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Yo meditaba absorto, devanando los hilos del hastío y la tristeza, cuando llegó a mi oído, por la ventana de mi estancia, abierta
a una caliente noche de verano, el plañir de una copla soñolienta, quebrada por los trémolos sombríos de las músicas magas de mi tierra.
...Y era el Amor, como una roja llama... -Nerviosa mano en la vibrante cuerda ponía un largo suspirar de oro, que se trocaba en surtidor de estrellas-.
...Y era la Muerte, al hombro la cuchilla, el paso largo, torva y esquelética. -Tal cuando yo era niño la soñaba-.
Y en la guitarra, resonante y trémula, la brusca mano, al golpear, fingía el reposar de un ataúd en tierra.
Y era un plañido solitario el soplo que el polvo barre y la ceniza avienta.
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Poeta
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1. No sabía si era un limón amarillo lo que tu mano tenía, o un hilo del claro día, Guiomar, en dorado ovillo. Tu boca me sonreía. Yo pregunté: ¿qué me ofreces? ¿Tiempo en fruto, que tu mano eligió entre madureces de tu huerta? ¿Tiempo vano de una bella tarde yerta? ¿Dorada ausencia encantada? ¿Copia en el agua dormida? ¿De monte en monte encendida, la alborada verdadera? ¿Rompe en sus turbios espejos amor la devanadera de sus crepúsculos viejos?
2. En un jardín te he soñado, alto, Guiomar, sobre el río, jardín de un tiempo cerrado con verjas de hierro frío.
Un ave insólita canta en el almez, dulcemente, junto al agua viva y santa, toda sed y toda fuente.
En ese jardín, Guiomar, el mutuo jardín que inventan dos corazones al par, se funden y complementan nuestras horas. Los racimos de un sueño -juntos estamos- en limpia copa exprimimos, y el doble cuento olvidamos.
(Uno: mujer y varón, aunque gacela y león, llegan juntos a beber. El otro: no puede ser amor de tanta fortuna: dos soledades en una, ni aun de varón y mujer.)
Por ti el mar ensaya olas y espumas, y el iris, sobre el monte, otros colores, y el faisán de la aurora canto y plumas, y el búho de Minerva ojos mayores. Por ti, ¡oh Guiomar!...
3. Tu poeta piensa en ti. La lejanía es de limón y violeta, verde el campo todavía. Conmigo vienes, Guiomar; nos sorbe la serranía. De encinar en encinar se va fatigando el día. El tren devora y devora día y riel. La retama pasa en Sombra; se desdora el oro de Guadarrama. Porque una diosa y su amante huyen juntos, jadeante, los sigue la luna llena. El tren se esconde y resuena dentro de un monte gigante. Campos yermos, cielo alto. Tras los montes de granito y otros montes de basalto, ya es la mar y el infinito. Juntos vamos; libres somos. Aunque el Dios, como en el cuento fiero rey, cabalgue a lomos del mejor corcel del viento, aunque nos jure, violento, su venganza, aunque ensille, el pensamiento, libre amor, nadie lo alcanza. Hoy te escribo en mi celda de viajero, a la hora de una cita imaginaria. Rompe el iris al aire el aguacero, y al monte su tristeza planetaria. Sol y campanas en la vieja torre. ¡Oh tarde viva y quieta que opuso al panta rhei su nada corre, tarde niña que amaba a su poeta! ¡Y día adolescente -ojos claros y músculos morenos-, cuando pensaste a amor, junto a la fuente, besar tus labios y apresar tus senos! Todo a esta luz de abril se transparenta; todo en el hoy de ayer, el todavía que en sus maduras horas el tiempo canta y cuenta, se funde en una sola melodía, que es un coro de tardes y de auroras. A ti, Guiomar, esta nostalgia mía.
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Poeta
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La tarde está muriendo como un hogar humilde que se apaga.
Allá, sobre los montes, quedan algunas brasas.
Y ese árbol roto en el camino blanco hace llorar de lástima.
