LA INTRUSA El día en que la colorada entró al gallinero se acabó la armonía. Hacía tiempo que las gallinas tenían una convivencia construida a partir fundamentalmente de que todas eran batarazas, eso les daba una pertenencia de raza y conciencia de clase por su condición de ponedoras. Ellas cumplían con su misión de poner huevos, y a cambio recibían una ración de alimento adecuado y el servicio sexual del gallo Cocorito, que las atendía sin ningún tipo de preferencia, ni privilegio. El hecho de vivir en una comunidad con sus necesidades básicas satisfechas, bien comidas y bien cogidas, las relacionaba socialmente como iguales, con los mismos derechos y las mismas obligaciones, eran solidarias al punto que cuando una cacareaba todas lo hacían, y cuando una se rompía el culo poniendo un huevo de dos yemas, allí estaban todas para festejarlo. En la empalizada que servía de dormidero, la ubicación en el palo más alto era rotativa, con lo que se había abolido la principal causa de la ambición y lucha entre iguales, la perversa y disociante ley del gallinero. Pero un día la mala idea del dueño del gallinero, sin consulta previa ni medir las consecuencias metió en el corral a la Colorada y se pudrió todo. La Colorada era una de esas que habían dado mala fama a la especie. Con plumas brillantes, andar seductor, buenas carnes y un portentoso culo, fue la causante de la discordia en el gallinero. Cuando Cocorito la vio entró a patalear en un baile desenfrenado, se le pararon las plumas del cogote y comenzó a cantar como un descocido. Ella selo pasaba todo el día corococó, corococó, pero no ponía un solo huevo, Cocorito la perseguía lujurioso picoteándole la cabeza y clavándole los espolones sin descanso y terminaba exhausto con la cresta y el cogote caído hecho una piltrafa. Las pobres batarazas, no solo sufrían la abstinencia sexual sino que también debían soportar los desplantes y la soberbia de la intrusa, que hacía alarde de una situación privilegiada. No Solo el gallo había sucumbido a sus encantos, sino que hasta el adolescente hijo del dueño la miraba con cariño. Lo que les llamaba la atención es que hasta tenía una comida preferencial, mientras a ellas les daban un alimento balanceado berreta, a “esa” le daban una suculenta ración de maíz pisado. Por las noches dormía en el palo más alto, sin respetar la rotación y sin ningún tipo de pudor regaba a las de abajo. Mientras las batarazas se consumían en la depresión que les provocaba la discriminación , la Colorada estaba cada día más linda, con sus apetitos satisfechos. Pero como dice el refrán, no hay mal que duré cien años, este no duró más de quince días., termino cuando el dueño entró al corral, agarró a la Colorada del cogote y se lo cortó de un tajo. Mientras su cuerpo aleteaba y su cabeza rodaba por el suelo, la colgó de las patas en el alambrado y se fue desangrando a borbotones. Al día siguiente les dieron el alimento mezclado con sobras de fideos. Estaba rica la salsa!...
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Poeta
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