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La Parima es el sueño faraónico y la piedra de Moisés, el panal negro de la Hermana, que el Hermano Francisco no vino a conocer. Catedral del misterio, Sierra del Sur, ignota, lengua escondida de la voz del agua, párpado mal cerrado de Dios, que deja ver la hebra azul de una mirada.
Yo soñé para tu Gloria, río de la Patria, escribir una palabra esencial en la hoja de la sabana, mojando en tus fuentes oscuras el aguijón celeste de una pluma de garza. Pero, solo encontré mi sangre, con su rojo tenuado por la mezcla de las lágrimas.
Sin embargo, te ofrecí venir ¡y en tu camino estoy! Tu saldrás de tus fuentes: el Dios de la Parima, el Dios Indio, te abrirá la puerta de su gran casa oscura; el Viejo Dios te dejará venir como todos los días y en tu camino estaré yo... Tú sales de las manos de tu montaña, como sale un milagro de la mano de Dios, como todas las noches, de la jaula del cielo se escapa y va a los campos el pájaro del Sol.
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Poeta
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Dios submarino, Dios lacustre, Dios fluvial, uno en el tritón y en la garza y en la dulce corbeta y el áspero crucero, Dios del agua, Señor de la Casa de Cristal, Dios Marinero. Expresión de agua de tus mil expresiones, río tendido de Volturno a Cristo, vuelo del ibis que cruza del mascarón de Argos al mastelero de la Santa María, Dios argonauta, que tiendes a las manos de la Armonía el río de tu música, largo, como una flauta. Dios infuso en el lago blanco de la nube alinderada de azul, Dios de espuma en el crespo del corderillo, Dios tormentoso en la melena del león, Dios zahorí, estancado en la pupila del tigre, Dios del río de estrellas que de Oriente a Occidente cruza de noche el cielo, Dios del agua combatiente en el crinado Niágara y el sospechoso Dardanelo:
Tiende la diestra, donde nace el Río y la zurda, donde desemboca -en un cristalino arco de Brahma- tiende el ánfora de las manos, Señor del Agua, Viejo Comandante, hacia los manantiales sonoros, hacia el tibio remanso del Orinoco de agua beligerante brotado de tus sienes, sudado de tus poros en el sábado de tu primer descanso!
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Poeta
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(Canto al Orinoco)
Una Pumé, la Hija de un Cacique Yaruro, fue conmigo una noche, por las tierras verdes, que hacen un río de verdura entre el azul del Arauca y el azul del Meta. Entre los gamelotes nos echamos al suelo, coronados de yerbas y allí, en mis brazos, casi se me murió de amores cuando le dije la Parábola del volcán y las siete estrellas.
Quiero recordar un poco aquella hora inmortal entre mis horas buenas: Sobre la sabana los cocuyos eran más que en el cielo las estrellas, no había luna, pero estaba claro todo, no sé si eras mi alma que alumbraba a la noche o la noche que la alumbraba a ella; estábamos ceñidos y hablábamos y el beso y la palabra estaban empapados de promesas y un soplo de mastranto ponía en las narices ese amor primitivo del caballo y la yegua. Ella me contaba historias de su nación, leyenda que se pierden entre los siglos como raíces en la tierra, pero de pronto me cayó en los brazos y estaba urgente y mía, coronada de yerbas, cuando le dije la Parábola del volcán y las siete estrellas. Fue en el momento en que evocamos al Orinoco de las Fuentes, al Orinoco de las Selvas, al Orinoco de los saltos, al de la erizada cabellera que en la Fuente se alisa sus cabellos y en Maipures se despeina; y luego hablamos del Orinoco ancho, el de Caicara que abanica la tierra, y el del Torno y el Infierno que al agua dulce junta un mal humor de piedras, y ella quedó colgada de mis labios, como Palabra de carne que hiciera vivo el Poema, porque le dije, amigos, mi Parábola, la Parábola del Orinoco, la Parábola del Volcán y las Siete Estrellas.
Y fue así: La Parima era un volcán, pero era al mismo tiempo un refugio de estrellas. Por las mañanas, los luceros del cielo se metían por su cráter, y dormían todo el día en el centro de la Tierra. Por las tardes, al llegar la noche, el volcán vomitaba su brasero de estrellas y quedaban prendidos en el cielo los astros para llover de nuevo cuando el alba viniera.
Y un día llegó el primer llanto del Indio; en la mañana del descubrimiento, saltando de la proa de la carabela, y del cielo de la raza en derrota cayó al volcán la primera estrella; otro día llegó la piedad del Evangelio y del costado de Jesucristo, evaporada la tristeza, cristalina de martirio e impetuosa de Conquista, cayó la segunda estrella.
Después, recién nacida la Libertad, en su primera hora de caminar por América, desde los ojos de la República cayó al volcán la lágrima de la tercera estrella. Más tarde, en el Ocaso del primer balbuceo, en el día rojo de La Puerta, nevado del hielo mismo de la Muerte cayó el diamante de la cuarta estrella;
Y en la mañana de la Ley, cuando la antorcha de Angostura chisporroteó sobre la guerra, despabilada de las luces mortales, sobre el volcán cayó la quinta estrella.
Y en la noche del Delirio, desprendida de Casacoima, Profetisa de la Tiniebla, salida de la voluntad inmanente de Vivir, estrella de los Magos, cayó la sexta estrella.
Y un día, en el día de los días, en Carabobo, bajo el Sol de los soles, voló de la propia cabeza del Hombre de cabeza estrellada como los cielos y en el volcán de la Parima cayó la última estrella.
Pero ese mismo día sobre la boca del volcán puso su mano la Tiniebla y el cráter enmudeció para siempre y las estrellas se quedaron en las entrañas de la Tierra.
