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Yo escucho los cantos de viejas cadencias, que los niños cantan cuando en corro juegan, y vierten en coro sus almas que sueñan, cual vierten sus aguas las fuentes de piedra: con monotonías de risas eternas, que no son alegres; con lágrimas viejas, que no son amargas, y dicen tristezas, tristezas de amores de antiguas leyendas.
En los labios niños, las canciones llevan confusa la historia y clara la pena; como clara el agua lleva su conseja de viejos amores, que nunca se cuentan.
Jugando, a la sombra de una plaza vieja, los niños cantaban...
La fuente de piedra vertía su eterno cristal de leyenda.
Cantaban los niños canciones ingenuas de un algo que pasa y que nunca llega: la historia confusa y clara la pena.
Seguía su cuento la fuente serena. Borrada la historia, contaba la pena.
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Poeta
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Y no es verdad, dolor, yo te conozco, tú eres nostalgia de la vida buena y soledad de corazón sombrío, de barco sin naufragio y sin estrella.
Como perro olvidado que no tiene huella ni olfato y yerra por los caminos, sin camino, como el niño que en la noche de una fiesta
se pierde entre el gentío y el aire polvoriento y las candelas chispeantes, atónito, y asombra su corazón de música y de pena.
así voy yo, borracho melancólico, guitarrista lunático, poeta, y pobre hombre en sueños, siempre buscando a Dios entre la niebla.
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Poeta
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Y ha de morir contigo el mundo mago donde guarda el recuerdo los hálitos más puros de la vida, la blanca sombra del amor primero,
la voz que fue a tu corazón, la mano que tú querías retener en sueños, y todos los amores que llegaron al alma, al hondo cielo?
¿Y ha de morir contigo el mundo tuyo, la vieja vida en orden tuyo y nuevo? ¿Los yunques y crisoles de tu alma trabajan para el polvo y para el viento?
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Poeta
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Y era el demonio de mi sueño, el ángel más hermoso. Brillaban como aceros los ojos victoriosos, y las sangrientas llamas de su antorcha alumbraron la honda cripta del alma. -¿Vendrás conmigo? No, jamás; las tumbas y los muertos me espantan. Pero la férrea mano mi diestra atenazaba.
Vendrás conmigo... Y avancé en mi sueño, cegado por la roja luminaria. Y en la cripta sentí sonar cadenas, y rebullir de fieras enjauladas.
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Poeta
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Allá, en las tierras altas, por donde traza el Duero su curva de ballesta en torno a Soria, entre plomizos cerros y manchas de raídos encinares, mi corazón está vagando, en sueños...
No ves, Leonor, los álamos del río con sus ramajes yertos?
Mira el Moncayo azul y blanco; dame tu mano y paseemos.
Por estos campos de la tierra mía, bordados de olivares polvorientos, voy caminando solo, triste, cansado, pensativo y viejo.
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Poeta
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Una noche de verano -estaba abierto el balcón y la puerta de mi casa- la muerte en mi casa entró. Se fue acercando a su lecho -ni siquiera me miró-, con unos dedos muy finos algo muy tenue rompió. Silenciosa y sin mirarme, la muerte otra vez pasó delante de mí. ¿Qué has hecho? La muerte no respondió. Mi niña quedó tranquila, dolido mi corazón. ¡Ay, lo que la muerte ha roto era un hilo entre los dos!
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Poeta
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Soñé que tú me llevabas por una blanca vereda, en medio del campo verde, hacia el azul de las sierras, hacia los montes azules, una mañana serena.
Sentí tu mano en la mía, tu mano de compañera, tu voz de niña en mi oído como una campana nueva, como una campana virgen de un alba de primavera. ¡Eran tu voz y tu mano, en sueño, tan verdaderas!... Vive, esperanza, ¡quién sabe lo que se traga la tierra!
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Poeta
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Siempre fugitiva y siempre cerca de mí, en negro manto mal cubierto el desdeñoso gesto de tu rostro pálido.
No sé adónde vas, ni dónde tu virgen belleza tálamo busca en la noche. No sé qué sueños cierran tus párpados, ni de quién haya entreabierto tu lecho inhospitalario.
Detén el paso belleza esquiva, detén el paso. Besar quisiera la amarga, amarga flor de tus labios.
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Poeta
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Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería. Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar. Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía. Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar.
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Poeta
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Tejidos sois de primavera, amantes, de tierra y agua y viento y sol tejidos. La sierra en vuestros pechos jadeantes, en los ojos los campos florecidos,
pasead vuestra mutua primavera, y aun bebed sin temor la dulce leche que os brinda hoy la lúbrica pantera, antes que, torva, en el camino aceche.
Caminad, cuando el eje del planeta se vence hacia el solsticio del verano, verde el almendro y mustia la violeta,
cerca la sed y el hontanar cercano, hacia la tarde del amor, completa, con la rosa de fuego en vuestra mano.
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Poeta
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