AMERENGADA INOCUIDAD
En esa realidad que ha cerrado la puerta,
en la sierra nonada por menudencias,
la negrura es intachable mízcalo,
peyorativo malévolo insignificante,
postinero procaz insufrible,
¡Qué encuentra agotado el vacío!.
¡Qué libera al mundo que pensó!.
Sin creerse murrio, intacto gruñido.
Sin saberse decadente, pelele vacuo.
Amerengada.
Inocuidad.
Por las ascuas desgajadas del insomnio.
kiosco en ruinas huracanado hospedaje.
Del consuelo contagiado del contrabando.
Del óxido apadrinado de ínfimos pórticos.
Del hielo perturbado bajo la mano vacía.
En esa realidad, en esa realidad, se ostenta.
Conmiserarse de la gazuza infame hartura.
¡Sí, sí!... Aligerándose al deslomar al sol.
En el impreciso crucilabrio intransigente.
Amerengada.
Inocuidad.
¡Vaya, vaya, sí que sí!.
Es la estrictez anacrónica del gusano tundido.
¡Que asfixia a la lividez misma!. Perplejo.
Al caracolear atribulado en petulancia.
Al atragantarse desparpajado el cinismo.
¡Pobre cacumen abundoso en coprolalia!.
Conturbándose trastocado de azoro ingenuo.
¡En esa realidad que ha perdido su ausencia!.
Su figura, su repudio, su respeto, su esbozo.
Amerengada.
Inocuidad.
Entre eso del estorbo usurero.
¡Demudándolo gazmoño infernalmente!.
Por encizañar y embolicarse aventurero.
Entre el escamoteo de una rapsodia.
De un desenfrenarse animalado.
Textil termómetro tertulia torpe.
Dispensa disturbio doloso drama.
Zángano zopenco zozobrando.
¡Convicto de sí y por sus huesos encarcelado!.
Insigne.
Inicuo. Del amerengarse crapuloso, inopinable.
Autor: Joel Fortunato Reyes Pérez