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Húmedo está, bajo el laurel, el banco de verdinosa piedra; lavó la lluvia, sobre el muro blanco, las empolvadas hojas de la yedra.
Del viento del otoño el tibio aliento los céspedes ondula, y la alameda conversa con el viento..., ¡el viento de la tarde en la arboleda!
Mientras el sol en el ocaso esplende que los racimos de la vid orea, y el buen burgués, en su balcón, enciende la estoica pipa que el tabaco humea,
voy recordando versos juveniles... ¿Qué fue de aquel mi corazón -sonoro? ¿Será cierto que os vais, sombras gentiles, huyendo entre los árboles de oro?
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Poeta
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En una tarde clara y amplia como el hastío cuando su lanza blande el tórrido verano, copiaban el fantasma de un grave sueño mío mil sombras en teoría, enhiestas sobre el llano.
La gloria del ocaso era un purpúreo espejo, era un cristal de llamas, que al infinito viejo iba arrojando el grave soñar en la llanura...
Y yo sentí la espuela sonora de mi paso repercutir lejana en el sangriento ocaso, y más allá, la alegre canción de un alba pura.
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Poeta
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He andado muchos caminos he abierto muchas veredas; he navegado en cien mares y atracado en cien riberas.
En todas partes he visto caravanas de tristeza, soberbios y melancólicos borrachos de sombra negra.
Y pedantones al paño que miran, callan y piensan que saben, porque no beben el vino de las tabernas.
Mala gente que camina y va apestando la tierra...
Y en todas partes he visto gentes que danzan o juegan, cuando pueden, y laboran sus cuatro palmos de tierra.
Nunca, si llegan a un sitio preguntan a donde llegan. Cuando caminan, cabalgan a lomos de mula vieja.
Y no conocen la prisa ni aún en los días de fiesta. Donde hay vino, beben vino, donde no hay vino, agua fresca.
Son buenas gentes que viven, laboran, pasan y sueñan, y un día como tantos, descansan bajo la tierra.
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Poeta
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Pasan las horas de hastío por la estancia familiar, el amplio cuarto sombrío donde yo empecé a soñar.
Del reloj arrinconado, que en la penumbra clarea, el tictac acompasado odiosamente golpea.
Dice la monotonía del agua clara al caer: un día es como otro día; hoy es lo mismo que ayer.
Cae la tarde. El viento agita el parque mustio y dorado... ¡Qué largamente ha llorado toda la fronda marchita!
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Poeta
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Un mesón de mi camino. Con un gesto de vestal, tú sirves el rojo vino de una orgía de arrabal.
Los borrachos de los ojos vivarachos y la lengua fanfarrona te requiebran ¡oh varona!
Y otros borrachos suspiran por tus ojos de diamante, tus ojos que a nadie miran.
A la altura de tus senos, la batea rebosante llega en tus brazos morenos.
¡Oh, mujer, dame también de beber!
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Poeta
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El tiempo que la barba me platea cavó mis ojos y agrandó mi frente, va siendo en mí recuerdo transparente, y mientras más el fondo, más clarea.
Miedo infantil, amor adolescente, ¡cuánto esta luz de otoño os hermosea!, ¡agrios caminos de la vida fea, que también os doráis al sol poniente!
¡Cómo en la fuente donde el agua mora resalta en piedra una leyenda escrita: el ábaco del tiempo falta una hora!
¡Y cómo aquella ausencia en una cita, bajo las olmas que noviembre dora, del fondo de mi historia resucita!
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Poeta
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Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir. ¡Gran cantar!
Entre los poetas míos tiene Manrique un altar.
Dulce goce de vivir: mala ciencia del pasar, ciego huir a la mar.
Tras el pavor de morir está el placer de llegar.
¡Gran placer! Mas ¿y el horror de volver? ¡Gran pesar!
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Poeta
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Eran ayer mis dolores como gusanos de seda que iban labrando capullos; hoy son mariposas negras.
¡De cuántas flores amargas he sacado blanca cera! ¡Oh, tiempo en que mis pesares trabajaba como abeja!
Hoy son como avenas locas, o cizaña en sementera, como tizón en espiga, como carcoma en madera.
¡Oh, tiempo en que mis dolores tenía lágrimas buenas, y eran como agua de noria que va regando una huerta! Hoy son agua de torrente que arranca el limo a la tierra.
Dolores que ayer hicieron de mi corazón colmena, hoy tratan mi corazón como a una muralla vieja: quieren derribarlo, y pronto, al golpe de la piqueta.
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Poeta
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En estos campos de la tierra mía y extranjero en los campos de mi tierra -yo tuve patria donde corre el Duero por entre grises peñas, y fantasmas de viejos encinares, allá en Castilla, mística y guerrera, Castilla la gentil, humilde y brava, Castilla del desdén y de la fuerza-, en estos campos de mi Andalucía, ¡oh tierra en que nací! , cantar quisiera. Tengo recuerdos de mi infancia, tengo imágenes de luz y de palmeras, y en una gloria de oro, de lueñes campanarios con cigüeñas, de ciudades con calles sin mujeres bajo un cielo de añil, plazas desiertas donde crecen naranjos encendidos con sus frutas redondas y bermejas; y en un huerto sombrío, el limonero de ramas polvorientas y pálidos limones amarillos, que el agua clara de la fuente espeja, un aroma de nardos y claveles y un fuerte olor de albahaca y hierbabuena; imágenes de grises olivares bajo un tórrido sol que aturde y ciega, y azules y dispersas serranías con arreboles de una tarde inmensa; mas falta el hilo que el recuerdo anuda al corazón, el ancla en su ribera, o estas memorias no son alma. Tienen en sus abigarradas vestimentas señal de ser despojos del recuerdo, la carga ,bruta que el recuerdo lleva. Un día tornarán, con luz d-el fondo ungidos, los cuerpos virginales a la orilla vieja.
(Lora del Río, 4 de abril de 1913.)
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Poeta
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¿Empeñé tu memoria? ¡Cuántas veces! La vida baja como un ancho río, y cuando lleva al mar alto navío va con cieno verdoso y turbias heces.
Y más si hubo tormenta en sus orillas, y él arrastra el botín de la tormenta, si en su cielo la nube cenicienta se incendió de centellas amarillas.
Pero aunque fluya hacia la mar ignota, es la vida también agua de fuente que de claro venero, gota a gota,
o ruidoso penacho de torrente, bajo el azul, sobre la piedra brota. y allí suena tu nombre ¡eternamente!
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Poeta
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