Y allí fue una pugna de luz, una lucha de mundos, un universo en guerra; y en los costados de su tumba, horadaban poco a poco su cauce las siete estrellas; que si no iban hacia el cielo se desbastaban con sus picos la trayectoria de las piedras. Hasta que llegó una noche en que rotos los músculos del gran pecho de tierra, saltó de sus abismos, cayó en una cascada, se abrió paso en la erizada floresta, siguió el surco de las bajantes vírgenes, torció hacia el Norte, solemnizado de selvas, bramó en la convulsión de los saltos, y se explayó por fin, de aguas serenas, con la nariz tentada de una sed de llanuras, hacia el Oriente de los sueños el Orinoco de las Siete Estrellas.
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Poeta
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La prueba, oh mi fuerte Orinoco, te filtró toda el agua. Tú mismo, desordenado, pródigo, invasor, subversivo, venezolano, tú mismo llevaste las dragas que te roen el fondo, como tu propio pico de pelícano.
Te profundizaste, escupiste el freno de las barras, te recogiste en tu designio definitivo.
Un día te echaste al hombro tus caimanes y abandonaste lentamente las sabanas.
Tú mismo te empinaste hacia abajo, esotérico, con un hondo respeto de la tierra y diste a tus mil brazos aptitud atlética para recibir la crianza del trasatlántico, para prenderte a las orillas grandes ciudades que te caen como tributarios de vida, para ser el zaguán del mar, traficado por los gritos de la tierra que se echa a las calles del mundo.
Denso, populoso, te caen y se te ahogan duras palabras engranadas en todos los idiomas del planeta.
Pero, todavía, fuerte Orinoco, todavía eres el Río Indio, inconfundible, en el salto, en la bandada, en la garza en un pie, que casi vuela y en tu último caimán en cuyo bostezo se refugió toda tu tradición con silenciosa desembocadura.
Oh mi fuerte Orinoco, vieja calle bolivariana, por donde pasó sin rumor el hombre que te empujó con el remo que lo empujaba!
Oh mi fuerte Orinoco, erizado de flotas!
La prueba que te filtró las aguas y del lado de ayer dejó el residuo de sangre y de fiebre con eficacia final de abono, la prueba que te llevó a tu máxima estatura interior, Orinoco, gran Río Útil, primer ciudadano de Venezuela, tu prueba nos pasó por tu mismo filtro.
Yo mismo me vi colar entre mi conciencia y me sentí dragado hasta la raíz de mi carne verdadera.
Aquí estoy, mi río sereno, como lago que anda, mi viejo río de las siete estrellas, aquí estoy.
Mi poema de hace setenta años, mi viejo poema, frondoso como tus selvas, desbordado como tú, fue talado en la prueba, filtrado, dragado, y regresa a ti en la pureza de una palabra que cabe en una mano con holgura de sorbo y que te cae con el sentido caudaloso de una gota tributaria, voz de la lengua que trabaja, canta, el salado sudor de los trabajadores, ya desde los raudales, te hace marina el agua!
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Poeta
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Vamos a embarcar, amigos, para el viaje de la gota de agua. Es una gota, apenas, como el ojo de un pájaro.
Para nosotros no es sino un punto, una semilla de luz, una semilla da agua, la mitad de lágrima de una sonrisa, pero le cabe el cielo y sería el naufragio de una hormiga.
Vamos a seguir, amigos, la órbita de la gota de agua: De la cresta de un ola salta, con el vapor de la mañana; sube a la costa de una nube insular en el cielo, blanca, como una playa; viaja hacia el Occidente, llueve en el pico de una montaña, abrillanta las hojas, esmalta los retoños, rueda en una quebrada, se sazona en el jugo de las frutas caídas, brinca en las cataratas, desemboca en el Río, va corriendo hacia el Este, corta en dos la sabana, hace piruetas en los remolinos y en los anchos remansos se dilata como la pupila de un gato, sigue hacia el Este en la marea baja, llega al mar, a la cresta de su ola y hemos llegado, amigos... Volveremos mañana
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Poeta
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la fuerza del amor nace en tus ojos y termina en tu boca como ley del deseo como ente del amor ven a mi siempre brillando cantando teniendo ese deseo i
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Poeta
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Se não fosse a mulher, a vida não teria sentido... A mulher é a vida e também a morte.
O homem que tem sorte, encontra a mulher certa.
A mulher é a luz e também a escuridão. Pode levantar um homem ou joga-lo no chão.
A.J. Cardiais 23.05.2012
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Poeta
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Seis horas... Ave Maria. Enquanto o céu se modifica para receber a noite:
Uma flor se fecha um coração perdoa uma pessoa reza um sino dobra uma criança chora um pai chega em casa um cheiro de café invade o ar...
As luzes se acendem as mentes se apagam o silêncio é geral...
Alguém ama alguém, alguém pensa em alguém, o tempo vai... A vida volta... São sete horas. A.J. Cardiais 22.11.1982
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Poeta
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Chego em casa com a sensação do dever cumprido. Materialmente, tudo em paz...
Toda a grana recebida já foi desfolhada... E o que restou? Nada.
A minha distração agora, será a poesia.
Entrego-me poeticamente a desnudar palavras e ideias.
A.J. Cardiais 01.12.1990
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Poeta
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Deixarei que este poema se vá... Talvez ele volte mais tarde, quem sabe? Talvez ele volte crescido, evoluído...
Talvez ele volte o mesmo, sem mudar um acento, ou talvez ele volte pior...
Mas por hora, o que me importa agora é que ele se vá...
Este não será o meu primeiro aborto.
A.J. Cardiais
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Poeta
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