¡Dos ramas en el tronco herido, y una hoja marchita y negra en cada rama!
¿Lloras?...Entre los álamos de oro, lejos, la sombra del amor te aguarda.
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Poeta
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Y en toda el alma hay una sola fiesta tú lo sabrás, Amor sombra florida, sueño de aroma, y luego... nada; andrajos, rencor, filosofía. Roto en tu espejo tu mejor idilio, Y vuelto ya de espaldas a la vida, Ha de ser tu oración de la mañana: ¡Oh, para ser ahorcado, hermoso día!
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Poeta
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Amada, el aura dice tu pura veste blanca... No te verán mis ojos; ¡mi corazón te aguarda!
El viento me ha traído tu nombre en la mañana; el eco de tus pasos repite la montaña... no te verán mis ojos; ¡mi corazón te aguarda!
En las sombrías torres repican las campanas... No te verán mis ojos; ¡m corazón te aguarda!
Los golpes del martillo dicen la negra caja; y el sitio de la fosa, los golpes de la azada... No te verán mis ojos; ¡Mi corazón te aguarda!
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Poeta
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(Del apócrifo Abel Martín)
Cuando el Ser que se es hizo la nada y reposó, que bien lo merecía, ya tuvo el día noche, y compañía tuvo el hombre en la ausencia de la amada.
Fiat umbral Brotó el pensar humano. y el huevo universal alzó, vacío, ya sin color, desubstanciado y frío, lleno de niebla ingrávida, en su mano.
Toma el cero integral, la hueca esfera, que has de mirar, si lo has de ver, erguido. Hoy que es espalda el lomo de tu fiera,
y es el milagro del no ser cumplido, brinda, poeta, un canto de frontera a la muerte, al silencio y al olvido.
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Poeta
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Como atento no más a mi quimera no reparaba en torno mío, un día me sorprendió la fértil primavera que en todo el ancho campo sonreía.
Brotaban verdes hojas de las hinchadas yemas del ramaje, y flores amarillas, blancas, rojas, alegraban la mancha del paisaje.
Y era una lluvia de saetas de oro, el sol sobre las frondas juveniles; del amplio río en el caudal sonoro se miraban los álamos gentiles.
Tras de tanto camino es la primera vez que miro brotar la primavera, dije, y después, declamatoriamente:
-¡Cuán tarde ya para la dicha mía!- Y luego, al caminar, como quien siente alas de otra ilusión: -Y todavía ¡yo alcanzaré mi juventud un día!
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Poeta
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¡Tenue rumor de túnicas que pasan sobre la infértil tierra! ... ¡Y lágrimas sonoras de las campanas viejas!
Las ascuas mortecinas del horizonte humean... Blancos fantasmas lares van encendiendo estrellas.
-Abre el balcón. La hora de una ilusión se acerca... La tarde se ha dormido y las campanas sueñan.
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Poeta
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Una tarde parda y fría de invierno. Los colegiales estudian. Monotonía de lluvia tras los cristales.
Es la clase. Ee un cartel se representa a Caín fugitivo, y muerto Abel, junto a una mancha carmín.
Con timbre sonoro y hueco truena el maestro, un anciano mal vestido, enjuto y seco, que lleva un libro en la mano.
Y todo un coro infantil va cantando la lección: "mil veces ciento, cien mil; mil veces mil, un millón ".
Una tarde parda y fría de invierno. Los colegiales estudian. Monotonía de lluvia tras los cristales.
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Poeta
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¡Oh, sí! conmigo vais, campos de Soria, tardes tranquilas, montes de violeta, alamedas del río, verde sueño del suelo gris y de la parda tierra, agria melancolía de la ciudad decrépita, me habéis llegado al alma, ¿o acaso estabais en el fondo de ella?
¡Gentes del alto llano numantino que a Dios guardáis como cristianas viejas, que el sol de España os llene de alegría, de luz y de riqueza!
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Poeta
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