Alerta de todo rápido o lento movimiento, y rápida era mi huida a ese citado abismo, porque escapaba raudo de todo dejando atrás mi alma, un alma hostigada y hastiada de un cuerpo sin calma.
Pero halló calma al final mi cuerpo con el tuyo, porque tocándome rompiste mi fina tela, una tela que escondía mis luces y mis sombras, un claroscuro que aceptaste cálida, que ya no me desvela.
En este poema de amor se expresa el proceso del enamoramiento y las razones del mismo partiendo de una descripción del protagonista.
Situase en escena la bestia de las montañas de seda que duerme entre cartones mojados, una marinera de caña de azúcar con exceso de cafeína en té, una frugal bala perdida, una cínica de los pudores, la consumida por agravios, si, el tronco otoñal escondido por finas hojas cortantes en el corazón.
Baldosa a baldosa entre teclas de notas negras sin grises, cae de pozo a pozo abismal, siniestro paraje de semejantes, arrastrando pensativas cadenas enmorriñadas de barrotes va la sombra bestia por el oscuro a la par de miedo y amigable traicionera curiosidad.
Paso previo paso muévese ella con cuidado en colgante puente de vida, esta alma acuchillada y mutilada en desventajada matanza desafortunada, esta bestia por mudas palabras concebida, por soledad precaria criada y protegida.
Porta estandarte, bandera de pan mojado a rallas, tangentes de polluelo en suelo con colores en alba de secretos, cambiaría presto su destino solitario con nuestro ángel de alas negras en el infierno, estaría más que dispuesto a rezar con sus demonios.
Deseoso de poseer unos ojos del marrón más mundano abraza la envidia de caminar con ellos, de que se le borre el rostro y ronde en silencio como uno más en el suyo feliz ajetreo.
Sin recuerdo de la razón que le llevó a soportar tediosa vida, no es más que otro trozo de carne humana en descomposición, viviendo en un eterno viaje hacia el perdón de sus oscuros sentimientos, y a la vez en su “Notre Dame” sin el atrevimiento de saber si su puerta esta cerrada o abierta.
Se lamenta putrefacto de la paz que le otorga su ataúd de madera antioxidante, solo ama el dilema de proteger sus secretos con empeño mientras quiere revelarlos a este mundo desinteresadamente molesto.
Entre odio y amor, esquina y callejón, la basura habla de su pasado perdido entre lencerías y suelos de mármol, sombras de espanto en el recuerdo de ella, protagonista, y su rostro entre mundos, se escapa de su piel cabezona el tacto pasado de su drama corazón, soñó con conocer la poesía de su cuerpo pero solo conoció la tragedia de su adiós.
Que te podría enseñar esta bestia si aún no se ha inventado a ella misma y ni si quiera ha encontrado todavía alguna alegre melodía, si siempre está acompañada de un verso prohibido en una delicada estrofa vergonzosa, si nunca ha tenido musa ni invitación alguna a virtuoso concierto.
Y yo pregunto: ¿quién será ofrecido juez para esta pobre criatura?, ¿quién doblará con veloz trote las esquinas de su burbuja de adicción?, ¿quién?; ¿quién será el valiente héroe que la libere si estamos todos en la misma situación?
Este poema habla sobre una bestia, antaño humana, que intentó aventurarse hacia el amor pero salió escaldado sin ni siquiera probar un poco de su dulzor, ahora vaga solitaria con la soledad como abrigo y única compañía eterna.
Imagina que fueses el dios de los poetas sangrantes, imagina los versos infinitos pensándote, adorándote, vertiendo su sangre.
Imagina que volases sobre los oscuros pensamientos, con un gesto, una mirada, pudieses atormentar a las tormentas pensantes, pudieses aclarar nuestro cielo juicio.
Imagina que sintiendo los latidos del mar te sintieran los peces, los moluscos, los crustáceos,… os sintieseis juntos y pudieseis conversar, romper fronteras con versos danzantes.
Imagínate rodeado de soñares, sirviéndolos en bandejas doradas, imagina las súplicas desechas, los ruegos dormidos, los lamentos ajusticiados.
Imagina que mirando al abismo te viese de vuelta, imagina que os besaseis entre calores desesperados y fríos vacíos, que os comprendieseis como nadie y os aceptaseis como nunca.
Imagina que surcases el arcoíris de norte a sur, de este a oeste, en busca de tesoros de oro y plata, de la suerte imaginaria de la que todos carecemos.
Imagina los albores del tiempo, puros, caóticos, desordenados, estruendosos,… pero pacíficos, bellos, silenciosos,… voces en el antiguo desolado, sin nadie que las escuche, apagadas.
Imagina que les dieses vida con tus latidos, como espectador de lo nunca visto, como oyente de lo nunca oído, como palpante de lo nunca tocado.
Imagina, imagínate divino, dios de cada sílaba silbante, señor de sonetos y odas, general de haikus y canciones, de elegías, de letrillas, de madrigales, …
Imagínate junto a la diosa Inspiración, dándonos sentido a los mortales, a tus siervos poetas de pluma perecedera, desplumándonos con cada verso minuto.
Y mientras se nos caen las plumas tejedoras, imagínate los miles de poemas olvidados, sepultados por el tiempo, apartados del recuerdo, imagina que dolor sentirlos a la mayoría perdidos.
Pues esta es la realidad de tus siervos, meros peones de tu amante Inspiración, esclavos, cautivos, prisioneros de una dicha que a pocos corresponde, que a muy pocos destaca en este guión.
