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Cogióme sin prevención Amor, astuto y tirano: con capa de cortesano se me entró en el corazón. Descuidada la razón y sin armas los sentidos, dieron puerta inadvertidos; y él, por lograr sus enojos, mientras suspendió los ojos me salteó los oídos.
Disfrazado entró y mañoso; mas ya que dentro se vio del Paladión, salió de aquel disfraz engañoso; y, con ánimo furioso, tomando las armas luego, se descubrió astuto Griego que, iras brotando y furores, matando los defensores, puso a toda el Alma fuego.
Y buscando sus violencias en ella al príamo fuerte, dio al Entendimiento muerte, que era Rey de las potencias; y sin hacer diferencias de real o plebeya grey, haciendo general ley murieron a sus puñales los discursos racionales porque eran hijos del Rey.
A Casandra su fiereza buscó, y con modos tiranos, ató a la Razón las manos, que era del Alma princesa. En prisiones su belleza de soldados atrevidos, lamenta los no creídos desastres que adivinó, pues por más voces que dio no la oyeron los sentidos.
Todo el palacio abrasado se ve, todo destruido; Deifobo allí mal herido, aquí Paris maltratado. Prende también su cuidado la modestia en Polixena; y en medio de tanta pena, tanta muerte y confusión, a la ilícita afición sólo reserva en Elena.
Ya la Ciudad, que vecina fue al Cielo, con tanto arder, sólo guarda de su ser vestigios, en su ruina. Todo el amor lo extermina; y con ardiente furor, sólo se oye, entre el rumor con que su crueldad apoya: "Aquí yace un Alma Troya ¡Victoria por el Amor!"
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Poeta
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Verde embeleso de la vida humana, loca esperanza, frenesí dorado, sueño de los despiertos intrincado, como de sueños, de tesoros vana;
alma del mundo, senectud lozana, decrépito verdor imaginado; el hoy de los dichosos esperado, y de los desdichados el mañana:
sigan tu sombra en busca de tu día los que, con verdes vidrios por anteojos, todo lo ven pintado a su deseo;
que yo, más cuerda en la fortuna mía, tengo en entrambas manos ambos ojos y solamente lo que toco veo.
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Poeta
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Estos versos, lector mío, que a tu deleite consagro, y sólo tienen de buenos conocer yo que son malos, ni disputártelos quiero, ni quiero recomendarlos, porque eso fuera querer hacer de ellos mucho caso.
No agradecido te busco: pues no debes, bien mirado, estimar lo que yo nunca juzgué que fuera a tus manos. En tu libertad te pongo, si quisieres censurarlos; pues de que, al cabo, te estás en ella, estoy muy al cabo.
No hay cosa más libre que el entendimiento humano; pues lo que Dios no violenta, por qué yo he de violentarlo?
Di cuanto quisieres de ellos, que, cuanto más inhumano me los mordieres, entonces me quedas más obligado, pues le debes a mi musa el más sazonado plato (que es el murmurar), según un adagio cortesano. Y siempre te sirvo, pues, o te agrado, o no te agrado: si te agrado, te diviertes; murmuras, si no te cuadro.
Bien pudiera yo decirte por disculpa, que no ha dado lugar para corregirlos la priesa de los traslados; que van de diversas letras, y que algunos, de muchachos, matan de suerte el sentido que es cadáver el vocablo; y que, cuando los he hecho, ha sido en el corto espacio que ferian al ocio las precisiones de mi estado; que tengo poca salud y continuos embarazos, tales, que aun diciendo esto, llevo la pluma trotando.
Pero todo eso no sirve, pues pensarás que me jacto de que quizá fueran buenos a haberlos hecho despacio; y no quiero que tal creas, sino sólo que es el darlos a la luz, tan sólo por obedecer un mandato.
Esto es, si gustas creerlo, que sobre eso no me mato, pues al cabo harás lo que se te pusiere en los cascos. Y adiós, que esto no es más de darte la muestra del paño: si no te agrada la pieza, no desenvuelvas el fardo.
