|
Recuerdo que una tarde de soledad y hastío, ¡oh tarde como tantas! , el alma mía era, bajo el azul monótono, un ancho y terso río que ni tenía un pobre juncal en su ribera.
¡Oh mundo sin encanto, sentimental inopia que borra el misterioso azogue del cristal! ¡Oh el alma sin amores que el Universo copia con un irremediable bostezo universal!
Quiso el poeta recordar a solas las ondas bien amadas, la luz de los cabellos que él llamaba en sus rimas rubias olas. Leyó... La letra mata: no se acordaba de ellos...
Y un día -como tantos-, al aspirar un día aromas de una rosa que en el rosal se abría, brotó como una llama la luz de los cabellos que él en sus madrigales llamaba rubias olas; brotó, porque una aroma igual tuvieron ellos... Y se alejó en silencio para llorar a solas.
|
Poeta
|
|
Palpita un mar de acero de olas grises dentro los toscos murallones roídos del puerto viejo. Sopla el viento norte y riza el mar. El triste mar arrulla una ilusión amarga con sus olas grises. El viento norte riza el mar, y el mar azota el murallón del puerto. Cierra la tarde el horizonte anubarrado. Sobre el mar de acero hay un cielo de plomo. El rojo bergantín es un fantasma sangriento, sobre el mar, que el mar sacude... Lúgubre zumba el viento norte y silba triste en la agria lira de las jarcias recias. El rojo bergantín es un fantasma que el viento agita y mece el mar rizado, el tosco mar rizado de olas grises.
|
Poeta
|
|
Cabalgaba por agria serranía, una tarde, entre roca cenicienta. El plomizo balón de la tormenta de monte en monte rebotar se oía.
Súbito, al vivo resplandor del rayo, se encabritó, bajo de un alto pino, al borde de la peña, su caballo. A dura rienda le tornó al camino.
Y hubo visto la nube desgarrada, y, dentro, la afilada crestería de otra sierra más tenue y levantada
-relámpago de piedra parecía-. ¿Y vio el rostro de Dios? Vio el de su amada. Gritó: ¡Morir en esta sierra fría!
|
Poeta
|
|
1. Perdón, Madona del Pilar, si llego al par que nuestro amado florentino, con una mata de serrano espliego, con una rosa de silvestre espino.
¿Qué otra flor para ti de tu poeta si no es la flor de la melancolía? Aquí, sobre los huesos del planeta pule el sol, hiela el viento, diosa mía,
¡con qué divino acento me llega a mi rincón de sombra y frío tu nombre, al acercarme el tibio aliento
de otoño el hondo resonar del río! Adiós: cerrada mi ventana, siento junto a mi un corazón... ¿Oyes el mío?
2. De mar a mar entre los dos la guerra, más honda que la mar. En mi parterre, miro a la mar que el horizonte cierra. Tú, asomada, Guiomar, a un finisterre,
miras hacia otro mar, la mar de España que Camoens cantara, tenebrosa. Acaso a ti mi ausencia te acompaña. A mí me duele tu recuerdo, diosa.
La guerra dio al amor el tajo fuerte. y es la total angustia de la muerte, con la sombra iracunda de tu llama
y la soñada miel de amor tardío, y la flor imposible de la rama que ha sentido del hacha el corte frío.
|
Poeta
|
|
Desgarrada la nube ; el arco iris brillando ya en el cielo, y en un fanal de lluvia y sol el campo envuelto.
Desperté. ¿ Quién enturbia los mágicos cristales de mi sueño? Mi corazón latía atónito y disperso. ...¡El limonar florido, el cipresal del huerto, el prado verde, el sol, el agua, el iris..., ¡el agua en tus cabellos!...
Y todo en la memoria se perdía como una pompa de jabón al viento.
|
Poeta
|
|
Desde el umbral de un sueño me llamaron... Era la buena voz, la voz querida.
-Dime: ¿vendrás conmigo a ver el alma?.... Llegó a mi corazón una caricia.
-Contigo siempre....Y avancé en mi sueño por una larga, escueta galería, sintiendo el roce de la veste pura y el palpitar suave de la mano amiga.
|
Poeta
|
|
De mar a mar entre los dos la guerra, más honda que la mar. En mi parterre, miro a la mar que el horizonte cierra. Tú, asomada, Guiomar , a un finisterre,
miras hacia otro mar, la mar de España que Camoens cantara, tenebrosa. Acaso a ti mi ausencia te acompaña. A mi me duele tu recuerdo, diosa.
La guerra dio al amor el tajo fuerte. y es la total angustia de la muerte, con la sombra infecunda de la llama,
y la soñada miel de amor tardío, y la flor imposible de la rama que ha sentido del hacha el corte frío.
|
Poeta
|
|
Cuando sea mi vida, toda clara y ligera como un buen río que corre alegremente a la mar, a la mar ignota que espera llena de sol y de canción. Y cuando brote en mi corazón la primavera serás tú, vida mía, la inspiración de mi nuevo poema. Una canción de paz y amor al ritmo de la sangre que corre por las venas. Una canción de amor y paz. Tan solo de dulces cosas y palabras. Mientras, mientras, guarda la llave de oro de mis versos entre tus joyas. Guárdala y espera.
|
Poeta
|
|
Caminé hacia la tarde de verano para quemar, tras el azul del monte, la mirra amarga de un amor lejano en el ancho flamígero horizonte. Roja nostalgia el corazón sentía, sueños bermejos, que en el alma brotan de lo inmenso inconsciente, cual de región caótica y sombría donde ígneos astros, como nubes, flotan, informes, en un cielo lactescente. Caminé hacia el crepúsculo glorioso, congoja del estío, evocadora del infinito ritmo misterios0 de olvidada locura triunfadora. De locura adormida, la primera que al alma llega y que del alma huye, y la sola que torna en su carrera si la agria ola del ayer refluye. La soledad, la musa que el misterio revela al alma en sílabas preciosas cual notas de recóndito salterio, los primeros fantasmas de la mente me devolvió, a la hora en que pudiera, caída sobre la ávida pradera o sobre el seco matorral salvaje, un ascua del crepúsculo fulgente, tornar en humo el árido paisaje. Y la inmensa teoría de gestos victoriosos de la tarde rompía los cárdenos nublados congojosos. Y muda caminaba en polvo y sol envuelta, sobre el llano, y en confuso tropel, mientras quemaba sus inciensos de púrpura el verano.
|
Poeta
|
|
¡Como en el alto llano tu figura se me aparece!... Mi palabra evoca el prado verde y la árida llanura, la zarza en flor, la cenicienta roca.
Y el recuerdo obediente, negra encina brota en el cerro, baja el chopo al río; el pastor va subiendo a la colina; brilla un balcón de la ciudad: el mío,
el nuestro. ¿Ves? Hacia Aragón, lejana, la sierra de Moncayo, blanca y rosa... Mira el incendio de esa nube grana,
y aquella estrella en el azul, esposa. Tras el Duero, la loma de Santana se amorata en la tarde silenciosa.
|
Poeta
|
|