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Con el dolor de la mortal herida, de un agravio de amor me lamentaba, y por ver si la muerte se llegaba procuraba que fuese más crecida.
Toda en el mal el alma divertida, pena por pena su dolor sumaba, y en cada circunstancia ponderaba que sobraban mil muertes a una vida.
Y cuando, al golpe de uno y otro tiro rendido el corazón, daba penoso señas de dar el último suspiro,
no sé con qué destino prodigioso volví a mi acuerdo y dije: ¿qué me admiro? ¿Quién en amor ha sido más dichoso?
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Poeta
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Amor empieza por desasosiego, solicitud, ardores y desvelos; crece con riesgos, lances y recelos; susténtase de llantos y de ruego.
Doctrínanle tibiezas y despego, conserva el ser entre engañosos velos, hasta que con agravios o con celos apaga con sus lágrimas su fuego.
Su principio, su medio y fin es éste: ¿pues por qué, Alcino, sientes el desvío de Celia, que otro tiempo bien te quiso?
¿Qué razón hay de que dolor te cueste? Pues no te engaño amor, Alcino mío, sino que llegó el término preciso.
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Poeta
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Feliciano me adora y le aborrezco; Lisardo me aborrece y yo le adoro; por quien no me apetece ingrato, lloro, y al que me llora tierno, no apetezco:
a quien más me desdora, el alma ofrezco; a quien me ofrece víctimas, desdoro; desprecio al que enriquece mi decoro y al que le hace desprecios enriquezco;
si con mi ofensa al uno reconvengo, me reconviene el otro a mí ofendido y al padecer de todos modos vengo;
pues ambos atormentan mi sentido; aquéste con pedir lo que no tengo y aquél con no tener lo que le pido.
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Poeta
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Al que ingrato me deja, busco amante; al que amante me sigue, dejo ingrata; constante adoro a quien mi amor maltrata; maltrato a quien mi amor busca constante.
Al que trato de amor, hallo diamante y soy diamante al que de amor me trata; triunfante quiero ver al que me mata y mato a quien me quiere ver triunfante.
Si a éste pago, padece mi deseo; si ruego a aquél, mi pundonor enojo: de entrambos modos infeliz me veo.
Pero yo por mejor partido escojo de quien no quiero, ser violento empleo, que de quien no me quiere, vil despojo.
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Poeta
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Éste que ves, engaño colorido, que, del arte ostentando los primores, con falsos silogismos de colores es cauteloso engaño del sentido;
éste, en quien la lisonja ha pretendido excusar de los años los horrores, y venciendo del tiempo los rigores triunfar de la vejez y del olvido,
es un vano artificio del cuidado, es una flor al viento delicada, es un resguardo inútil para el hado:
es una necia diligencia errada, es un afán caduco y, bien mirado, es cadáver, es polvo, es sombra, es nada.
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Poeta
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Yo no puedo tenerte ni dejarte, ni sé por qué al dejarte o al tenerte, se encuentra un no sé qué para quererte, y muchos sí sé qué para olvidarte.
Pues ni quieres dejarte ni enmendarte, yo templaré mi corazón de suerte que la mitad se incline a aborrecerte, aunque la otra mitad se incline a amarte;
si ello es fuerza querernos, haya modo, que es morir el estar siempre riñendo: no se hable más en celo ni en sospecha.
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Poeta
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En una noche oscura, con ansias en amores inflamada, (¡oh dichosa ventura!) salí sin ser notada, estando ya mi casa sosegada. 5
A oscuras y segura, por la secreta escala disfrazada, (¡oh dichosa ventura!) a oscuras y en celada, estando ya mi casa sosegada.
En la noche dichosa, en secreto, que nadie me veía, ni yo miraba cosa, sin otra luz ni guía sino la que en el corazón ardía.
Aquesta me guiava más cierta que la luz del mediodía, adonde me esperaba quien yo bien me sabía, en parte donde nadie parecía.
¡Oh noche que me guiaste!, ¡oh noche amable más que el alborada!, ¡oh noche que juntaste amado con amada, amada en el amado transformada!
En mi pecho florido, que entero para él solo se guardaba, allí quedó dormido, y yo le regalaba, y el ventalle de cedros aire daba.
El aire de la almena, cuando yo sus cabellos esparcía, con su mano serena en mi cuello hería, y todos mis sentidos suspendía.
Quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el amado, cesó todo, y dejéme, dejando mi cuidado entre las azucenas olvidado.
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Poeta
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Miró Celia una rosa que en el prado ostentaba feliz la pompa vana y con afeites de carmín y grana bañaba alegre el rostro delicado;
y dijo: “Goza, sin temor del Hado, el curso breve de tu edad lozana, pues no podrá la muerte de mañana quitarte lo que hubieres hoy gozado;
y aunque llega la muerte presurosa y tu fragante vida se te aleja, no sientas el morir tan bella y moza:
mira que la experiencia te aconseja que es fortuna morirte siendo hermosa y no ver el ultraje de ser vieja.”
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Poeta
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Afuera, afuera, ansias mías; no el respeto os embarace: que es lisonja de la pena perder el miedo a los males. Salgan signos a la boca de lo que el corazón arde, que nadie, nadie creerá el incendio si el humo no da señales. El que su cuidado estima, sus sentimientos no calle; que no es muy valiente el preso que no quebranta la cárcel. Afuera, afuera ansias mías; no el respeto os embarace: que nadie, nadie creerá el incendio si el humo no da señales. Salgan signos a la boca de lo que el corazón arde, que no es muy valiente el preso que no quebranta la cárcel.
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Poeta
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Señora, si la belleza Que en vos llego a contemplar Es bastante a conquistar La más inculta dureza,
¿Por qué hacéis que el sacrificio Que debo a vuestra luz pura Debiéndose a la hermosura Se atribuya al beneficio?
Cuando es bien que glorias cante, De ser vos, quien me ha rendido, ¿Queréis que lo agradecido Se equivoque con lo amante?
Vuestro favor me condena A otra especie de desdicha, Pues me quitáis con la dicha El mérito de la pena.
Si no es que dais a entender Que favor tan singular, Aunque se puede lograr, No se puede merecer.
Con razón, pues la hermosura Aun llegada a poseerse, Si llega a merecerse, Dejara de ser ventura.
Que estar un digno cuidado Con razón correspondido, Es premio de lo servido, Y no dicha de lo amado.
Que dicha se ha de llamar Sólo la que, a mi entender, Ni se puede merecer, Ni se pretende alcanzar.
Ya que este favor excede Tanto a todos, al lograrse, Que no sólo no pagarse, Mas ni agradecer se puede.
Pues desde el dichoso día Que vuestra belleza vi, Tal del todo me rendí, Que no me quedó acción mía.
Con lo cual, señora, muestro, y a decir mi amor se atreve, Que nadie pagaros debe, Que vos honréis lo que es vuestro.
Bien se que es atrevimiento Pero el amor es testigo Que no se lo que me digo Por saber lo que me siento.
Y en fin, perdonad por Dios, Señora, que os hable así, Que si yo estuviera en mí No estuvierais en mí vos.
Sólo quiero suplicaros Que de mí recibáis hoy, No sólo el alma que os doy, Mas la que quisiera daros.
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Poeta
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