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Poeta
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Pues estoy condenada, Fabio, a la muerte, por decreto tuyo, y la sentencia airada ni la apelo, resisto ni la huyo, óyeme, que no hay reo tan culpado a quien el confesar le sea negado.
Porque te han informado, dices, de que mi pecho te ha ofendido, me has, fiero, condenado. ¿Y pueden, en tu pecho endurecido más la noticia incierta, que no es ciencia, que de tantas verdades la experiencia?
Si a otros crédito has dado, Fabio, ¿por qué a tus ojos se lo niegas, y el sentido trocado de la ley, al cordel mi cuello entregas, pues liberal me amplías los rigores y avaro me restringes los favores?
Si a otros ojos he visto, mátenme, Fabio, tus airados ojos; si a otro cariño asisto, asístanme implacables tus enojos; y si otro amor del tuyo me divierte, tú, que has sido mi vida, me des muerte.
Si a otro, alegre, he mirado, nunca alegre me mires ni te vea; si le hablé con agrado, eterno desagrado en ti posea; y si otro amor inquieta mi sentido, sáqueseme el alma tú, que mi alma has sido.
Mas, supuesto que muero, sin resistir a mi infeliz suerte, que me des sólo quiero licencia de que escoja yo mi muerte; deja la muerte a mi elección medida, pues en la tuya pongo yo la vida.
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Poeta
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Hombres necios que acusáis a la mujer, sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis;
si con ansia sin igual solicitáis su desdén, por qué queréis que obren bien si las incitáis al mal?
Combatís su resistencia y luego, con gravedad, decís que fue liviandad lo que hizo la diligencia.
Parecer quiere el denuedo de vuestro parecer loco, al niño que pone el coco y luego le tiene miedo.
Queréis, con presunción necia, hallar a la que buscáis para prentendida, Thais, y en la posesión, Lucrecia.
¿Qué humor puede ser más raro que el que, falto de consejo, él mismo empaña el espejo y siente que no esté claro?
Con el favor y el desdén tenéis condición igual, quejándoos, si os tratan mal, burlándoos, si os quieren bien.
Opinión, ninguna gana, pues la que más se recata, si no os admite, es ingrata, y si os admite, es liviana.
Siempre tan necios andáis que, con desigual nivel, a una culpáis por cruel y a otra por fácil culpáis.
¿Pues como ha de estar templada la que vuestro amor pretende?, ¿si la que es ingrata ofende, y la que es fácil enfada?
Mas, entre el enfado y la pena que vuestro gusto refiere, bien haya la que no os quiere y quejaos en hora buena.
Dan vuestras amantes penas a sus libertades alas, y después de hacerlas malas las queréis hallar muy buenas.
¿Cuál mayor culpa ha tenido en una pasión errada: la que cae de rogada, o el que ruega de caído?
¿O cuál es de más culpar, aunque cualquiera mal haga; la que peca por la paga o el que paga por pecar?
¿Pues, para qué os espantáis de la culpa que tenéis? Queredlas cual las hacéis o hacedlas cual las buscáis.
Dejad de solicitar, y después, con más razón, acusaréis la afición de la que os fuere a rogar.
Bien con muchas armas fundo que lidia vuestra arrogancia, pues en promesa e instancia juntáis diablo, carne y mundo.
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Poeta
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Ya que para despedirme, dulce idolatrado dueño, ni me da licencia el llanto ni me da lugar el tiempo,
háblente los tristes rasgos, entre lastimosos ecos, de mi triste pluma, nunca con más justa causa negros.
Y aun ésta te hablará torpe con las lágrimas que vierto, porque va borrando el agua lo que va dictando el fuego.
Hablar me impiden mis ojos; y es que se anticipan ellos, viendo lo que he de decirte, a decírtelo primero.
Oye la elocuencia muda que hay en mi dolor, sirviendo los suspiros, de palabras, las lágrimas, de conceptos.
