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Fuera de ley, mi corazón a saltos va en su desazón.
Ya muerde acá, sucumbe allí, cazando allá, cazando aquí.
Donde lo intente yo dejar mi corazón no se ha de estar.
Donde lo deba yo poner mi corazón no ha de querer.
Cuando le diga yo que sí, dirá que no, contrario a mí.
Bravo león, mi corazón tiene apetitos, no razón.
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Poeta
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Oh, fiero amor, llegaste como la mariposa. Cuando comienza Octubre se aproxima a la rosa; era silencio todo, era silencio abierto a sombras misteriosas como el ojo de un muerto.
Yo era la misma sombra, yo era menos, yo era una cosa durmiente que ni sueña ni espera, cuando el vuelo de aquella mariposa celeste me hizo gorjear de pronto como un pájaro agreste.
Oh, cien soles se alzaron por el lado de oriente, oh, cien ríos corrieron por la misma pendiente, oh, cien lunas de plata brillaron en el cielo y cien altas montañas emprendieron el vuelo.
Abrí los brazos: tuve la divina locura de tocar con mis dedos las cosas de la altura. Abrí los ojos: tuve la divina tristeza de beber con los ojos la celeste belleza.
Lloré, lloré sin tregua; grité: Corazón mío, detente en el camino que lleva al desvarío; pero el corazón mío fue una gota de cera... Dios, ¿qué pudo esa gota contra la primavera?...
Fiero amor: en tus manos yo he soltado mi vida; acógela: Paloma que se posa rendida en las garras sangrientas, ya no bate las alas: muere de lo que vive; vive de lo que exhalas.
Bien sé que no hay cien soles que nazcan en oriente, bien sé que no hay cien ríos por la misma pendiente, bien sé que no hay cien lunas que brillen en el cielo, bien sé que no hay montañas que se alarguen al vuelo.
Bien sé que las palomas ciegan sus ojos, dejan en el nido las plumas, las auroras se alejan, caen las hojas, viene el otoño, la muerte, y se agrisan los días, y se agrisa la suerte.
Pero soy una esclava del dolor y lo adoro como adora el avaro el sonido del oro: oh, terrible tormenta de relámpago y rayo, en tu fuego revivo, en tu fuego desmayo.
Fiero amor: soy pequeña como un copo de nieve, fiero amor: soy pequeña como un pájaro breve, triste como el gemido de un niño moribundo, fiero amor, no hallarías mejor presa en el mundo.
Ninguna moriría más ligero en tus garras, ninguna moriría más pronto en tus amarras. Alumbra, sol naciente... Naturaleza, crece: sobre la vida oscura la muerte resplandece.
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Poeta
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Esto es amor, esto es amor, yo siento en todo átomo vivo un pensamiento.
Yo soy una y soy mil, todas las vidas pasan por mí, me muerden sus heridas.
Y no puedo ya más, en cada gota de mi sangre hay un grito y una nota.
Y me doblo, me doblo bajo el peso de un beso enorme, de un enorme beso.
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Poeta
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He de darte las manos, espera, todavía está llena la tierra del murmullo del día. La bóveda celeste no deja ver ninguna de sus estrellas... duerme en los cielos la luna.
He de darte las manos, pero aguarda, que ahora todo piensa y trabaja -la vida es previsora- Pero el corazón mío se esconde solitario, desconsolado y triste por el bullicio diario.
Hace falta que todo lo que se mueve cobre una vaga pereza, que el esfuerzo zozobre, que caiga sobre el mundo un tranquilo descanso, un medio todo dulce, consolador y manso.
Espera... dulcemente, balsámica de calma, se llegará la noche, yo te daré las manos, pero ahora lo impiden esos ruidos mundanos; hay luz en demasía, no puedo verte el alma.
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Poeta
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Señor, Señor, hace ya tiempo, un día soñé un amor como jamás pudiera soñarlo nadie, algún amor que fuera la vida toda, toda la poesía.
Y pasaba el invierno y no venía, y pasaba también la primavera, y el verano de nuevo persistía, y el otoño me hallaba con mi espera.
Señor, Señor; mi espalda está desnuda, ¡haz estallar allí, con mano ruda el látigo que sangra a los perversos!
Que está la tarde ya sobre mi vida, y esta pasión ardiente y desmedida la he perdido, ¡Señor, haciendo versos!
