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(A Juan Ramón Jiménez)
El poeta es jardinero. En sus jardines corre sutil la brisa con livianos acordes de violines, llanto de ruiseñores, ecos de voz lejana y clara risa de jóvenes amantes habladores. Y otros jardines tiene. Allí la fuente le dice: Te conozco y te esperaba. Y él, al verse en la onda transparente: ¡Apenas soy aquel que ayer soñaba! Y otros jardines tiene. Los jazmines añoran ya verbenas del estío, y son liras de aroma estos jardines, dulces liras que tañe el viento frío. Y van pasando solitarias horas, y ya las fuentes, a la luna llena, suspiran en los mármoles, cantoras, y en todo el aire sólo el agua suena.
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Poeta
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He vuelto a ver los álamos dorados, álamos del camino en la ribera del Duero, entre San Polo y San Saturio: tras las murallas viejas de Soria -barbacana hacia Aragón, en castellana tierra-.
Estos chopos del río, que acompañan con el sonido de sus hojas secas el son del agua, cuando el viento sopla, tienen en sus cortezas grabadas iniciales que son nombres de enamorados, cifras que son fechas.
¡Alamos del amor que ayer tuvisteis de ruiseñores vuestras ramas llenas; álamos que seréis mañana liras del viento perfumado en primavera; álamos del amor cerca del agua que corre y pasa y sueña; alamos de las márgenes del Duero, conmigo vais, mi corazón os lleva!
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Poeta
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(Introducción a los sueños)
Leyendo un claro día mis bien amados versos, he visto en el profundo espejo de mis sueños
que una verdad divina temblando está de miedo, y es una flor que quiere echar su aroma al viento.
El alma del poeta se orienta hacia el misterio. Sólo el poeta puede mirar lo que está lejos dentro del alma, en turbio y mago sol envuelto.
En esas galerías, sin fondo, del recuerdo, donde las pobres gentes colgaron cual trofeo el traje de una fiesta apolillado y viejo, allí el poeta sabe el laborar eterno mirar de las doradas abejas de los sueños.
Poetas, con el alma atenta al hondo cielo, en la cruel batalla o en el tranquilo huerto, la nueva miel labramos con los dolores viejos, la veste blanca y pura pacientemente hacemos, y bajo el sol bruñimos el fuerte arnés de hierro.
El alma que no sueña, el enemigo espejo, proyecta nuestra imagen con un perfil grotesco. Sentimos una ola de sangre, en nuestro pecho, que pasa... y sonreímos, y a laborar volvemos.
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Poeta
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Es una tarde cenicienta y mustia, destartalada, como el alma mía; y es esta vieja angustia que habita mi usual hipocondría.
La causa de esta angustia no consigo ni vagamente comprender siquiera; pero recuerdo y, recordando, digo: -Sí, yo era niño, y tú, mi compañera.
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Poeta
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Es una forma juvenil que un día a nuestra casa llega. Nosotros le decimos: ¿por qué tornas a la morada vieja? Ella abre la ventana, y todo el campo en luz y aroma entra. En el blanco sendero los troncos de los árboles negrean; las hojas de sus copas son humo verde que a lo lejos sueña. Parece una laguna el ancho río entre la blanca niebla de la mañana. Por los montes cárdenos camina otra quimera.
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Poeta
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¿Eres tú,. Guadarrama, viejo amigo, la sierra gris y blanca, la sierra de mis tardes madrileñas que yo veía en el azul pintada?
Por tus barrancos hondos y por tus cumbres agrias, mil Guadarramas y mil sones vienen cabalgando conmigo, a tus entrañas.
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Poeta
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En la desnuda tierra del camino la hora florida brota, espino solitario, del valle humilde en la revuelta umbrosa.
El salmo verdadero de tenue voz hoy torna al corazón, y al labio, la palabra quebrada y temblorosa.
Mis viejos mares duermen; se apagaron sus espumas sonoras sobre la playa estéril. La tormenta camina lejos en la nube torva.
Vuelve la paz al cielo; la brisa tutelar esparce aromas otra vez sobre el campo, y aparece, en la bendita soledad, tu sombra.
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Poeta
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En Córdoba, la serrana; en Sevilla, marinera y labradora, que tiene hinchada, hacia el mar, la vela; y en el ancho llano por donde la arena sorbe la baba del mar amargo, hacia la fuente del Duero mi corazón, ¡Soria pura!, se tornaba... ¡Oh, fronteriza entre la tierra y la luna!
¡Alta paramera donde corre el Duero niño, tierra donde está su tierra!
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Poeta
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Está en la sala familiar, sombría, y entre nosotros, el querido hermano que en el sueño infantil de un claro día vimos partir hacia un país lejano.
Hoy tiene ya las sienes plateadas, un gris mechón sobre la angosta frente y la fría inquietud de sus miradas revela un alma casi toda ausente.
Deshójanse las copas otoñales del parque mustio y viejo. La tarde, tras los húmedos cristales se pinta, y en el fondo del espejo,
el rostro del hermano se ilumina suavemente. ¿Floridos desengaños dorados por la tarde que declina? ¿Ansias de nueva vida en nuevos años? ¿Lamentará la juventud perdida? Lejos quedó -la pobre loba- muerta. ¿La blanca juventud nunca vivida teme, que ha de cantar ante su puerta?
¿Sonríe el sol de oro de la tierra de un sueño no encontrada; y ve su nave hender el mar sonoro, de viento y luz la blanca vela hinchada?
Él ha visto las hojas otoñales, amarillas, rodar, las olorosas ramas del eucalipto, los rosales que enseñan otra vez sus blancas rosas
Y este dolor que añora o desconfía el temblor de una lágrima reprime, y un resto de viril hipocresía en el semblante pálido se imprime.
Serio retrato en la pared clarea todavía. Nosotros divagamos. En la tristeza del hogar golpea el tic-tac del reloj. Todos callamos.
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Poeta
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El sol es un globo de fuego, la luna es disco morado.
Una blanca paloma se posa en el alto ciprés centenario.
Los cuadros de mirtos parecen de marchito velludo empolvado.
¡El jardín y la tarde tranquila!... Suena el agua en la fuente de mármol.
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Poeta
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