Mira la fiera borrasca que pasa en el mar del pecho, donde zozobran, turbados, mis confusos pensamientos.
Mira cómo ya el vivir me sirve de afán grosero; que se avergüenza la vida de durarme tanto tiempo.
Mira la muerte, que esquiva huye porque la deseo; que aun la muerte, si es buscada, se quiere subir de precio.
Mira cómo el cuerpo amante, rendido a tanto tormento, siendo en lo demás cadáver, sólo en el sentir es cuerpo.
Mira cómo el alma misma aun teme, en su ser exento, que quiera el dolor violar la inmunidad de lo eterno.
En lágrimas y suspiros alma y corazón a un tiempo, aquél se convierte en agua, y ésta se resuelve en viento.
Ya no me sirve de vida esta vida que poseo, sino de condición sola necesaria al sentimiento.
Mas, por qué gasto razones en contar mi pena y dejo de decir lo que es preciso, por decir lo que estás viendo?
En fin, te vas, ay de mi! Dudosamente lo pienso: pues si es verdad, no estoy viva, y si viva, no lo creo.
Posible es que ha de haber día tan infausto, funesto, en que sin ver yo las tuyas esparza sus luces Febo?
Posible es que ha de llegar el rigor a tan severo, que no ha de darle tu vista a mis pesares aliento?
Ay, mi bien, ay prenda mía, dulce fin de mis deseos! Por qué me llevas el alma, dejándome el sentimiento?
Mira que es contradicción que no cabe en un sujeto, tanta muerte en una vida, tanto dolor en un muerto.
Mas ya que es preciso, ay triste!, en mi infeliz suceso, ni vivir con la esperanza, ni morir con el tormento,
dame algún consuelo tú en el dolor que padezco; y quien en el suyo muere, viva siquiera en tu pecho.
No te olvides que te adoro, y sírvante de recuerdo las finezas que me debes, si no las prendas que tengo.
Acuérdate que mi amor, haciendo gala de riesgo, sólo por atropellarlo se alegraba de tenerlo.
Y si mi amor no es bastante, el tuyo mismo te acuerdo, que no es poco empeño haber empezado ya en empeño.
Acuérdate, señor mío, de tus nobles juramentos; y lo que juró la boca no lo desmientan tus hechos.
Y perdona si en temer mi agravio, mi bien, te ofendo, que no es dolor, el dolor que se contiene atento.
Y adiós; que con el ahogo que me embarga los alientos, ni sé ya lo que te digo ni lo que te escribo leo.
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Poeta
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Esta tarde, mi bien, cuando te hablaba, como en tu rostro y tus acciones vía que con palabras no te persuadía, que el corazón me vieses deseaba;
y Amor, que mis intentos ayudaba, venció lo que imposible parecía: pues entre el llanto, que el dolor vertía, el corazón deshecho destilaba.
Baste ya de rigores, mi bien, baste: no te atormenten más celos tiranos, ni el vil recelo tu inquietud contraste
con sombras necias, con indicios vanos, pues ya en líquido humor viste y tocaste mi corazón deshecho entre tus manos.
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Poeta
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Finjamos que soy feliz, triste pensamiento, un rato; quizá prodréis persuadirme, aunque yo sé lo contrario, que pues sólo en la aprehensión dicen que estriban los daños, si os imagináis dichoso no seréis tan desdichado.
Sírvame el entendimiento alguna vez de descanso, y no siempre esté el ingenio con el provecho encontrado. Todo el mundo es opiniones de pareceres tan varios, que lo que el uno que es negro el otro prueba que es blanco.
A unos sirve de atractivo lo que otro concibe enfado; y lo que éste por alivio, aquél tiene por trabajo.
El que está triste, censura al alegre de liviano; y el que esta alegre se burla de ver al triste penando.
Los dos filósofos griegos bien esta verdad probaron: pues lo que en el uno risa, causaba en el otro llanto.