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Poeta
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Así, como jugando, te acerqué el corazón Hace ya mucho tiempo, en una primavera... Pero tú, indiferente, pasaste por mi vera... Hace ya mucho tiempo.
Sabio de toda cosa, no sabías acaso Ese juego de niña que cubría discreto Con risas inocentes el tremendo secreto, Sabio de toda cosa...
Hoy, de vuelta a mi lado, ya mujer, tú me pides El corazón aquél que en silencio fue tuyo, Y con torpes palabras negativas arguyo Hoy, de vuelta a mi lado.
Oh, cuando te ofrecí el corazón en aquella Primavera, era un dulce racimo no tocado El corazón... Ya otros los granos han probado Del racimo inocente...
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Poeta
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Altivo ése que pasa, miradlo al hombre mío. En sus manos se advierten orígenes preclaros. No le miréis la boca porque podéis quemaros, no le miréis los ojos, pues moriréis de frío.
Cuando va por los llanos tiembla el cauce del río, las sombras de los bosques se convierten en claros, y al cruzarlos, soberbio, jugueteando a disparos, las fieras se acurrucan bajo su aire sombrío.
Ama a muchas mujeres, no domina su suerte, en una primavera lo alcanzará la muerte coronado de pámpanos, entre vinos y fruta.
Mas mi mano de amiga, que destrona sus galas, donde aceros tenía le mueve un brote de alas y llora como el niño que ha extraviado la ruta.
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Poeta
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Soy tuya, Dios lo sabe por qué, ya que comprendo que habrás de abandonarme, fríamente, mañana, y que bajo el encanto de mis ojos, te gana otro encanto el deseo, pero no me defiendo.
Espero que esto un día cualquiera se concluya, pues intuyo, al instante, lo que piensas o quieres. Con voz indiferente te hablo de otras mujeres y hasta ensayo el elogio de alguna que fue tuya.
Pero tú sabes menos que yo, y algo orgulloso de que te pertenezca, en tu juego engañoso persistes, con un aire de actor del papel dueño.
Yo te miro callada con mi dulce sonrisa, y cuando te entusiasmas, pienso: no te des prisa. No eres tú el que me engaña; quien me engaña es mi sueño.
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Poeta
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Te ando buscando, amor que nunca llegas, te ando buscando, amor que te mezquinas, me aguzo por saber si me adivinas, me doblo por saber si te me entregas.
Las tempestades mías, andariegas, se han aquietado sobre un haz de espinas; sangran mis carnes gotas purpurinas porque a salvarme, ¡oh niño!, te me niegas.
Mira que estoy de pie sobre los leños, que a veces bastan unos pocos sueños para encender la llama que me pierde.
Sálvame, amor, y con tus manos puras trueca este fuego en límpidas dulzuras y haz de mis leños una rama verde.
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Poeta
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Dónde estarás ahora? Eras tan dulce, niño de los cabellos rubios y los ojos de acero... Niño que a pesar mío fuiste mi prisionero, ¡Oh, mi pálido niño!
Tan humilde era el beso que besaba mis plantas, con tan honda delicia, con tan límpida queja, que a medida que el tiempo va pasando y se aleja lo desean mis plantas.
Te quedabas callado en las tardes de oro cuando un libro en las manos nos ponía tristeza, y luego en mis rodillas caía tu cabeza como un copo de oro.
Entonces de tu alma ascendían perfumes hasta el alma cansada que agobiaba mi pecho... ¡Oh, tu alma... tan fresca como rama de helecho! Ascendía en perfumes.
Niño que yo adoraba... Oh tus lágrimas blancas que regaban copiosas la palabra imposible, fui tu hermana discreta, niño triste y sensible de las lágrimas blancas.
Como a ti no amé a nadie, niño dulce y sombrío que lloraste en mis brazos mi desvío prudente. Te amará mi recuerdo inacabablemente, niño dulce y sombrío.
Vamos hacia los árboles... El sueño se hará en nosotros por virtud celeste. Vamos hacia los árboles; la noche nos será blanda, la tristeza leve.
Vamos hacia los árboles, el alma adormecida de perfume agreste, pero calla, no hables, sé piadoso; no despiertes los pájaros que duermen.
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Poeta
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