En este poema estoy interaccionando con el lector, invitándolo a imaginarse como el dios de los poetas, con todos sus dones y misterios, y al final intento transmitir una sensación de dolor y vacío ya que la realidad es que la mayoría de obras caen en el olvido, y las que no son recordadas poco tiempo. Son muy pocas las que perduran recordadas.
Somos gritos, cegados por trenes, somos lloros, berrinches, angustias, somos dolores, tristezas, alegrías, somos efigies viviendo en las sienes.
Somos espadachines de verde manzana, somos estupores, mal tragos, destierros, ovejas sin pastor ni lana, tortugas en españoles encierros.
Somos lúgubres, incesantes labriegos, somos el luto enlutado de deseosas peloteras, somos trémulas en la voz de las antenas, somos talegos habitados por ciegos.
Somos alabastros recipientes, olvidados en las arenas el desierto, somos recodos mentales por cada palabra, beso, riña, acierto.
Somos remansos de infelicidad, disfrutando de los problemas en secreto, de un pequeño momento de felicidad incierto, cantando con la soledad a dueto.
Somos férreos, turgentes almas, livianas, intrascendentes, somos mortuorios vivientes, condenados al olvido de nuestras gentes.
Somos víctimas de la noche intempesta, bebés perdidos encontrados en la cesta, somos la lujuria, el robo, la muerte, el engaño, los pecados de Sodoma y Gomorra sin regaño.
Somos poetas de la tinta a borbotón, tercetos desvencijados de un soneto, somos, vivimos desorientados, vertiginosos, somos de la rima esclavos y esposos.
Somos piratas de agua dulce, pilotos de agua salada, somos amargos, salados, ácidos, del sabor de la fresa agridulce.
Somos llamadas, mensajes, ¡te quiero!, olvidos, ausencias, ¡te odio!, somos un dejar en visto, un like por inercia, un comentario vacío, una foto en el podio.
Somos la última hoja de la libreta, blanca, vacía, que se tira a la basura, somos corruptos, desastres, tormentas, somos tortura, perjura, locura, bravura.
Somos nuestra familia, nuestros amigos, un hola y un hasta luego, un abrazo y un a ti me entrego, una caricia y un ruego.
Somos una madre amorosa, una odiosa, un padre admirable, uno decepcionante, un hermano querido, uno cargante, una hermana cariñosa, una caprichosa.
Somos la empatía selectiva, el abandono egoísta, el engaño ambicioso, la gula insaciable.
Somos la envidia, la soberbia, la pereza, lo somos todo para nosotros, nada para los otros, polvo en el viento, ..., escarabajos en la maleza.
Buenos días, este poema esta inspirado en la canción “Más de Cien Mentiras” de Joaquín Sabina, es una de mis canciones favoritas y quería intentar componer algo así pero con mi estilo, en este caso este poema es una descripción de lo que somos como seres humanos, lo bueno y lo malo, espero que os guste.
las flores, los campos, los animales, todos morirán
mientras buscan sin consuelo aquello que quieren.
Y en el fin de mi mundo,
pensaré en tus ojos antes de precipitarme,
pues te has convertido en la celestina de la muerte,
pues tus recuerdos me atormentan para guiarme,
pues me he enamorado de la parca para volver a verte.
En este poema expreso el dolor de la pérdida del ser amado, hasta el punto inlcuso de sucumbir ante la realidad y sin poder soportarla terminar con todo.
En el bulevar de la copa de cristal se vierte un líquido retrato, en esta avenida de arte pasado se pincelan en lienzo mortal ansiedad y arrebato.
Entre cuatro esquinas y obsecuente vino derramado tremebundas historias se desparraman ante mi conmocionado.
Me duelen las corneas con presta paleta de colores, como una brújula al norte de mi hemisferio giran sin control partituras con gustos de olores.
Al pie del alma se muestra un riachuelo de turbulenta furia arremolinada entre elocuentes tartamudeos, un manto fluido de gritos, lloros y arrepentimientos que muere en un marco de madera encolerizada ante bífidos siseos.
Junto a las cientas aguas pasadas aparece una cabaña de madera de musgo en corcho con ruidos silenciosos, ruidos de niñas, figuras de fantasmas nunca sufridos que juegan con cochecitos de madera y plásticos de muñecas morriñas.
En lo alto del escenario actúan montañas de grano de arena, montañas acurrucadas en una hoguera de fuego de copo de nieve que cubre vertiginosas heridas de tostada quemada, montañas de tormentas cómico-sarcásticas de preocupación olvidada.
A lo lejos en la cola de las montañas se observa una borrosa ciudad desvirtuada, malcriada en enjambres tóxicos, devastada por nubes de lluvia que cae hacía arriba como intentando retroceder el tiempo, atesorada en rascacielos de portales nocturnos y carmín del carbón del cielo eclipsado.
Un tejido cielo de soles a lustros que no parpadean mueve el viento en la noche, en el día una luna azul y verde ronca en los aposentos del baile carnal, el sol trazado cuyos brazos salen disparados como fogones a la cacería de mi llama rosa de amor se mantiene constante al circuito del lucero polar.
Y en un último esfuerzo de visión indeseable una brisa de constrictora venenosa repta en los campos ondulando con delicada necesidad una flora gris muerta de estrés y descontrol, unos pétalos de caleidoscopio que no quieren volver a la tierra de un ciclo de vida de entonación baja bemol.
Descripción: En este poema estoy intentando expresar mi angustia y ansiedad ante el ambiente que me rodea, para ello no solo lo describo sino que lo hago intentando que el lector sienta pesadez por lo que está leyendo, juego con una descripción del entorno un tanto abstracta y pesada, un tanto excesiva y angustiosa.