Célebre su oposición ha sido por siglos tantos, sin que cuál acertó, esté hasta agora averiguado.
Antes, en sus dos banderas el mundo todo alistado, conforme el humor le dicta, sigue cada cual el bando.
Uno dice que de risa sólo es digno el mundo vario; y otro, que sus infortunios son sólo para llorados.
Para todo se halla prueba y razón en qué fundarlo; y no hay razón para nada, de haber razón para tanto.
Todos son iguales jueces; y siendo iguales y varios, no hay quien pueda decidir cuál es lo más acertado.
Pues, si no hay quien lo sentencie, ¿por qué pensáis, vos, errado, que os cometió Dios a vos la decisión de los casos?
O ¿por qué, contra vos mismo, severamente inhumano, entre lo amargo y lo dulce, queréis elegir lo amargo?
Si es mío mi entendimiento, ¿por qué siempre he de encontrarlo tan torpe para el alivio, tan agudo para el daño?
El discurso es un acero que sirve para ambos cabos: de dar muerte, por la punta, por el pomo, de resguardo.
Si vos, sabiendo el peligro queréis por la punta usarlo, ¿qué culpa tiene el acero del mal uso de la mano?
No es saber, saber hacer discursos sutiles, vanos; que el saber consiste sólo en elegir lo más sano.
Especular las desdichas y examinar los presagios, sólo sirve de que el mal crezca con anticiparlo.
En los trabajos futuros, la atención, sutilizando, más formidable que el riesgo suele fingir el amago.
Qué feliz es la ignorancia del que, indoctamente sabio, halla de lo que padece, en lo que ignora, sagrado!
No siempre suben seguros vuelos del ingenio osados, que buscan trono en el fuego y hallan sepulcro en el llanto.
También es vicio el saber, que si no se va atajando, cuando menos se conoce es más nocivo el estrago; y si el vuelo no le abaten, en sutilezas cebado, por cuidar de lo curioso olvida lo necesario.
Si culta mano no impide crecer al árbol copado, quita la sustancia al fruto la locura de los ramos.
Si andar a nave ligera no estorba lastre pesado, sirve el vuelo de que sea el precipicio más alto.
En amenidad inútil, ¿qué importa al florido campo, si no halla fruto el otoño, que ostente flores el mayo?
¿De qué sirve al ingenio el producir muchos partos, si a la multitud se sigue el malogro de abortarlos?
Y a esta desdicha por fuerza ha de seguirse el fracaso de quedar el que produce, si no muerto, lastimado.
El ingenio es como el fuego, que, con la materia ingrato, tanto la consume más cuando él se ostenta más claro.
Es de su propio Señor tan rebelado vasallo, que convierte en sus ofensas las armas de su resguardo.
Este pésimo ejercicio, este duro afán pesado, a los ojos de los hombres dio Dios para ejercitarlos.
¿Qué loca ambición nos lleva de nosotros olvidados? Si es para vivir tan poco, ¿de qué sirve saber tanto? ¡Oh, si como hay de saber, hubiera algún seminario o escuela donde a ignorar se enseñaran los trabajos!
¡Qué felizmente viviera el que, flojamente cauto, burlara las amenazas del influjo de los astros!
Aprendamos a ignorar, pensamiento, pues hallamos que cuanto añado al discurso, tanto le usurpo a los años.
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Poeta
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Detente, sombra de mi bien esquivo, imagen del hechizo que más quiero, bella ilusión por quien alegre muero, dulce ficción por quien penosa vivo.
Si al imán de tus gracias, atractivo, sirve mi pecho de obediente acero, ¿para qué me enamoras lisonjero si has de burlarme luego fugitivo?
Mas blasonar no puedes, satisfecho, de que triunfa de mí tu tiranía: que aunque dejas burlado el lazo estrecho
que tu forma fantástica ceñía, poco importa burlar brazos y pecho si te labra prisión mi fantasía.
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Poeta
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No estoy ausente, sólo prefiero extrañarte en silencio.
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Poeta
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